Todos y todas tenemos una procedencia, ya sea provinciana, rural o citadina, la cual ha marcado nuestro punto de origen, donde hemos degustado la inmadurez, desvelado la inocencia y embobinado los recuerdos que quedaron estampados en los almacenes de nuestras vidas.
Por diversas razones abandonamos nuestra oriundez , mientras otros y otras permanecen pululando en la vida del sector, y es gracias a la comunicación moderna expresada en los famosos y muchas veces odiados “grupos” que nos mantenemos en contacto con los mismos, permitiéndonos estar informados e informadas sobre la barriada, el pueblo, el campo, la provincia , el país; pero no hay nada más satisfactorio que vivirlo y sentirlo de forma presencial, volver a recorrer aquellos años cargado de vivencias, arrinconado de sueños y preñado de ilusiones.
Desafortunadamente una de las razones que más nos llevan a reencontrarnos, son los sepelios y las defunciones de aquellas personas que simbolizan la barriada y por demás que han sido coparticipes de nuestras semblanzas, que justifican todas las razones valederas para hacer acto presencial, por el gran significado para nuestras vidas y la de nuestros ancestros, en síntesis, una obligación moral que no podemos eludir.
Es a raíz de este infortunio evento que volví a mi suburbio, que aún como en las mayorías de los pueblos, conservan la tradición de efectuar los novenarios en la casa materna, estando allí me reencontré con personas que vigilaban mi infancia y cuales detectives de la KGB y el FBI, mantenían a mis padres al tanto de todas mis actuaciones, pero, como dato casual, a muchas de esas almas con las que me disolví en un abrazo, con el cual indemnice mis años de ausencias, a pesar de conocernos, no recordaba sus nombres y de otros, nunca lo supe , pero si gravitaba en mi mente sus apodos o sobre nombres, tenía el dilema de si debía llamarlo por el mismo, o me abstenía de pronunciarlo.
En ese momento asumí que los “apodos o sobrenombre” son característicos de nuestras comunidades y aunque se escuchen burlescos guardan un mar de significados y son expresiones que nos conectan con nuestros orígenes y forman parte de nuestra idiosincrasia, por eso a medida que entraba en confianza, olvidé que el bullying es castigado y recordé los gratos momentos de personajes de la barriada como Orlando, “La Muerte”, Fidelio, “Viejo Fin”, José, “Picoteo”, Alejandro “Ñango”, Tony “El Bubu”, Susana “La Caguasa”, Julián “La Soga”, Bernardo “Lambin”, Nicanor “El Globo”, Miguelito “La Bestia”, Octavio “El Gálgulo”, Roberto “El Pato”, Francisco “Encaramao”, Jhony “La Telera”, Joselo “La Quincena”, Rafael “El Loquillo”….
Recordé que los mismos no se limitaban a personas en específicas, también abarcaban a familias completas, como era la familia “Nariz”, la familia “Simio”, y la familia “CH”, ya que sus cuatro hijos eran apodado “Chucho”, “Chucha”, “Chingo” y “Chinguin”; los establecimientos comerciales eran el colmado de “Menso”, la pollera de “Calmita” , la carnicería de “Papa”, la carbonera de “Barba de Rayo”, la cafetería de “Tano” el bar “El Bochinche” y la mini casa y mall del placer “ La Caja de Fosforo”; además de los sin nombres “Bebón”, “Puchucha” , “Putona”, “Chin”, “Bolsa”, “Cuadrao”, “Pupo”, “ Leita”
Mi familia no fue ajena a esto, mi padre, sin pisar una universidad lo apodaban “ El Doctor”, mi hermana, por su escasez de cabello le llamaron “Moño Lejos” , a mi hermano mayor por su estrabismo en los ojos o bizco, lo apodaban “La Viví”, a mi otro hermano, le decían “ Tabo” o “Ratón de Iglesia” por su diminuto tamaño y a quien suscribe lo apodaban “El Pollo” o “Mandela”; pero quien simbolizaba sin dudas la expresión digna del barrio la Fuente, caracterizado por el mulataje, fue Pedrito el zapatero, hombre de test blanca y ojos azules, con pelaje lacio, fiel descendiente de españoles, considerado por sí mismo como un hombre “bello”, se auto denomino “ El Guajapi Lindo de la Fuente”.
Al final, comprendo que los apodos o sobre nombre son parte de nuestra riqueza cultural y característicos de nuestros pueblos, son sinónimos de cercanía, comunidad, vecindad, coexistencia, pertenencia, son el reflejo de nuestras vivencias compartidas, de nuestras historias infinitas, las que nos hacen recordar constantemente que con pequeñas cosas éramos felices.