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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

La maternidad nos cambia, nos transforma, y sin dudas deja huellas profundas en nuestro ser. Así como ocurre con el mommy brain, esa sensación de dispersión mental producto del desvelo y la entrega constante, también sucede algo en nuestra alma y en nuestro corazón. Nos convertimos en otros seres cuyas prioridades y necesidades cambian para siempre.

De repente, el mundo se ve con otros ojos, bajo una luz distinta que resalta aspectos antes imperceptibles.

Es precisamente esa nueva dimensión emocional, fundamentada en una sensibilidad poco entendible para quienes no han transitado este camino, la que nos hace experimentar con mayor intensidad situaciones que para otros pueden ser insignificantes. Días que para el resto del mundo son solo uno más, para una madre pueden ser una batalla silenciosa entre el deber y el deseo de estar presente para su hijo.

Resulta difícil, con un nudo en la garganta y tristeza en el corazón, cuando, como parte natural del crecimiento, la cría atraviesa alguna situación particular. Un resfriado, un malestar, una fiebre inesperada, mientras el reloj marca la hora de salida al trabajo. Difícil es tener que elegir entre quedarse en casa, acurrucando al pequeño y brindándole la tranquilidad que solo una madre puede dar, o ausentarse para cumplir con las responsabilidades laborales.

Solo una madre sabe lo que significa dejar a su hijo enfermo en casa mientras su mente permanece dividida entre el deber profesional y la preocupación constante. La culpa, la impotencia y la sensación de no estar haciendo lo suficiente pesan más que cualquier carga laboral.

Esperamos fielmente que, en el futuro, esta realidad cambie. Que los avances en la legislación sobre el teletrabajo nos permitan ejercer nuestra labor sin tener que elegir entre nuestra profesión y el bienestar de nuestros hijos. Que las empresas comprendan la importancia de la flexibilidad laboral en estos casos y que, cuando llegue el momento de decidir, podamos quedarnos en casa sin miedo a ser juzgadas o incomprendidas. Porque la maternidad no debería ser un obstáculo, sino un motivo más para construir una sociedad más empática y humana.