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Opinión | Riamny María Méndez Féliz

En los medios de comunicación necesitamos hablar de relaciones, incluyendo las de pareja, sin trivializarlas, sin quitarles la carga de emoción e incertidumbre propia de lo humano, y a la vez, sin perder de vista su dimensión política y cultural

 

Lo personal es político”, viejo eslogan feminista que nos recuerda dos asuntos importantes. Lo que nos ocurre en los resquicios de la intimidad: en la cama, en la cocina, en las relaciones que prosperan o fracasan, está atravesado por cientos de condicionamientos culturales y decisiones económicas que otros y otras tomaron hace siglos o en la década pasada (la política, a fin de cuentas). No son eventos aislados, les pasan a cientos, a miles o a millones como nosotras y nosotros.

¿Quién en este país no conoce a una familia rota por la emigración económica? ¿Quién no conoce a un hombre con dos familias paralelas? Las decisiones de irse o quedarse de un país o de una situación no solo responden a la voluntad individual, por más que así lo creamos. Hay relaciones de poder y sistemas de creencias que benefician o perjudican a ciertos individuos.  

Y, en segundo lugar, la forma en la que nos vinculamos con los otros, con las otras, reproduce, se opone o cuestiona estas relaciones de poder que hemos heredado.

A veces, las relaciones problemáticas con quienes queremos o pertenecen a nuestro entorno más cercano se reflejan en detalles mínimos que dejamos pasar porque hay que escoger las batallas y la vida no nos alcanzaría para deconstruirlo y reconstruirlo todo. En otras ocasiones son pequeños (o no tan pequeños) detalles tristes o injustos que dejamos ir, aceptamos o repetimos por cansancio, ignorancia o comodidad, todo hay que decirlo.

En los medios de comunicación necesitamos hablar de relaciones, incluyendo las de pareja, sin trivializarlas, sin quitarles la carga de emoción e incertidumbre propia de lo humano; y a la vez, sin perder de vista su dimensión política y cultural. Tarea difícil. Por lo general, las secciones que hablan de relaciones se enfocan exclusivamente en la psicología, en el mejor de los casos; y en el peor de los casos, en la trivialidad que reproduce los estereotipos más perversos. Las que leímos en el salón de belleza las viejas revistas femeninas que indicaban en cinco pasos “cómo conquistar a un hombre” o como “ser la más sexi” sabemos cómo se enseñaba la sumisión y la banalidad de las relaciones en ese periodismo pensado para mujeres jóvenes.

Para muchas de nosotras, una reacción a ese contenido trivial fue no escribir, al menos desde el periodismo, sobre relaciones y vida doméstica, siempre que podíamos elegir (como cualquier otra persona de clase trabajadora, los periodistas no siempre pueden escoger el empleo de sus sueños), y enfocarnos en temas políticos y económicos más “duros”.

Con el resurgir del periodismo feminista o con perspectiva de género (no tengamos esa discusión ahora), en muchos espacios se retoman asuntos como el placer sexual o las relaciones de pareja desde una perspectiva más amplia, sin quitarles la dimensión más íntima y humana, ni castrarles la dimensión cultural, social y política, que nos permite entender que ciertas experiencias no se deben solo a elecciones personales o a la “particularidad” de nuestra familia. Además, la vida no está segmentada. La casa, la calle, los sistemas económicos… todo está vinculado y, por lo tanto, todo debe discutirse.

Medios feministas como la revista puertorriqueña Todas, para la que escribo en la actualidad, o la española Píkara, han contribuido a retomar esta dimensión política en temas como la crianza, las relaciones familiares o el sexo, sin obviar, claro está, la política partidista, la economía o el deporte. No hay que escoger entre unos temas u otros.

En Libertarias trabajamos en nuestra sección Personal y político para retomar estos temas en la sociedad dominicana.

Y en este proceso recordé a una pareja de amigos de mi época universitaria, cuando hacía la licenciatura. Ella y él eran muy comprometidos con los temas sociales, y en general, personas íntegras. Los encontraba en distintas actividades mientras hacía la pasantía. Admiraba su pasión por la justicia. Eventualmente nos hicimos cercanos y ahí descubrí que la igualdad que se exigía en la calle no se daba, ni se intentaba, en la casa. Con el tiempo, se separaron y mi amiga pudo hablar de esta contradicción.

Ahora valoro a las jóvenes periodistas feministas que entienden por qué es tan importante hablar de la desigualdad estructural en la macroeconomía, como de la negociación en las relaciones de pareja o de la responsabilidad afectiva.

Mis amigos son tan buenas personas, tan comprometidos con la justicia y se quisieron tanto que quizás si se hubiera hablado más de la terapia y la salud mental, pero también de los condicionantes culturales, económicos y políticos de nuestras relaciones más privadas en ese entonces, estarían juntos o al menos, quien sabe, habrían terminado sin tanto sufrimiento, con una mejor comprensión de sus propias dinámicas familiares. La vida es compleja. El periodismo debe hablar de la vida en toda su dimensión, la pareja que quiere hacer del mundo un lugar más justo, debe leer de vez en cuando contenidos sobre la justicia que se cuece (o no) en su cocina o en su cama, en el mismo medio en el que se informa sobre política internacional.

La Canoa Púrpura es la Columna de Libertarias, espacio sobre mujeres, derechos, feminismos y Nuevas Masculinidades que se transmite en La República Radio, por La Nota.