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Opinión | Por Orlando Beltré

Entre venezolanos que han emigrados a Europa, e incluso entre dominicanos en su propio país, circula la idea de que una intervención militar norteamericana a gran escala en Venezuela es inminente.

Yo, en cambio, ésto no lo veo probable, al menos en el corto plazo.

¿Por qué?

Primero, por el enorme costo político y legal que dicha acción tendría dentro de los Estados Unidos. Una guerra terrestre de baja intensidad contra un Estado con una población urbana tan vasta como la venezolana exigiría autorización del Congreso, además de unos costes humanos y políticos difíciles de asumir.

Segundo, porque un conflicto de ese tipo arrastraría inevitablemente a los aliados de Caracas —sobre todo Moscú y La Habana—, otorgándole una dimensión regional, e incluso global, que Washington difícilmente estaría dispuesto a escalar.

Tercero, porque si bien la capacidad técnica de las fuerzas norteamericanas es incuestionable para ejecutar operaciones limitadas —incursiones, ataques de precisión, bloqueos navales—, una ocupación prolongada de un país tan grande y con una parte significativa de la población aún identificada con su gobierno exigiría recursos colosales y una estrategia política de largo aliento que hoy parece inexistente.

Cuarto, porque el mundo carga ya con dos guerras abiertas. Una tercera sería no sólo un despropósito estratégico, sino una catástrofe humanitaria y económica a escala global.

Lo que sí parece más factible es que la Casa Blanca opte por intensificar la presión mediante ataques selectivos en aguas del Caribe, ejercicios conjuntos con países aliados y choques puntuales con fuerzas bolivarianas.

El trasfondo es evidente: no se trata de combatir al narcotráfico. Esa es la excusa. La administración Trump lo que busca es asegurarse el control sobre los recursos energéticos venezolanos, debilitar al régimen de Maduro y, sobre todo, frenar la proyección de potencias rivales como Rusia, China e Irán en el continente americano.

Las consecuencias de una escalada serían peligrosas. Imagine el Caribe convertido en escenario de una movilización masiva de fuerzas navales: de un lado, estadounidenses; del otro, rusos, venezolanos y cubanos. Un tablero de alto riesgo que pondría a la región entera al borde del abismo.