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Opinión | Telésforo Isaac / obispo Iglesia Episcopal Dominicana

Me parece bien indicar al lector que la narrativa de “El capricho del profeta Jonás”, es una forma de decir, que el pueblo hebreo, Israel, ha tenido desprecio por otras gentes, llamados por ellos: gentiles, paganos; y también  ha asumido un sentido de descrédito por otros linajes  de su misma  tradición abrahámica, o sea, musulmanes, árabes y, muchas veces, los seguidores de Cristo.

Lo escrito en el libro de Jonás, es en realidad una forma de alegoría que sirve de imagen metafórica para expresar la tendencia obsesiva que, desde siempre, han tenido los conservadores judíos. En muchos casos, esa obsesión se revierte a los de fe, religión y cultura hebrea.

En esta ocasión, la narrativa del profeta Jonás está dirigida al pueblo de Nínive, capital entonces de los asirios; porque quienes profesaban la fe según la Ley de Moisés, los seguidores de Yahvé-Jehová, consideraban a los ninivitas como podridos de pecados e impunes, por estar condenados irreparablemente y sin posibilidad de arrepentimiento. 

Dado que Jonás es un llamado profeta de Dios, él está atento al sentir de la religión, tradición y cultura, que impera en su gente; y, por tanto, es caprichoso, rebelde, renuente y resuelto desobediente, para no cumplir el mandato divino de ir a predicar a ese pueblo.

Generalmente, se conoce este relato por la fallida huida de Jonás cuando se embarcó e intentó fugarse de Israel hacia el oeste, a una destinación contraria, el pueblo de Nínive, que está al noreste. Se frustra su escape y es tragado por un gran pez, y estuvo allí por tres días. Para una mente ágil y de conocimiento, se entiende que esta leyenda es una alegoría, un tipo literario de imagen metafórica.  Y me hace recordar la historia de un niño de seis años (mi nieto Nacho) quien, al encontrar el regalo de los Santos Reyes, lo miró bien y dijo: “este no lo trajo los Santos Reyes de Oriente, porque tiene código de barras de la tienda donde venden juguetes”. Con esta rendición de conciencia y realidad, entendemos la razón del relato del capricho y la desobediencia de Jonás, escrito en esa forma.

Jonás puede ser considerado como un profeta obstinado, renuente; ya que, “en lugar de obedecer, trató de huir del Señor” (Jonás 1:3). Él se distingue entre todos los demás porque el Señor Dios se dirigió a él con una encomienda evangelística específica de “ir a la gran ciudad de Nínive y anunciar que sería destruida por la noticia de su maldad” (Jonás 1:2). En lugar de obedecer el mandato del Señor Dios, como ordinariamente hacían los demás profetas, Jonás se rebeló; desobedeció a Dios y trató de huir para eludir el cumplimiento de la misión que le fue encomendada.

Su actitud parece ser insólita; pero, más bien, este relato bíblico es una manera novedosa de explicar la conducta de una persona con capacidad de decisión y con una misión bien definida, quien, en lugar de acceder y cumplir el mandato de Dios, trata de imponer su propia voluntad y criterio, desviando su vocación por sentimientos de prejuicio, arrogancia, insensibilidad humana, falta de conciencia crítica o por no comprender el alcance del amor, la misericordia y la voluntad divina.

La desobediencia del profeta Jonás llama poderosamente la atención, ya que su actitud se distingue de otros personajes bíblicos en los siguientes aspectos que son muy notables: Primero, el profeta trata de eludir la comisión que Dios le encomienda y busca escapar a un lugar lejano. 

Esto parece indicar que Jonás pensaba que Dios estaba restringido a un lugar o territorio limitado, o que el Señor era Dios de una comunidad específica y exclusiva (Israel) y no el Dios de todas las naciones, el soberano de toda la creación. Segundo, la dramática experiencia del profeta Jonás, echado al mar y tragado por un pez para obligarlo a ir al destino trazado por Dios, (Jonás 1:15:17) no vino al comienzo de su llamamiento, sino después de su negación de cumplir con el mandato de Dios.

Tercero, Jonás se arrepintió en apariencia por la manera inusual con que Dios lo obligó a tomar el camino hacia el cumplimiento de su misión. Jonás, el encomendado de Dios se puso en marcha y fue a Nínive (localizada a 450 km al noroeste de Jope) entró en la ciudad y caminó todo un día, diciendo a grandes voces: “¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!” (Jonás 3:4) Cuarto, el mensajero de Dios lleva su encargo, que es sumamente corto, para exhortar a los ninivitas al arrepentimiento y éstos aceptan el llamado de Dios sin mayor esfuerzo del profeta. Quinto, al darse cuenta Jonás que el pueblo acepta su predicación y se arrepiente y es perdonado por la misericordia del Señor, el profeta se enoja.

Es interesante leer: “a Jonás le cayó mal lo que el Señor Dios había hecho, y se disgustó mucho” (Jonás 4:1). Sexto, el profeta interpela a Dios, argumentando que el Señor “es tierno y compasivo” y que “anuncia un castigo y luego se arrepiente”, por tanto, él (Jonás) sabía lo que iba a pasar. 

Debido a eso, quiso huir a Tarso, incumpliendo con el mandato y ante el hecho de la compasión divina, “prefería morir que seguir viviendo”. Séptimo, el relato es, en fin, una lección al profeta y a toda persona de vocación religiosa, para que comprenda que Dios ama a toda la creación; y que, a pesar de los errores y pecados que la comunidad comete, el Señor tiene compasión y perdona a los que se arrepienten; y, además, es señal inequívoca de que “Dios no hace acepción de persona, pueblo ni nación”