Contáctenos Quiénes somos
Opinión | María Isabel Soldevila

Acostumbrados como estamos a que la historia se cuente desde el ángulo de un vencedor avasallante, conservador y mezquino, nos sentimos sin fuerzas para luchar contra la gran rueda que aplasta todo atisbo de esperanza.

 Callamos. El silencio nos invade cuando presenciamos, perdida la capacidad de asombro, que mientras 25% de los partos en las principales maternidades son de niñas y adolescentes, el Estado no termina de asumir el problema con seriedad. Callamos.

Miramos a otro lado, para que no nos atribuyan parcelas partidarias, cuando el congreso se enloda de nuevo en una compra y venta vulgar. Callamos, no se nos vaya a pegar la tasa de rechazo de los que hoy asumen posturas con las que coincidimos, pero que siguen representando mucho de lo que rechazamos.

Queremos mantenernos firmes ante el semáforo en rojo, sabemos que mueren unos 12,000 cada año por accidentes de tránsito, pero nos pasan por encima los matatanes daltónicos y, como borregos, callados, nos hacemos cómplices del atropello.

Tragamos en seco ante el chiste morboso y desagradable sobre haitianos, homosexuales, lesbianas, mujeres entradas en edad y de carnes menos firmes. Mientras otros celebran al macho infiel, vociferan contra las minorías, se nos revuelve el estómago... y nos callamos.

Queremos taparnos los oídos y no meternos en “pleito de marido y mujer” mientras vemos deteriorarse día a día la situación de una familia vecina.

Vemos los golpes, escuchamos los insultos, el llanto, pero callamos.

Los periodistas editorializamos llamando a la calma ante cada posible levantamiento ciudadano. No queremos disturbios, no queremos que se digan cosas feas. Y aunque fea es la realidad, pedimos a quienes se rebelan que sean civilizados...

y se callen.

Calculamos cada día cuántas peleas podemos perder, cuántas miradas por encima del hombro, cuántas etiquetas nos colocarían por desagradables, incorrectos, poco prágmáticos, antisociales, simplemente porque no comulgamos con las prácticas de la mayoría...nadie quiere ser “bicho raro”, parece mejor callarnos.

Pero ese silencio pesa, ese hacerlo todo para encajar hace que la hiel le reviente a cualquiera.

Es fácil escandalizarse y criticar a Martha Heredia por aparecer en un desfile de moda y no cuestionar a la Procuraduría que usa su imagen como propaganda.

Resulta sencillo alzar la voz contra los jóvenes que delinquen en los barrios y no mirar a la policía que los mata, porque queremos sentirnos tranquilos en nuestras jaulascasas, nuestras jaulas-calles.

Pero, ¿qué nos cuesta el silencio cómplice que nos mantiene en nuestra burbuja? La vida. Callarnos, bajar el lomo y aceptarlo todo nos consume, nos destruye, nos frustra el alma. Impide el progreso.

Tras 54 años de tropezones en el camino a la democracia, seguimos siendo una sociedad que le huye al debate de ideas, que descalifica a falta de argumentos, que apela al insulto cuando se acaban los datos. No podemos crecer si callamos.

No podemos alcanzar nuestro destino si nos encojemos para caber en el espacio que nos han dejado para vivir. Si no estiramos los brazos y las piernas ciudadanas seguiremos atrofiados, callados, utilizados, maltratados. Ese es un silencio demasiado caro.