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Opinión | Leonardo Boff/Teologo de la Liberación

La COP28 realizada en Dubai, en los Emiratos Árabes, ha terminado como terminaron las anteriores: con solo un llamamiento a la reducción de los combustibles fósiles; pero se suprimió la expresión “eliminación progresiva” del uso del petróleo, lo que deja el campo abierto para su uso y explotación.

Es importante señalar que los presidentes de los países más decisivos en este tema, Estados Unidos y Rusia no se estuvieron presentes. Aumentó sin embargo el número de lobistas de las empresas de petróleo, gas y carbón.

Como hizo notar una analista brasilera (Cora Rónai), “esta COP28 es una bofetada en la cara de la humanidad, una tomadura de pelo a quienes se preocupan de verdad de los efectos de nuestras acciones sobre el planeta” (O Globo,7/12, segundo cuaderno,8). Efectivamente los miles de presentes allí no mostraron la sensibilidad necesaria para el drama que significará el aumento del calentamiento global, rozando dentro de poco los 2 grados Celsius o más. El lucro de las empresas, la lógica sistémica de la competición sin ningún atisbo de cooperación efectiva, el asalto continuado a los bienes y servicios naturales, la flexibilización de las leyes que limitan las intervenciones en la naturaleza y el debilitamiento de los controles legales en sociedades dominadas por el sistema neoliberal-capitalista, hacen que no se cambie de rumbo, a lo máximo que se hagan correcciones internas al sistema, que son como una especie de esparadrapo encima de las heridas sin que se ataque la causa de ellas. 

Mantenido el sistema del capital con su dinámica insaciable y su cultura cubriendo todas las esferas, y más aún la “Gran Transformación” (Polanyi) de una sociedad con mercado a una sociedad de total mercado, revelan la tendencia a volver inhabitable al planeta. Ya hace años el genetista francés Albert Jacquard (J’acuse l’économie triomphante,1986) señalaba el carácter suicida del sistema capitalista, su pulsión de muerte, pues se funda sobre el agotamiento de las condiciones que garantizan la vida, cuyo motor es la competición que devora sin piedad a sus competidores, siempre con la perspectiva de mayores beneficios monetarios. 

Tal vez esta pequeña historia venida de Iraq, destruido por Bush y sus aliados en una guerra injusta a partir de 2003, nos pueda iluminar acerca de los peligros que se nos presentan por delante.

Se cuenta que «un soldado de la antigua Basora, devastada por el ejército norteamericano en la querra contra Iraq, lleno de miedo, fue a ver al rey y le dijo: “Mi Señor, sálvame, ayudame a huir de aquí. Estaba en la plaza de mercado y encontré a la Muerte vestida de negro que me miró con una mirada mortal. Préstame tu caballo real para que pueda correr deprisa a Samara que está lejos de aquí. Temo por mi vida si me quedo en la ciudad”. El rey cumplió su deseo. Más tarde el rey encontró a la Muerte en la calle y le dijo: “mi soldado estaba muy asustado; me contó que te encontró y tú lo mirabas de forma extrañísima”. “Oh, no”, respondió la Muerte, “mi mirada era solo de estupefacción, pues me preguntaba cómo ese hombre iba a llegar a Samara que queda tan lejos de aquí, porque esta noche lo espero allí”. De hecho, lo encontró por la noche y le dio el abrazo de la muerte».

Este cuento se aplica al momento actual. Vislumbramos la muerte, el fin de nuestro tipo de mundo asentado en la superexplotación de la naturaleza, pero no disminuimos la aceleración del crecimiento ilimitado, aunque las ciencias nos aseguran que ya hemos tocado los límites que la Tierra puede soportar. Y que ella ya no aguanta más. La voracidad consumista de los países opulentos, situados por lo general en el Gran Norte, está exigiendo más de una Tierra y media para atender sus demandas. Tenemos poco tiempo y menos aún sabiduría. Ya hemos inaugurado una nueva fase de la Tierra, en ebullición y supercalentada (el antropoceno, el necroceno y el piroceno). Los propios climatólogos, en su mayoría, se han vuelto tecnofatalistas y resignados. La ciencia y la técnica han llegado demasiado atrasadas. Ya no podemos detener el nuevo curso de la Tierra en calentamiento. Sí podemos advertir a la humanidad de la llegada cada vez más frecuente de los eventos extremos y mitigar sus efectos dañinos, pero se nos escapa la posibilidad de evitarlos.

Las consecuencias para toda la humanidad, particularmente para los países insulares del Pacífico, amenazados de desaparecer, y específicamente para los más desasistidos y pobres serán de mayor o menos gravedad dependiendo de las regiones. Pero miles de víctimas tendrán que emigrar pues sus territorios se volverán demasiado calientes, se agostarán las cosechas, campearán el hambre y la sed, los niños y ancianos que no consigan adaptarse acabarán muriendo. Tales fenómenos obligarán a los planificadores a redefinir el trazado de las ciudades, en particular las situadas en las orillas de los océanos, cuyas aguas subirán significativamente.

Usemos ejemplos comunes. Una vez lanzada una ojiva nuclear desde una gran altura, ya no puede ser detenida. Rotos los diques de la empresa minera Vale en Brumandinho-MG, fue imposible detener la avalancha de miles de toneladas de residuos, barro y agua que, criminalmente, produjeron 172 víctimas y arrasaron la región. 

Es lo que está ocurriendo con la Tierra. La “colonia” humana con relación al organismo-Tierra se está comportando como un grupo de células cancerígenas. En un momento dado perdieron la conexión con las otras células y empezaron a replicarse caóticamente, a invadir los tejidos

circundantes, a producir sustancias tóxicas que acaban por envenenar todo el organismo. ¿No hemos hecho eso al ocupar el 83% del planeta?

El sistema económico y productivo se ha desarrollado desde hace tres siglos sin tener en cuenta su compatibilidad con el sistema ecológico. Hoy, tardíamente, nos damos cuenta de que ecología y modo industrialista de producción, que implica el saqueo sistemático de la naturaleza, son contradictorios. O cambiamos o llegaremos a Samara, donde nos espera algo siniestro. 

Todos estos problemas exigirían una gobernanza global, para pensar globalmente soluciones globales. No hemos madurado aún para esta exigencia evidente. Continuamos víctimas del soberanismo obsoleto de cada nación y de esta forma, ciegos, engrosamos el cortejo de los que van en dirección a la fosa común. Ojalá despertemos a tiempo.

*Leonardo Boff ha escrito Tierra Madura: una teología de la vida, Planeta, São Paulo 2023; Habitar la Tierra: ¿cuál es el camino para la fraternidad universal? Vozes 2022.

Traducción de MªJosé Gavito Milano