Contáctenos Quiénes somos
Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

Ayer, mientras navegaba por una plataforma de streaming en busca de historias relevantes, me encontré con una película que me atravesó el alma. No fue solo una coincidencia, fue un llamado.

Su título, “Harta”, ya anticipaba el peso emocional que estaba por venir. Pero nada me preparó para la profundidad con la que esta historia tocaría mis entrañas.

Harta es más que una película. Es un testimonio vivo de la resiliencia y la soledad de tantas mujeres que, como la protagonista Janiyah, se enfrentan día a día a un mundo que no escucha, que no comprende y que, sin conocerlas, las condena.

Janiyah es una madre que, empujada por circunstancias perturbadoras y crueles, se ve obligada a desafiar sus propios límites. La historia se convierte en un espejo incómodo, pero necesario, donde se reflejan las vidas de miles de mujeres que luchan, resisten y aman con una fuerza que desafía cualquier lógica.

La película nos sumerge en una vorágine emocional que revela hasta dónde puede llegar una mujer por proteger a su familia cuando todo parece derrumbarse. La ausencia de una red de apoyo —familiar, institucional, social— no solo marca el rumbo de la protagonista, sino que se vuelve el factor detonante de su ruptura emocional. Y es ahí donde muchas se verán reflejadas.

Janiyah no pide compasión, ni excusas. Lo único que anhela es ser vista, comprendida, acompañada. Pero el mundo que la rodea elige juzgar antes de preguntar, castigar antes de abrazar. La historia estremece porque es real. Porque detrás de esa ficción hay millones de Janiyahs que caminan entre nosotros.

¿Cuántas mujeres, cada día, se debaten entre el deseo de hacer las cosas bien y una realidad que constantemente las empuja al límite?

¿Cuántas puertas se cierran en sus narices?

¿Cuántas son juzgadas por su origen, por su condición social, por su forma de amar, de criar, de resistir?

El dolor de Janiyah no es solo suyo. Es el de cada mujer que ha sido abandonada por quienes prometieron estar. Es el de cada madre que carga sola con el peso del mundo, que intenta sostener su hogar en medio de la tormenta y que, aun así, es cuestionada si se tambalea.

Ese dolor tiene nombres y rostros. Tiene historias que pocas veces encuentran espacio para ser contadas. Porque duele. Porque incomoda. Porque muestra una verdad que preferimos ignorar.

Harta no solo debe verse. Debe ser discutida. Debe abrir conversaciones incómodas pero urgentes sobre la exclusión, la desigualdad, la violencia sistémica, la falta de apoyo y comprensión hacia quienes más lo necesitan.

Porque cuando una mujer es abandonada por su red de apoyo, cuando es ignorada, juzgada y silenciada, la sociedad no solo la traiciona… la empuja al abismo.

Y luego, cuando cae, nos atrevemos a preguntar: ¿víctima o culpable?

Tal vez, lo que deberíamos preguntarnos es: ¿dónde estábamos nosotros cuando más nos necesitaba?