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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

 Comenta una frase popular, que, cuando las personas nacemos, somos libros en blanco, en los cuales se pueden escribir nuevas y diferentes historias, las cuales van a depender de muchos factores socioculturales, instrucción académica y, sobre todo, el entorno familiar en el cual nos desembolsamos, mismo que nos trasmite las esperanzas y perspectivas sobre la vida, camino que más adelante querremos recorrer, para construir nuestro propio destino.

Como “libros en blanco”, cada acción y comportamiento que recibamos de manera voluntaria o involuntaria va a forjar nuestro comportamiento, ímpetu y personalidad que nos acompañará durante toda la vida y marca el mejor momento para inculcar proyectos y propósitos de vida a largo plazo.

 Es por ello que, desde niños/as, en nuestros hogares, se nos inculca la educación como principal intención de vida, reconociendo que la misma es la principal arma para expandir nuestras neuronas y cerebro y llevarla a su máxima capacidad, pudiendo maximizar habilidades y destrezas y la construcción de un futuro común.

Es fundamental reconocer que la educación, no solo juega un rol social o de estatus en nuestras vidas, sino que la misma contribuye con el desarrollo de valores y habilidades como:

·         El pensamiento crítico, fomentando la capacidad de analizar, evaluar y cuestionar informaciones de manera critica.

·         Desarrollo y ampliación del conocimiento, ya que, a través de la misma, se adquieren conocimientos en una variedad de disciplinas y temas.

·         Desarrollo de habilidades cognitivas, impulsando el desarrollo de habilidades como la memoria, la atención y la capacidad de concentración.

·         Empoderamiento y transformación social, ya que la educación tiene el poder de transformar las sociedades, al capacitar a las personas para que se conviertan en ciudadanos informados y participativos.

·         La educación no solo desarrolla habilidades y destrezas, sino también valores humanos como el respeto, responsabilidad, empatía, tolerancia, honestidad y ética, solidaridad y colaboración, perspectiva y determinación, creatividad y curiosidad.  

Por lo antes mencionado y otros criterios más, la diferencia entre una sociedad educada y otra que no, puede ser significativa, en los términos de que, en el caso de recibir la instrucción, se poseen conocimientos en áreas específicas y permite una mejor comprensión del mundo, una participación, presente, consciente e informada en la vida pública-social.

Por otro lado, recibir educación, amplía la perspectiva de vida y la mentalidad, ya que el estudio sistémico fomenta el aprendizaje continuo y curiosidad intelectual. Las personas y sociedades que estudian suelen ser más abiertas a nuevas ideas, perspectivas y experiencias, mientras que aquellos que no estudian, pueden tener una visión mas limitada del mundo, solo construida a partir de experiencias vividas en sus entornos, lo cual restringe sus oportunidades de vida y socialización.

La educación puede abrir puertas a más oportunidades laborales y profesionales, mejores remunerados y más satisfactorios, así como más posibilidades de desarrollo profesional y personal.

En un mundo cada vez más interconectado, la importancia de estudiar no puede ser subestimada.

La diferencia entre una sociedad que aprende y se capacita, se refleja en términos de conocimientos adquiridos, habilidades desarrolladas, perspectivas amplias, comprensión de la vida y la relación de juicio y respecto con sus semejantes, mejor convivencia, empatía, respeto por el derecho ajeno, una sociedad que se empodera y sabe tomar decisiones acertadas y oportunas.

Finalmente, estudiar desafía las percepciones personales y permite un mayor autoconocimiento. Al enfrentarse a entornos desconocidos, las personas descubren nuevas facetas de sí mismas, sus fortalezas y debilidades. Este autodescubrimiento puede ser transformador, impulsando un crecimiento personal significativo.

Estudiar no solo es una aventura emocionante, sino una inversión en el desarrollo integral de una persona. Desde el enriquecimiento cultural hasta el crecimiento personal, estas experiencias contribuyen a una visión más global y comprensiva del mundo que nos rodea.