Hay una convergencia de innumerables crisis que están afligiendo a toda la humanidad.
Sin necesidad de citarlas todas, voy a restringirme a dos, extremadamente peligrosas, incluso letales: una guerra nuclear entre las potencias militaristas, disputándose la hegemonía en la dirección del mundo. Como nunca hay total seguridad, ahí funcionaría la fórmula 1+1=0, o sea, se llevaría consigo todo el sistema-vida humana. La Tierra continuaría, empobrecida, llena de llagas, pero todavía giraría alrededor del sol, no sabemos durante cuantos millones de años, pero sin ese Satán de la vida que es el ser humano demente que perdió su dimensión de sapiente.
La otra es el cambio climático creciente que no sabemos en cuántos grados Celsius se va a estabilizar. Un hecho es innegable, afirmado por los propios científicos escépticos: la ciencia y la técnica han llegado atrasadas. Hemos pasado el punto crítico en el que ellas todavía nos podrían ayudar. Ahora solo pueden advertirnos de los eventos extremos que vendrán y disminuir los efectos dañinos. Algunos climatólogos sugieren que en los años venideros el clima posiblemente se establecería en términos globales en torno a los 38-40 grados Celsius. En otras regiones podría llegar en torno a los 50°C. Habrá millones de víctimas, especialmente entre los niños y las personas mayores, que no conseguirán adaptarse a la nueva situación de la Tierra.
Esos mismos científicos han advertido a los Estados sobre el hecho de millones de migrantes, que dejarán sus tierras queridas debido al exceso de calor y a la frustración de las cosechas de alimentos. Es posible y deseable que obligatoriamente haya una gobernanza planetaria global y plural, constituida por representantes de los pueblos y de las clases socialespara pensar sobre la situación modificada de la Tierra, que no respete los límites de las naciones. Se trata de salvar no este o aquel país, sino a toda la humanidad. Con realismo el Papa Francisco ha dicho varias veces: “esta vez no hay un arca de Noé que salva a algunos y deja a los demás: “o nos salvamos todos o nadie se salva”.
Como se deduce, estamos ante una situación límite. La conciencia de esta urgencia es muy débil en la mayoría de la población, entorpecida por la propaganda capitalista de un consumo sin freno y la de los propios estados, controlados en gran parte por las clases dominantes. Estas solo miran a un horizonte por delante, crédulas de un progreso ilimitado en dirección al futuro, sin tomar nunca en serio que el planeta es limitado y no aguanta, y que necesitamos 1,7 planetas Tierra para satisfacer su consumo suntuoso.
¿Hay una salida para este acúmulo de crisis, a dos de las cuales nos hemos restringido? Creo que ni el Papa ni el Dalai Lama, ni ningún sabio privilegiado pueden predecir cuál sea nuestro futuro. Si miramos las maldades del mundo tenemos que dar la razón a José Saramago, que decía: “No soy pesimista; la situación es la que es pésima”. Recuerdo al cautivador San Francisco de Asís que, encantado, veía el lado luminoso de la creación. Pedía sin embargo a sus cofrades: no consideren demasiado los males del mundo para no tener motivos para reclamar a Dios. En cierta manera todos somos un poco Job que reclamaba, pacientemente, por todos los males que lo afligían. Nosotros también reclamamos porque no entendemos el porqué de tanta maldad, especialmente por qué Dios se calla y permite que, muchas veces, el mal triunfe como ahora frente al genocidio de niños inocentes en la Franja de Gaza. ¿Por qué no interviene para salvar a sus hijos e hijas? ¿No es Él “el apasionado amante de la vida” (Sabiduría 11,26)?
Se atribuye a Freud, que no se consideraba un hombre de fe, la frase siguiente: si me presento delante de Dios, tengo más preguntas que hacerle a él que él a mí, pues hay tantas cosas que nunca entendí cuando estaba en la Tierra.
Ni la filosofía ni la teología consiguieron hasta hoy ofrecer una respuesta convincente al problema del mal. Lo máximo fue afirmar que Dios, al aproximarse a nosotros por la encarnación –no para divinizar al ser humano sino para humanizar a Dios– va con nosotros al exilio, asume nuestro dolor y hasta la desesperación en la cruz. Eso es grandioso, pero no responde al por qué del mal. ¿Por qué Dios humanado tuvo que sufrir también él y “aunque fuera Hijo de Dios, aprendió la obediencia por medio de los sufrimientos que tuvo” (Hebreos,5,8)?. Esa propuesta no hace desaparecer el mal. Continúa como una espina en la carne.
Tal vez tengamos que contentarnos con la afirmación de Santo Tomás de Aquino que escribió, así reconocido ampliamente, uno de los más brillantes tratados “Sobre el Mal”( De Malo). Al final, se rinde ante la imposibilidad de la razón para explicar el mal y concluye: “Dios es tan poderoso que puede sacar un bien del mal”. Eso es fe confiante, no razón razonante.
Lo que podemos decir con cierta seguridad es: si la humanidad, especialmente el sistema del capital con sus grandes corporaciones globalizadas, continúa con su lógica de explotar hasta agotar los bienes y servicios naturales en función de su acumulación ilimitada, entonces podremos decir con la expresión de Zygmunt Bauman que “engrosaremos el cortejo de aquellos que se dirigen hacia su propia sepultura”.
Después de haber cometido el peor crimen perpetrado en la historia: el asesinato judicial del Hijo de Dios, clavándolo en la cruz, nada ya es imposible. Como dijo J.P.Sartre después de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki: el ser humano se ha apropiado de la propia muerte. Y Arnold Toynbee, el gran historiador, comentó: ya no necesitamos que Dios intervenga para poner fin a su creación; cupo a nuestra generación presenciar la posibilidad de su propia destrucción.
¿Pesimismo? No. Realismo. Pero también tenemos la posibilidad de dar el salto de la fe que se inscribe como una posible emergencia del proceso cosmogénico: creemos que el verdadero señor de la historia y de su destino no es el ser humano, sino el Creador, que de las ruinas y de las cenizas puede crear un hombre nuevo y una mujer nueva, un nuevo cielo y una nueva Tierra. Allí la vida es eterna y reinará el amor, la fiesta, la alegría y la comunión de todos con todos y con la Suprema Realidad. Et tunc erit finis.
*Leonardo Boff ha escrito: Cuidar la Tierra-proteger la vida: cómo escapar del fin del mundo, Nueva Utopía, Madrid 2011; Nuestra resurrección en la muerte, Vozes 2012, Sal Terrae en español.