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Opinión | Leonardo Boff/Teologo de la Liberación

El devastador y letal ataque al hospital batista Al-Ahli en el centro de Gaza, sostenido por los anglicanos, es un claro crimen de guerra según las leyes internacionales. Hay una guerra de versiones sobre quien lo causó.

Lo que de verdad  importa son los cientos del vidas humanas (471?) segadas criminalmente. El hecho y las escenas nos llenaron de horror, de indignación y de solidaridad con los afectados y con el  pueblo palestino, víctima de un castigo colectivo.

   En la penosa historia de los palestinos en busca de una patria ha habido innumerables asesinatos en masa, en Hebron (1929), en Deir Yassin (1948), en Kafr Qasim (1956),  en Hebron (1994), la masacre de la Marcha del Retorno (2018). Tampoco debe ser olvidado y sí condenado el perverso acto terrorista de Hamas en Israel el día 7 de octubre, asesinando aleatoriamente a más de mil israelíes, entre ellos niños, y tomando doscientos rehenes.

   La reacción del Estado de Israel, con el escandaloso apoyo incondicional de USA, está siendo cruel y sin piedad, alcanzando a miles de civiles, en una población  con un 50% de niños y jóvenes. El asedio total con corte de agua, de alimentos y de energía por parte de Israel, es un crimen humanitario.

   Esta guerra, totalmente asimétrica, nos plantea la gran pregunta: ¿por qué los seres humanos se matan o se asesinan  unos a otros? ¿Cuáles son las raíces de esta perversidad? ¿Es posible la paz entre los humanos y con la naturaleza?

   Sería largo reflexionar sobre las distintas interpretaciones del  carácter demente y belicoso del ser humano, cosa que intentamos hacer en el artículo anterior. Aquí vamos a resumir la cuestión con el intercambio de cartas entre  Albert Einstein y Sigmund Freud.  

   El 30 de julio de 1932 preguntaba Einstein a Freud: “¿hay un modo de liberar a los seres humanos de la fatalidad de la guerra? Existe la posibilidad de dirigir la evolución psíquica hasta el punto de hacer a los seres humanos más capaces de resistir  la psicosis del odio y de la destrucción” (Natan&Norden, Einstein on Peace,98).

   Freud recurre a estas dos pulsiones que sustentó durante toda su vida y obra: tenemos en nosotros la pulsión de muerte (Thánatos) y la pulsión de vida (Eros). Ambas coexisten en cada ser humano. La pulsión de muerte responde de todo tipo de violencia y guerras que marcan la historia personal y colectiva de la humanidad. La pulsión de vida se expresa por el amor, por la amistad, por la solidaridad, por la compasión, que coexisten también en cada ser humano.

   Con realismo Freud respondió a Einstein: “No existe la esperanza de poder suprimir de modo directo la agresividad de los seres humanos. Sin embargo, se puede recurrir  a vías indirectas, reforzando el Eros, principio de vida contra Thánatos, principio de muerte. Todo lo que hace surgir lazos emocionales entre los seres humanos obra contra la guerra; todo lo que civiliza al ser humano trabaja contra la guerra” (Obras Completas,III:3,215). Pero nos advierte que estas dos pulsiones se enfrentan y buscan equilibrarse y no sabemos cuál será la que predomine  sobre la otra. Termina con una frase misteriosa y resignada: “hambrientos, pensamos en el molino, que muele tan lentamente que podemos morir de hambre antes de recibir la harina”. Aquí aparece cierto pesimismo de Freud frente al curso de nuestra historia. Ahora, horrorizados, estamos presenciando lo que el gran psicanalista intuyó.

 
 
   No obstante, seguimos buscando tenazmente la paz y nunca desistiremos. Si no puede ser como estado permanente, por lo menos como un espíritu que nos hace preferir el diálogo a la confrontación, la búsqueda cordial de puntos en común al enfrentamiento belicoso.

   El presupuesto básico para la paz consiste en afirmar la humanidad en todos y en cada ser humano, independiente de su condición étnica, cultural, religiosa y de género. Todos debemos tratarnos humanamente. Esto, lamentablemente, no ocurre. Hay  supremacistas raciales (blancos), y todo tipo de exclusivismos. Por ejemplo, el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, en una actitud típicamente supremacista declaró en una entrevista a periodistas internacionales: “nosotros estamos luchando contra animales y actuando de acuerdo… utilizando todo el poder bélico para reducir la Ciudad de Gaza a escombros”. Esto solo es posible negando humanidad a los habitantes de la Franja de Gaza, considerándolos sub humanos y, peor, reducidos a animales.

   De esta forma, todo sometimiento de un pueblo por la violencia y por la guerra deja en este un rastro de amargura, de odio y de deseo de venganza, que dará origen a reacciones violentas, a atentados y a nuevos conflictos. Hay que considerar que Israel mató cerca de 15 veces más civiles que los palestinos durante la última década, como afirmó  Oren Yiftachel,  prof. judío israelí de Urban Studies de la Universidad  Ben Gurion del Negev.

   Hay que buscar el encuentro confiado y cordial entre todos los diferentes pueblos. Un hermoso ejemplo nos lo da el Maestro judío Daniel Barenboim, que en su orquestra y escuela en Israel conviven y cultivan la música israelíes, palestinos y judíos juntos. Afirma: “Esto refuerza mi convicción de que sólo puede haber una solución para el conflicto con base en el humanismo, en la justicia y en la igualdad, y sin fuerza armada ni ocupación”. La paz es resultado y consecuencia de este tipo de actitud, bien expresada en la Carta de la Tierra cuando “reconoce que la paz es esa plenitud que resulta de relaciones correctas consigo mismo, con otras personas, con otras culturas, con otras vidas, con la Tierra y con el Todo mayor del cual somos parte” (IV,16f).

   Es triste constatar que en la tierra del Príncipe de la Paz, Jesús de Nazaret, sucedan tales violencias brutales y guerras devastadoras, cuyas víctimas son en su  mayoría civiles e  inocentes madres y niños.

   Para terminar, es el momento de proclamar Shalom, Salam, Pax et  Bonum, Paz y Bien.

*Leonardo Boff ha escrito Virtudes para otro mundo posible, vol.III, Beber y comer juntos y vivir en paz, Vozes y Sal Terrae  2006; Oración de San Francisco: un mensaje de paz para el mundo de hoy,  Vozes  y Sal Terrae 2014.

Traducción de María José Gavito Milano