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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

Los seres humanos poseemos derechos inalienables, que nos son merecidos desde el momento en que nacemos, vemos la luz del mundo y adquirimos identidad propia.

Estos derechos, consagrados de manera formal en el año 1948, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, auspiciada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París. se constituyeron en una herramienta para luchar contra el cometido de acciones que históricamente, habían marcado la existencia de la humanidad, desde esclavitud, holocausto, hasta las frecuentes guerras y fenómenos sociales que se habían suscitado. 

Todos esos hechos, representaron un despertar para los sectores sociales que veían en tono gris y sufrían con pesar, los embates de sociedades clasistas, con muy notables diferencias de clases sociales, mismas que arrebataban de sus manos las esperanzas y posibilidades de construir un futuro diferente.

Los derechos humanos, son derechos intrínsecos, propios, que corresponden a cada persona, independientemente de su nacionalidad, raza, género, religión u otras características. Estos derechos se consideran inherentes a la dignidad humana.

Los principales propósitos de los derechos humanos son: proteger y garantizar la dignidad, la libertad y la igualdad de todas las personas, los cuales deben ser respetados y protegidos por los gobiernos y las instituciones, y su violación puede dar lugar a responsabilidad legal y sanciones, conforme estipula la declaración universal.

Los derechos humanos son una base fundamental para la justicia social, la paz y la convivencia en sociedad.

Si bien el origen de los derechos humanos, este arraigado a un historial de violaciones de estos, no es menos cierto que, aun en pleno siglo XXI, muchas de las circunstancias que se tomaron en cuenta para diseñar este importante instrumento, persisten, aunque en modalidades evolucionadas, que permiten fácilmente camuflar en buenas “intenciones, democracia, respeto a libertades…” Una realidad que poco a cambiado. 

Es por ello, que nos jactamos de decir que vivimos en sociedades independientes y libres, sin embargo, la pobreza, falta de acceso a la salud, a la educación de oportunidades reales, nos mantienen presos y esclavizados de una “globalización” y sistema económico que solo ha beneficiado menos del 1% de la población mundial, que ha disfrutado la dicha de tener las oportunidades que les han permitido acaparar el 50% de las riquezas totales globales, lo cual representa un crimen en un mundo de tantas desigualdades.

Mientras tanto, esas fortunas han sido cultivadas a merced de la explotación indiscriminada de los recursos naturales, y que por ello hoy día en todo el mundo, estamos sufriendo las secuelas de un cambio, que ya no tiene reversa.

La realidad de los derechos de las mujeres en todo el mundo, que van en retroceso, cuyas muestras palpables se representan en los feminicidios, mutilaciones, la prevalencia del matrimonio infantil, la trata, prostitución.

Vivir en paz también es un derecho, tener alimentos en la mesa de manera segura, es un derecho, poder asistir a un centro y recibir salud y educación de calidad, es un derecho, transitar por las vías de manera segura, igualmente lo es.

Quizás estemos frente a un instrumento, de gran valor, pero cuyas dimensiones, no hemos podido alcanzar.