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Opinión | Profesora Rosario Espinal/analista social

Con frecuencia me preguntan: ¿A qué se debe la desmovilización de la sociedad dominicana? ¿Por qué no hay grandes protestas ante tantos problemas? Mi respuesta es que no hay tanto inmovilismo; a diario se registran protestas en el país.

Pero ¡ah!, aclaro, son protestas disgregadas, que no acumulan fuerza, que expresan descontentos y no encauzan cambios importantes. Ante ellas, los políticos siguen tan campantes, las ignoran o las deslegitiman.
La década de 1980 fue la última de grandes movilizaciones sociales en este país; fue la “década perdida”, la de democratización y austeridad (paradójicamente), la de utopías desvanecidas.
Cómo y por qué se produjeron esas protestas es el tema del libro “Actores y Conflictualidad Social: República Dominicana Años 80” de Vanna Ianni, publicado en 2015 por la Editora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Ianni es italiana, pero vivió en República Dominicana en aquellos años.
El libro contiene tres ensayos escritos en ese entonces, con reflexiones teóricas sobre América Latina, una panorámica histórica de cómo se tejió el proceso de transformación social y político en la República Dominicana del post-trujillismo, las fortalezas y debilidades de los actores sociales, la izquierda y la fragmentación de la acción social. El primer ensayo aborda el movimiento sindical, el segundo las organizaciones no gubernamentales, y el tercero las revueltas del barrio Capotillo de 1984-1986.
La década de 1980 fue difícil porque se abrazaron ilusiones de cambio durante la transición democrática, que se frustraron rápidamente por la crisis económica. En toda la región proliferaron las protestas, incluida República Dominicana. En algunos países, esas protestas sirvieron de plataforma para grandes cambios de modelo económico y político, como ilustran los casos de Bolivia y Ecuador, y en otros, como República Dominicana, las protestas se diluyeron al pasar el tiempo.
Según Vanna Ianni, la transición democrática dominicana no produjo renovación ni innovaciones sociales importantes que permitieran profundizar la democratización. Aquí el fracaso de las izquierdas, sumidas en seguidismo, dogmatismo, autoritarismo y verticalismo, es fundamental. Sin forjar nuevas ideas y nuevas prácticas culturales y políticas, era imposible producir un modelo de nueva sociedad. Las protestas quedarían en protestas, agrego yo, como siempre han quedado.
Los ensayos ofrecen información valiosa sobre la composición, fragmentación y luchas del movimiento sindical y de las ONG. De los años 60 a los 80, el movimiento sindical fracasó en lograr conquistas importantes, aún después de la transición de 1978; y concomitantemente fue dividiéndose en pequeñas centrales que respondían a distintas organizaciones partidarias. Creció en membresía con la transición democrática, pero el balance a fines de los 80 era deficitario para el sindicalismo por la fragmentación política y las escasas conquistas en la negociación colectiva.
El archipiélago de ONG que se amplió en los años 80 pasa por comprender la multiplicidad de agendas políticas que llevaron a la creación de estos mecanismos de acción social. Ellas expresaron el intenso activismo social y político, motivado por diversas ideologías nacionales e internacionales que estructuraron el fin del siglo XX.
El libro contribuye a conocer no sólo los años 80, sino también “los muchos nudos irresueltos y todavía por deshacer” en la sociedad dominicana. La obra es de interés para quienes quieran conocer las formas de luchas sociales de aquel entonces, y las agendas de cambio aún pendientes en República Dominicana para forjar la democracia.
Después de aquellos años 80, la gran movilización se desvaneció por la disgregación, y porque la política partidaria, como siempre, opacó y cooptó la lucha social. Para entender este presente deficitario de movilización social vale la pena comprender ese pasado.