Contáctenos Quiénes somos
Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

En la sociedad contemporánea, la obsesión por la riqueza ha alcanzado niveles vertiginosos.

Las personas son alabadas y admiradas por su fortuna material, a menudo sin tener en cuenta el origen de esa riqueza. Este fenómeno plantea importantes interrogantes sobre los valores que estamos promoviendo y los modelos a los que estamos dando lugar.

En primer lugar, es esencial comprender que la riqueza no es necesariamente sinónimo de virtud o mérito. Mientras que algunas personas han acumulado su riqueza a través del trabajo arduo, la innovación y la contribución genuina a la sociedad, otras lo han hecho a expensas de prácticas cuestionables o incluso inmorales. Sin embargo, la sociedad a menudo tiende a celebrar indistintamente a todos aquellos que ostentan una gran fortuna, sin detenerse a examinar la integridad de sus acciones.

Esta tendencia se ve exacerbada por la omnipresencia de las redes sociales y los medios de comunicación, que glorifican el estilo de vida lujoso y superficial. Las imágenes de mansiones, autos de lujo y viajes exóticos inundan nuestros feeds, alimentando la ilusión de que la riqueza es el único indicador de éxito y felicidad. En este contexto, es fácil entender por qué tantas personas anhelan desesperadamente alcanzar ese estatus económico elevado, sin cuestionar las implicaciones éticas de dicho objetivo.

La adherencia a estos modelos de riqueza es tal, que aun cuando en ocasiones se adquieren ciertas propiedades con sacrificio de trabajo arduo, conforme las posibilidades, como un tipo de vehículo o la primera casa, en lugar de felicitar la labor del adquiriente, el enfoque es criticar y cuestionar porqué no se adquirió un vehículo o una propiedad de mejor calidad.

Sin embargo, es fundamental desafiar esta narrativa superficial y cuestionar qué tipo de personas estamos realmente admirando y emulando. ¿Deberíamos idolatrar a aquellos cuya riqueza proviene de la explotación de otros, la evasión de impuestos o la destrucción del medio ambiente? ¿O deberíamos buscar modelos a seguir que encarnen valores más nobles, como la honestidad, la empatía y la responsabilidad social?

En lugar de glorificar ciegamente la riqueza, deberíamos reconocer y celebrar a aquellos que han logrado el éxito de manera ética y sostenible. Estos pueden ser empresarios que priorizan el bienestar de sus empleados sobre las ganancias, filántropos que utilizan su fortuna para abordar problemas sociales urgentes, activistas que luchan por la justicia y la igualdad o sencillamente, personas común y corriente que construyen una vida, logrando superar situaciones de gran adversidad, pobreza y limitaciones, sin embargo, la responsabilidad, la ética, el amor por los demás, siempre le acompañan, sin necesidad de opacar la vista de otro. Son estas personas las que verdaderamente merecen nuestra admiración y apoyo, ya que no solo han alcanzado el éxito material, sino que lo han hecho de una manera que beneficia no solo su familia, sino a la sociedad en su conjunto.

En última instancia, la obsesión con la riqueza sin escrúpulos solo perpetúa la desigualdad y el sufrimiento en el mundo. Es hora de reevaluar nuestros valores y reconocer que el verdadero éxito va mucho más allá del saldo bancario. Al mirar más allá de la superficie y valorar la integridad sobre la opulencia, podemos construir una sociedad más justa, equitativa y compasiva para todos.