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Opinión | TAHIRA VARGAS GARCÍA

“Miro un brusco tropel de raíles son del ingenio

sus soportes de verde aborigen

son del ingenio

y las mansas montañas de origen

son del ingenio

y la caña y la yerba y el mimbre

son del ingenio

y los muelles y el agua y el liquen

son del ingenio

y el camino y sus dos cicatrices

 

son del ingenio

y los pueblos pequeños y vírgenes

son del ingenio”. Pedro Mir, “Hay un País en el Mundo”.

 

Don Pedro Mir, quien vivió entre caña de azúcar e ingenio es nuestro Poeta Nacional, representa nuestras raíces afrocaribeñas. Gran parte de nuestra riqueza históricamente surge del ingenio, el azúcar que es uno de los ingredientes principales de nuestros dulces, jugos y alimentos proviene del ingenio. Sin embargo el ingenio también es dolor, injusticia, desigualdad y pobreza. El ingenio marcó nuestra historia y nuestra identidad cultural.

Muchas de nuestras provincias, municipios y comunidades desarrolladas alrededor de los ingenios azucareros cuentan con las huellas culturales y sociales del ingenio. Sus costumbres, hábitos alimenticios y prácticas mágico-religiosas provienen de la mezcla étnico-cultural de la población migrante que trabajó en el ingenio por muchas décadas. El ingenio dejó y deja mucha riqueza, y a su vez la población trabajadora estuvo y está viviendo la pobreza y la desolación. Los bateyes de las distintas provincias del país son el espejo de ello.

¿Cuantas generaciones de dominicanos y dominicanas han nacido y vivido en el ingenio?

Sin embargo, estas generaciones de dominicanos y dominicanas, aun cuando se encuentran en muchos de ellos personas envejecientes, su vida desde 2013 cambió, no pueden dormir tranquilos, el fantasma de la Sentencia del Tribunal Constitucional, 13-02 despojándolos de su nacionalidad y sus derechos sigue presente. La tortura de la noche, el miedo al destierro y las humillaciones son parte de su vida cotidiana. Hoy más que nunca necesitamos mirar nuestras raíces en el ingenio, en el son del ingenio y clamar como Pedro Mir, justicia y paz.

“Después

no quiero más que paz.

Un nido

de constructiva paz en cada palma.

Y quizás a propósito del alma

el enjambre de besos

y el olvido”.