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Opinión | Leonardo Boff/Teologo de la Liberación

Mi sentimiento del mundo me dice que posiblemente nunca en la historia de los últimos tiempos hemos vivido, a nivel universal, tanta inhumanidad.

Cuando hablo de inhumanidad quiero expresar  el total desprecio del valor del ser humano para otro ser humano diferente, ya sea de etnia (negros, indígenas, palestinos), sea político (fundamentalistas, conservadores), sea de religión (musulmanes, umbandistas), sea de género (mujeres y personas LGBT+). Por unas zapatillas se mata a una persona. Una pequeña discusión de tráfico puede terminar en un asesinato a tiros.  

Sin  hablar de la guerra Russia-Ucrania (por detrás estan los USA y la NATO), toda la humanidad está presenciando la más terrible inhumanidad, a través de los medios  digitales, a cielo abierto: la destrucción de todo un pueblo, los palestinos de la Franja de Gaza, con miles de niños inocentes sacrificados por la furia vengativa del actual primer ministro israelí Benjamín Netanyahu. Su ministro de Defensa declaró explícitamente que los palestinos de la Franja de Gaza (especialmente el brazo militar de Hamas que perpetró un acto terrorista contra Israel el 7 de octubre de 2023 con más de mil víctimas) son como animales, son sub-humanos y así deben ser tratados, eventualmente, exterminados.

Cercados por todas partes, como en un campo de exterminio, los que viven en la Franja de Gaza están siendo  atacados permanentemente de día y de noche, por tierra, mar y aire por las fuerzas de guerra del gobierno israelí. Muchos mueren de sed, de hambre bajo los escombros y de sus heridas, pues les es  negado todo.

Ni de lejos se alimenta la idea de que todos somos humanos, del mismo género de seres y, por lo tanto, que existe un lazo innegable de hermandad entre todos. Todos respiramos, todos pisamos el mismo suelo, todos recibimos los mismos rayos de sol y las gotas de lluvia. Todos, por altos que sean sus cargos, tenemos que atender las necesidades de la naturaleza. El rey de Inglaterra no puede decir a su servidor: vete a hacer pipí por mi. En este punto reina la más radical democracia en grado cero, que incluye a reyes, reinas,  papas, millonarios, gente sencilla del pueblo, hombres y mujeres, niños y ancianos.

¿Por qué somos incapaces de tratarnos humanamente? Es decir, de acogernos  como miembros de la misma especie homo,  respetarnos en nuestras distintas formas de organizar la vida social y personal, los hábitos, tradiciones,  expresiones religiosas y prácticas  sexuales. ¿Qué existe en nosotros que nos hace  enemigos unos de otros, homicidas, fratricidas, etnocidas y últimamente biocidas? Hay algunos que afirman que el hombre de Neandertal, también un humano pensante, habría sido exterminado por el homo sapiens.

Los bioantropólogos ya han observado que somos una especie extremadamente activa, inquieta, violenta y posiblemente con poca duración sobre este planeta. Por otro lado, genetistas y neurólogos  (cf.Watson, Crik, Maturana) constatan que pertenece a nuestro ADN el amor, la solidaridad,  el sentimiento de pertenencia. ¿Hay cómo   encajar estos datos aparentemente contradictorios? ¿Por qué  hemos llegado a los niveles de inhumanidad actuales?

No conozco ninguna respuesta satisfactoria. Lo que podemos decir, como han sostenido tantos pensadores, es que el ser humano, por su condición existencial, es simultáneamente sapiens y demens. Está movido por impulsos contradictorios que conviven en la misma persona, uno de destrucción y otro de construcción. He trabajado con dos categorías:  la dimensión sim-bólica del ser humano (la que une y congrega) y la dimensión dia-bólica (la que desune y desagrega). Ambas conviven, se enfrentan y aportan dinamismo a la historia.

 

En ocasiones, por múltiples razones que no podemos exponer aquí, predomina la dimensión simbólica. Así surge una sociedad de convivencia pacífica y colaboradora. En otras, impera la dimensión dia-bólica que desgarra el tejido social, produce violencia e incluso guerras. Temo que estamos en este momento bajo el predominio de lo dia-bólico, pues prevalece el pensamiento fundamentalista, fascista y de uso de la violencia para resolver los problemas humanos.

No basta describir esta fenomenología de dualidad. Tenemos que cavar más hondo. Estimo que la causa principal de la inhumanidad actual e histórica reside en la erosión de la Matriz Relacional (Relational Matrix). Es decir, a lo largo de la historia, lentamente pero finalmente de forma cabal, rompemos el sentimiento de que todos estamos interligados, de que se instauran relaciones entre todos los seres, formando el gran todo de la naturaleza, de la Tierra e incluso del cosmos.

Con la irrupción de la razón y su uso como poder de dominación, hemos roto con la Matriz Relacional. Nos hemos considerado señores y dueños de las cosas. Podemos usarlas sin el menor escrúpulo en  benefício nuestro, con el falso supuesto de que ellas no poseen valor en sí mismas y, por eso, carecen de propósito, inclusive el planeta Tierra. Así se fundó el  paradigma de la modernidad.

Esa ruptura se muestra hoy extremadamente dañina, pues la naturaleza, o la Tierra, están volviéndose contra nosotros, enviándonos eventos extremos, una gama de virus letales y, en los últimos tiempos, el calentamiento global, que ya no tiene vuelta atrás. Ha iniciado una nueva y peligrosa fase del planeta Tierra y de la historia humana.

La ruptura de la Matriz Relacional con los seres de la naturaleza llevó a una ruptura con su origen, con el Creador de todas las cosas. Lo que se llamó “la muerte de Dios” significa que perdimos aquel Eslabón que daba cohesión y sentido de plenitud a nuestra vida y la existencia de un Sentido último de la vida y de la historia. La proclamación  de la muerte de Dios (su ausencia en nuestra  conciencia personal y colectiva) dio origen a seres humanos desenraizados y hundidos en una profunda soledad. Lo opuesto a una visión  humanístico-espiritual del mundo, que sustenta que la vida tiene sentido y la  historia no termina en el vacío, no  es el materialismo o el ateísmo: es el desenraizamiento y el sentimiento de que estamos solos en el universo y perdidos, cosa que una visión humano-espiritual del mundo impedía.

Hoy tenemos que volver a nuestra propia esencia para refundar un humanismo mínimo. Quiero decir,  colocar como marcos orientadores de nuestra existencia y coexistencia en este planeta  el cuidado de unos a otros y de la comunidad de vida, el amor como la mayor fuerza congregadora y humanizadora de todas las relaciones, desentrañar de nuestro interior nuestra potencia de solidaridad especialmente con los que quedaron atrás, una opción colectiva por la co-responsabilidad sobre el destino común, y, finalmente, abrirnos a aquella Energía poderosa y amorosa que intuimos en nuestro propio ser como razón y soporte de toda la realidad. Podemos darle mil nombres o ninguno. Las religiones la llaman Dios, los cosmólogos, Abismo alimentador de todos los seres, o lo que prefiero, “aquel Ser que hace ser a todos los seres”. Olvidemos los nombres y concentrémonos en esa Energía Inteligente y Suprema que sustenta y subyace a todos los seres y fenómenos. Es una visión humano-espiritual de las cosas.

Sobre estos presupuestos podremos fundar un humanismo mínimo, mediante el cual todos nos reconoceremos como compañeros del mismo  caminar en este planeta y como hermanos y hermanas de todas las cosas (pues tenemos la misma base genética) y unos de otros. Para ser realistas, el dato sim-bólico y dia-bólico estará presente, pero bajo la regencia de lo sim-bólico.

De esta forma construiremos una convivencia humana en la cual no será tan difícil acogernos los unos a los otros y en la que podrá florecer la solidaridad esencial y el amor “que mueve el cielo, todas las estrellas” y nuestros  corazones. O damos este paso o nos devoraremos unos a otros.

*Leonardo Boff ha escrito Tierra madura: una teología de la vida, São Paulo, Planeta 2023.

Traducción de María José Gavito Milano

 

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