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Opinión | TAHIRA VARGAS GARCÍA

Recientemente se celebró el día Internacional de las Trabajadoras sexuales. En el país las trabajadoras sexuales asociadas en MODEMU reiteraron la necesidad de que se respeten sus derechos y se legisle sobre el trabajo sexual.

 Esta necesidad está vinculada a las frecuentes situaciones de riesgos a que están sometidas las y los trabajadoras/es sexuales en el ámbito del espacio público y en los lugares nocturnos donde ofrecen sus servicios. Violaciones sexuales, violencia verbal, física y psicológica, humillaciones e imposición de prácticas sexuales basadas en consumo de drogas son algunas de las innumerables situaciones a las que están expuestas las y los trabajadoras/es sexuales de distintas opciones sexuales.

La oferta de trabajo sexual incluye a: hombres, mujeres y transexuales que se insertan en el trabajo sexual por factores socio-económicos y culturales desde la pobreza, vulnerabilidad, abuso sexual, prácticas culturales asociadas a la sexualidad y “favores sexuales” con intercambio monetario y no-monetario. En la oferta tenemos estratos pobres, medios y altos. Las fronteras entre trabajo sexual formal y trabajo sexual espontáneo, ocasional, informal y transaccional son difusas e incluyen a todos los estratos sociales.

 

La demanda de trabajo sexual proviene de: hombres, mujeres y transexuales que buscan placer sexual a cambio de transacciones económicas que pueden ser ocasionales, temporales o fijas.

El trabajo sexual trasciende el escenario-calle y está presente en múltiples lugares que incluyen: bares, casinos, discotecas, restaurantes, car-wash, cafeterías, cadenas hoteleras de una-cinco estrellas, casas de citas, lugares de baile exótico, supuestos “centros de masajes”, una gama amplia de espacios turísticos y de diversión. En muchos lugares del país se mezcla el trabajo sexual con redes de explotación sexual-comercial, trata y tráfico de menores vinculadas a sectores de poder que deben ser investigadas y erradicadas en su ámbito nacional y transnacional.

El trabajo sexual está enraizado en nuestra cultura desde una lógica sistémica, estructural y de relaciones desiguales de género en la oferta y demanda. Su presencia se remonta a los inicios de nuestra formación como nación y como sociedad. En la actualidad no contamos en el país con un registro estadístico del trabajo sexual desde sus distintas modalidades, población y territorio. Esta invisibilidad del trabajo sexual dificulta la intervención en la preservación de derechos y la prevención de violencia y abuso desde sus distintas prácticas.

Se hace necesario la legislación y la preservación de derechos de la población que se dedica al trabajo sexual. Mantener el trabajo sexual como una actividad invisible y prohibida no garantiza su erradicación ni disminución, por el contrario aumenta las condiciones de riesgos y excluye de derechos a la población que se dedica a la misma.