Es frecuente escuchar los artistas, cuando alguien, cuyo oficio no es el arte, es nombrado en la dirección de una dependencia cultural, exclamar, ¡ese no es un artista!, como si la condición de artista te transfiriera, automáticamente, la categoría de gestor cultural, incluso, observan con amargura que, una tienda comercialice productos relacionados al arte y la cultura, “las obras de arte no las venden los artistas”, como si el horizonte de su visión no fuera suficiente para entender que el trabajo del artista es tan penetrante que no deja espacio para tareas igualmente intensas como la gestión cultural y el comercio.
Este lamento obedece a la decadente formación en términos globales del común de los artistas.Quienes pretenden trascender como artistas deberán dedicarse a tiempo completo a trabajar la perfección de su arte, apelando a su condición particular de sujeto de comunicación.
La gestión cultural se orienta a “la creación de productos culturales que proporciona, difunde, intercambia u ofrece a la población.”[i], esto quiere decir que el gestor cultural tiene que emplearse a fondo para entender la labor del artista, en todas sus áreas, al tiempo de vislumbrar las costumbres de la sociedad, de manera que, el producto creado sea aceptado por esta.
“La gestión cultural se basa en facilitar procesos de creación, producción y difusión de productos culturales en función de un proyecto cultural. La gestión cultural atiende igualmente a la democratización cultural como a la potenciación de la democracia cultural.”[ii]La gestión cultural intercede en la garantía del “Respeto al pluralismo cultural”, la “Descentralización y desburocratización de las actividades culturales”, el “Respeto a la libertad artística, personal y comunitaria”, se ocupa del “Fomento de la realización de actividades que no son impulsadas por la sociedad civil” y la “Actuación directa del Estado en la conservación del patrimonio histórico y cultural de la nación.”[iii]
El ámbito de la gestión cultural es local, territorial y, de equipamiento; irrumpe en los procesos de producción y difusión. Además, invade la acción comercializadora, a través de la promoción y la publicidad.
Adentrándose en los métodosde planificación y la participación, debe esmerarse en determinar la meticulosidad de los planes y la investigación,de modo que, respondan a los intereses de la colectividad para la que se acciona, esta minuciosidad metodológica, facilita a la gestión cultural, entrar al mercado con la garantía de que el activismo sin reservas, propio de esta actividad, no desvirtuará la originalidad del producto cultural.
Es esta actitud resentida del “artista”,lo que ha conducido, tanto al Estado dominicano, como al sector privado, a designar, en las dependencias culturales, a artistas renombrados, con el agravante, de no contar con políticas culturales que definan los intereses de uno y otro, salvo algunas exenciones.Esta debilidad es lógica, porque al no disponer de gestores culturales con formación profunda, es casi imposible, diseñar y formular políticas culturales coherentes.
La débil presencia de la gestión cultural conduce además, a gastar ingentes recursos, en vez de invertir para lograr resultados; nos arrastra a patentizar costumbres extraviadas, contrarias a las que se manifiestan en la realidad; y nos lleva a concretizar alianzas equivocadas, funestas para los intereses ciudadanos.
El peligro de tener artistas administrando las instituciones culturales es que las actividades de estas instancias podrían inclinarse demasiado hacia el área del arte practicada por el incúmbete, en detrimento de las demás expresiones artísticas.
En el caso hipotético de que aceptemos como buena y valida esta conceptualización es aconsejable exigir, en lo adelante, identificar gestores culturales que encabecen las diferentes instancias culturales en el sector privado y el gobierno, de manera que los artistas se dediquen por entero a la producción de un arte liberadora del espíritu, con niveles de comercialización aceptable y en crecimiento.
Miguel Ángel Cid
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7febrero 2015