Con la escogencia de Luis Abinader como candidato del PRM, en un amplio sector del espectro de la oposición ha surgido más que una esperanza, una certidumbre de que en las próximas elecciones es posible derrotar la vocación continuista y absolutista del poder del PLD. Pero, para que una posibilidad política se materialice debe descansar en una propuesta realista por su claridad, amplitud y real significado de quienes la diseñen e impulsen.
Esa propuesta no puede ser un mero manifiesto de reivindicaciones corporativas listadas por las colectividades organizadas alrededor de ella, tampoco de citas de frases cohetes de militantes de sueños, de una retahíla de amenazas punitivas/vengativas a reales y supuestos malvados, ni de deseos de copiar modelos de sociedades cuya población hoy se siente harta de unos líderes mesiánicos que entronizan una estructura de mando asentada en su persona y no en la institucionalización de la alternancia del poder
Para que sea realista, una propuesta de cambio debe basarse en un conjunto de ideas cuyo eje central atraviese las aspiraciones esenciales de todos los sectores que por ella combatan: la legalidad democrática, reglas de juego claras, el funcionamiento transparente e independiente de las instituciones, lo cual implica jueces no políticos en todas las instancias de la judicatura y un Congreso y municipios integrado por personas que antes de ser proclamados candidatos declaren sus bienes y compromiso de someterse al escrutinio del origen de los mismos.
Se requiere una novedosa forma de articulación de fuerzas en espacios de concertación, tanto orgánicos como espontáneos, donde participen quienes por su sistematicidad en la denuncia han sido la real oposición política a la corporación del delito y la corrupción, quienes desde peñas de amigos y desde las calles han rumiado y gritado sistemáticamente contra esa corporación. Igualmente, los grupos políticos organizados que se han involucrado en un proceso de alianza para construir un amplio bloque electoral, porque si bien su único concurso es insuficiente, su experiencia y constancia ha sido clave para que hoy se mantenga la esperanza.
Tiene que ser plural, no porque el equipo que lo redacte lo haga con intención de reflejar la pluralidad de actores del proyecto, sino porque esa pluralidad sea la que colectivamente contribuya a diseñar la esencia del mismo, pero sin demandas corporativas, sin construir el manido “sector externo” del que muchos participan llevando en sus bolsillos sus facturas por cobrar y el nombre del puesto deseado.
La historia de las revoluciones e intentos de cambios sociales registra el dato de que los programas hechos desde la oposición, generalmente desde el poder no se convierten en programas de gobierno. Experiencias recientes, como la de Syriza en Grecia y Podemos en España, plantean una reflexión al respecto, el primero la está viviendo desde el poder y el segundo lo ha entendido en su lucha por alcanzarlo, intentando un programa que conjugue principios esenciales con realismo político.
Ante esta inédita y auspiciosa coyuntura, se requiere mucha imaginación para construir una propuesta inflexible contra el delito y la corrupción, pero realista, plural, envolvente, capaz de convertirse en un movimiento que recoja nuevas y viejas a nuevas experiencias.