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Opinión | Profesora Rosario Espinal/analista social

En la historia de la humanidad abundan los malos usos de Dios, a veces como relajo, a veces como verdugo. No escribiré aquí sobre el fundamentalismo islámico que, en nombre de Dios, tiene el mundo de hoy aterrado con masacres. Me concentro en este país tropical donde también encontramos malos usos.

 Por ejemplo, aquí se celebran misas en cada aniversario de las instituciones públicas con funcionarios sentados en primera fila. Son las mismas instituciones plagadas de corrupción, nepotismo e ineficiencia. Con un baño religioso, pretenden santificarse ante lo mal hecho. ¡Un relajo!

He aquí otro ejemplo. Con Dios enarbolado, las jerarquías de las iglesias católica y evangélica libran una batalla contra la legalización del aborto cuando peligra la vida de la madre, o en caso de violación sexual.
Desde mi punto de vista, si Dios fuera médico, y para salvar la vida de una mujer hubiera que interrumpir el embarazo, lo haría si la mujer así lo decide; porque ella tiene una vida real, mientras el feto podría no nacer aún la madre muera para supuestamente preservarlo. Ese es el Dios compasivo que yo imagino.

Obligar una mujer por ley a continuar un embarazo de alto riesgo es una forma de tortura humana, que hasta la conservadora Constitución Dominicana de 2010 prohíbe.

Otro caso: si Dios estuviera ante una mujer que ha quedado embarazada producto de una violación sexual criminal, y la mujer ante el trauma quiere terminar el embarazo, pienso que Dios aceptaría esa decisión, porque no hay razón humana ni divina para obligarla a cargar con todas las amarguras de ese crimen. Dios, creo yo, no es un verdugo ni un sádico.

Argumentar como hacen muchos curas y pastores (casi todos hombres) que Dios obliga a toda mujer a mantener un embarazo aún a riesgo de morir, o que Dios desea que todo embarazo producto de una violación sexual llegue a su término, es, desde mi punto de vista, manipular a Dios para un despropósito.
Muchas iglesias envuelven ese despropósito argumentando que la vida comienza en la concepción. Pero independientemente del debate científico y religioso de cuándo exactamente comienza, la vida no es idílica, ni tampoco los embarazos. Los hay de alto riesgo y los hay producto de violación sexual criminal.

Estos problemas no los inventó el feminismo. Son asuntos de salud física y emocional. Permitir la interrupción del embarazo cuando está en riesgo la vida de la madre, o cuando una mujer ha sido violada, es un asunto de justicia y de derechos humanos. La mujer debe poder decidir en esos casos.
La vida es imperfecta y las tragedias ocurren con frecuencia. Una mujer no es necesariamente responsable de un embarazo de alto riesgo. Es una realidad médica, y por tanto, ninguna mujer debe estar obligada por ley a morir o a sufrir profundamente.

Argumentar que la vida comienza en la concepción para justificar atropellos contra las mujeres es malsano, y en eso, lamentablemente, se regocijan en estos días los jerarcas religiosos por la sentencia del Tribunal Constitucional que declara inconstitucional el nuevo Código Penal. Más lamentable aún es que políticos encargados de proteger los derechos de toda la ciudadanía hagan coro.

Ojo: el Tribunal Constitucional ha declarado el Código Penal inconstitucional por el procedimiento de aprobación, no por los artículos específicos sobre el aborto. A los legisladores que no se acobarden y aprueben bien el nuevo Código, incluyendo el derecho al aborto en caso de riesgo de vida para la mujer o de violación sexual. Es lo justo. Es lo humano.