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Opinión | Fuente Externa

El 16 de diciembre de 1990 sigue siendo una fecha de alto valor simbólico en la historia política de Haití. Ese día, tras más de treinta años de dictadura, represión y fraudes electorales, la mayoría del pueblo haitiano llevó al poder a Jean-Bertrand Aristide, sacerdote de Saint-Jean Bosco, mediante una movilización popular masiva conocida como Operación Lavalas.

Este voto no fue una simple elección. Constituyó un voto-sanción contra el antiguo sistema, un rechazo masivo de la oligarquía depredadora, del ejército represivo y de las políticas de exclusión que siempre habían mantenido a la mayoría al margen del juego político. El pueblo votó por la justicia, la transparencia y la participación, con la esperanza de “limpiar el país”, tanto en el sentido literal como en el figurado.

El acuerdo FNCD – Lavalas: la primera prueba de verdad

En el marco de estas elecciones, el Frente Nacional para la Concertación Democrática (FNCD) ya contaba con su propio candidato, el profesor Victor Benoît. Fue a raíz de un acuerdo político claro entre el FNCD y el movimiento Lavalas que el profesor Benoît retiró su candidatura, permitiendo que Jean-Bertrand Aristide se convirtiera en el candidato único del Frente, debido a su capacidad para canalizar políticamente la aspiración al cambio.

El acuerdo estipulaba claramente que, si el FNCD ganaba las elecciones y se convertía en mayoría en el Parlamento, el antiguo candidato del Frente sería nombrado Primer Ministro, conforme al espíritu de la Constitución de 1987.

Lavalas ganó las elecciones con más del 72 % de los votos. Pero en lugar de consolidar una experiencia democrática colectiva, esta victoria marcó el primer gran acto de traición política.

Declaración pública del presidente Aristide

“Salimos de la Operación Lavalas, entramos ahora en la organización Lavalas.”
Dijo Jean-Bertrand Aristide
“Nou te ale pran chapo legal nan FNCD”

Nombró a René Préval como Primer Ministro, en violación directa del acuerdo concluido con el FNCD. Este acto debilitó muy temprano al movimiento, rompió la confianza entre aliados e instauró una lógica de personalización del poder.

Aunque el FNCD era mayoritario en el Parlamento, no se manifestó ninguna resistencia institucional real. Lavalas ya movilizaba a las masas y ejercía una presión constante sobre las instituciones, en un contexto donde toda oposición podía ser asimilada a una oposición “contra el pueblo”. Así, las leyes, los acuerdos y el equilibrio de poderes fueron sacrificados en el altar de la popularidad y del populismo.

Los primeros meses en el poder: entre esperanza y confrontación

Durante los primeros meses, algunas medidas suscitaron una esperanza real:
– el aumento del salario mínimo;
– una sensación de seguridad restablecida progresivamente;
– un discurso contra los privilegios y la impunidad.

Sin embargo, estas decisiones chocaron con los intereses del ejército y de las fuerzas tradicionales hostiles a todo cambio real. Durante la investidura del 7 de febrero de 1991, el presidente Aristide destituyó a varios generales del alto mando de las Fuerzas Armadas.

Esta decisión, tomada sin una estrategia institucional sólida ni una correlación de fuerzas favorable, activó al conjunto de las fuerzas contrarias al cambio, con el apoyo directo del imperialismo estadounidense. El golpe de Estado fue entonces planificado, con la complicidad de la CIA, y se consumó el 30 de septiembre de 1991.

Golpe de Estado, sangre y resistencia

Tras el golpe de Estado, a pesar de sus divergencias con Aristide, varios sectores políticos y populares dejaron de lado sus diferencias para comprometerse con la resistencia contra la dictadura militar. Esta resistencia tuvo un costo humano incalculable: más de 7.000 muertos, masacres, asesinatos, exilio forzado y una represión implacable.

1994: el regreso de Lavalas, pero la pérdida de su sentido

El 15 de octubre de 1994, Lavalas regresó al poder, acompañado de más de 5.000 soldados estadounidenses. Este retorno se produjo en contradicción con el legado de Charlemagne Péralte, figura histórica de la lucha contra la ocupación estadounidense, cuya memoria y sentido de combate fueron una vez más sacrificados. A partir de entonces, la lucha nunca volvió a ser la misma.

En lugar de servir para:
– reconstruir el Estado;
– instaurar la buena gobernanza;
– fortalecer las instituciones;

este retorno estuvo marcado por:
– una corrupción sistémica;
– asesinatos políticos;
– la destrucción de las conquistas populares;
– la privatización de las empresas públicas en desprecio del interés nacional;
– la personalización del poder.

Así, Lavalas liquidó el sueño que portaba, consumó la traición a los sacrificios populares y abrió el camino a la decadencia política que siguió.

Hoy: las consecuencias directas de una traición histórica

Lo que vive Haití hoy no es un accidente. Es el resultado directo de una gestión del poder sin visión de Estado, sin políticas públicas viables, sin ética ni responsabilidad histórica, durante los últimos treinta años.

Cuando un movimiento nacido para liberar al pueblo se transforma en una máquina de producción de corrupción, impunidad y mediocridad, engendra inevitablemente la situación actual: crisis coyunturales y estructurales, un poder degradado, una presidencia sin dignidad, un Estado capturado por bandidos, narcotraficantes e intereses extranjeros.

La cuestión no es saber quién fue presidente. La verdadera pregunta es la siguiente: ¿qué tipo de poder hemos construido, al servicio de qué grupos y de qué intereses?
Es forzoso constatar que el conjunto de los políticos haitianos persiguió un solo objetivo: conquistar el poder en nombre del pueblo para luego defender los intereses de las potencias extranjeras contra Haití. Son traidores, apátridas.

16 de diciembre de 1990: una fecha no para celebrar, sino para meditar

El 16 de diciembre no debe ser únicamente una fecha de celebración. Debe ser un momento de reflexión colectiva, un recordatorio de cómo una esperanza histórica fue sacrificada por la ambición personal, por la traición, por la ausencia de visión, por la sumisión total al imperialismo y por las prácticas de una clase política que el CPT y Lavalas continúan reproduciendo hasta hoy.

Un llamado a una alternativa nacional

Haití no necesita hoy ni discursos vacíos ni el reciclaje de los mismos políticos corruptos que han sacrificado la esperanza y los sueños de todo un pueblo durante varias décadas.

Haití necesita:
– una nueva élite responsable, basada en la competencia, la ética y el compromiso;
– un proyecto nacional claro, centrado en la soberanía, la justicia social y el desarrollo endógeno;
– un compromiso colectivo para romper el ciclo de la mentira, la manipulación, la traición y la dependencia.

Es por este camino, y únicamente por este, que debemos comprometernos desde hoy para reconstruir la esperanza del 16 de diciembre de 1990 — no en la demagogia, sino en la verdad, la responsabilidad y el coraje político. Debemos hacer política de otra manera, en el interés y el bienestar del pueblo.

Otra Haití es posible.
Pero no verá la luz sin una ruptura clara con el legado de las traiciones.

Jacques Charlemagne
Miembro, Efforts Solidarité pour Construire une Alternative Nationale et Populaire (ESCANP)

Réseau des Organisations de la Zone Ouest (ROZO)

& Renouveau Démocratique (RED)

Fuente de la fotografía 

https://haitiantimes.com/es/2015/10/22/Los-haitianos-se-muestran-resentidos-por-las-elecciones-a-medida-que-se-acerca-la-fecha-de-votaci%C3%B3n/