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Opinión | Telésforo Isaac / obispo Iglesia Episcopal Dominicana

El tiempo, ese que algunos llaman implacable porque siempre transcurre, está vinculado al quehacer humano de manera indisoluble.

Por esa razón, es necesario reflexionar sobre cómo pasamos el “tiempo” (momento) y cuál es su real naturaleza. Filósofos griegos, señalados pensadores de creencias orientales, y algunos autores de las sagradas escrituras, que han expresado sus consideraciones sobre el misterio del “tiempo”, aseguran que el pasado, presente y futuro, existen simultáneamente. Alegan que el tiempo es ahora, es el presente, y es permanente; no pasa, no va a venir; no tiene espacio físico; sólo es un concepto mental, cognitivo, referido al conocimiento de lo que ha sido, lo que perdura y lo que será siempre.  

Por otro lado, dos eminentes científicos contemporáneos, Albert Einstein y Stephen Hawking, han divulgado sus conceptos de la “naturaleza del tiempo”, afirmando que éste depende de la velocidad y la gravedad al transitar en el cosmos; en otras palabras, de cómo caminamos y de nuestro peso corporal.

Para nosotros, la misteriosa dimensión que llamamos “tiempo” o “momento”, es parte de la existencia misma; es lo que sabemos del pasado, lo que vemos ocurrir ahora, y las ilusiones que se tienen del porvenir. De todos modos, el misterio del “tiempo” nos hace reflexionar sin obtener una respuesta definitiva.

En la Biblia, la palabra tiempo aparece citada 31 veces, y siempre que se menciona hace referencia a período, lapso, ciclo, determinada época o estación.  Lo más conocido sobre el vocablo tiempo, se encuentra en Eclesiastés 3: 1-8. (RVR1960): “En el mundo, todo tiene su hora para todo lo que existe” El capítulo termina diciendo: “Nada existe que no haya existido antes, nada existirá que no exista ya”.  Además, Eclesiastés 1:2 nos dice: “Vana ilusión, todo es vana ilusión”.