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Opinión | Doctor Nelson Figueroa Rodríguez/abogado y consultor internacional

Todos y todas tenemos una procedencia, ya sea provinciana, rural o citadina, la cual ha marcado nuestro punto de origen, donde hemos degustado la inmadurez, desvelado   la inocencia y embobinado los recuerdos que quedaron estampados en los almacenes de nuestras vidas.

Por  diversas razones abandonamos nuestra oriundez , mientras otros y otras permanecen pululando en la  vida del sector, y es  gracias a la  comunicación moderna  expresada en   los famosos y muchas veces odiados “grupos” que  nos mantenemos en contacto con los mismos, permitiéndonos estar informados e informadas sobre la barriada, el pueblo, el campo, la provincia , el país; pero no hay nada más satisfactorio que vivirlo y sentirlo de forma presencial, volver a recorrer aquellos años cargado de vivencias, arrinconado de sueños y preñado de ilusiones.

Desafortunadamente una de las razones que más nos llevan a reencontrarnos, son los sepelios y las defunciones de aquellas personas que simbolizan la barriada y por demás que han sido coparticipes de nuestras semblanzas, que justifican todas las razones valederas para hacer acto presencial, por el gran significado para nuestras vidas y la de nuestros ancestros, en síntesis, una obligación moral que no podemos eludir.

Es a raíz de este infortunio evento  que volví a mi suburbio, que aún como en las mayorías de los pueblos, conservan la tradición de efectuar los novenarios en la casa materna, estando allí me reencontré con personas que vigilaban mi infancia y cuales detectives de la KGB y el FBI, mantenían a mis padres al tanto de todas  mis actuaciones,  pero,  como dato casual,  a muchas de  esas almas con las que me disolví en un abrazo, con  el cual  indemnice mis años de ausencias,  a pesar de conocernos, no recordaba  sus nombres y de otros, nunca lo supe , pero si gravitaba en mi mente sus apodos o sobre nombres,  tenía el  dilema de si debía  llamarlo por el mismo, o me abstenía de pronunciarlo.

En ese momento asumí que los “apodos o sobrenombre” son característicos de nuestras comunidades y aunque se escuchen burlescos guardan un mar de significados y son expresiones que nos conectan con nuestros orígenes y forman parte de nuestra idiosincrasia, por eso a medida que  entraba en confianza, olvidé  que el bullying es castigado y recordé los gratos momentos de personajes de la barriada  como Orlando, “La Muerte”,  Fidelio, “Viejo Fin”,  José, “Picoteo”, Alejandro “Ñango”, Tony “El Bubu”, Susana “La Caguasa”, Julián “La Soga”, Bernardo “Lambin”, Nicanor “El Globo”, Miguelito “La Bestia”, Octavio “El Gálgulo”, Roberto “El Pato”, Francisco “Encaramao”, Jhony “La Telera”, Joselo “La Quincena”, Rafael “El Loquillo”….

Recordé que  los mismos no se limitaban  a personas en específicas, también abarcaban a familias completas, como era la  familia “Nariz”, la familia “Simio”, y la familia “CH”, ya que sus cuatro hijos eran apodado “Chucho”, “Chucha”, “Chingo” y “Chinguin”; los establecimientos comerciales  eran el  colmado de “Menso”, la pollera de “Calmita” , la carnicería de “Papa”, la carbonera de “Barba de Rayo”, la cafetería de “Tano” el bar “El Bochinche” y la mini casa y mall del placer “ La Caja de Fosforo”;  además de  los sin nombres “Bebón”, “Puchucha” , “Putona”, “Chin”, “Bolsa”, “Cuadrao”, “Pupo”, “ Leita”

Mi familia no fue ajena a esto, mi padre, sin pisar una universidad lo apodaban “ El Doctor”, mi hermana, por su escasez de cabello le llamaron “Moño Lejos” , a mi  hermano mayor por su estrabismo en los ojos o  bizco, lo apodaban “La Viví”, a mi otro  hermano, le decían “ Tabo” o “Ratón de Iglesia” por su diminuto tamaño y a quien suscribe lo apodaban “El Pollo” o “Mandela”; pero quien simbolizaba sin dudas la expresión digna del barrio la Fuente, caracterizado por el mulataje, fue Pedrito el zapatero,  hombre  de test blanca y ojos azules, con pelaje lacio, fiel descendiente de españoles, considerado por sí mismo como un hombre “bello”, se auto denomino “ El Guajapi Lindo de la Fuente”.

Al final, comprendo que los apodos o sobre nombre son parte de nuestra riqueza cultural y característicos de nuestros pueblos, son sinónimos de cercanía, comunidad, vecindad, coexistencia, pertenencia, son el reflejo de nuestras vivencias compartidas, de nuestras historias infinitas, las que nos hacen recordar constantemente que con pequeñas cosas éramos felices.