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Opinión | Pablo Mella, sj

La vigilancia propia de la esperanza cristiana se expresa especialmente en el deseo de verse liberado de la corrupción, es decir, de todo aquello que corroe la vida humana. Una vez liberados de la corrupción, podrá vivirse en libertad, que constituye uno de los dos valores centrales de la vida democrática. 

No es lo mismo ni es igual  | Pablo Mella / Instituto Superior Bonó. 

La Esperanza democrática  

Al finalizar el año civil, comienza el año litúrgico. Curiosa contradicción que hoy adquiere nuevos significados. El calendario litúrgico se convierte hasta cierto punto en signo contracultural. Mientras la sociedad de consumo nos hace adelantar la Navidad para “gozar el presente no importando el mañana”, la liturgia de la Iglesia nos invita a cultivar la espera y la esperanza para, desde el futuro, mejorar la calidad espiritual de nuestro presente. 

El año civil dominicano de 2015 acaba con signos peligrosos que anuncian un debilitamiento serio de los principios democráticos. Lo que implicó el cambio al vapor (en apenas 54 días) de la Constitución  dominicana ―la cual fue promulgada el 13 de junio tan solo para poder reelegir al presidente Medina― solo se captará en toda su magnitud al pasar de los meses. Pero ya se han conocido a lo largo del año muchos signos peligrosos: el descargo del senador Félix Bautista por un tribunal de jueces de la Suprema Corte en términos cuestionados por la más reputada de esos jueces, la magistrada Miriam Germán, quien denunció además el mal manejo del Procurador General de la República en la instrucción del expediente y sus nefastas consecuencias para el sistema de justicia dominicano; la designación de candidatos a los cargos electivos a través de encuestas, no por elecciones primarias de los partidos, como manda la ley electoral; el nombramiento en forma de prebendas de líderes del PRD a diversos cargos, también diplomáticos, para retribuir acuerdos partidarios reeleccionistas; el desacato de la sentencia del Tribunal Superior Administrativo en contra de la actitud represiva de la Policía Nacional y del Ministerio de Interior y Policía ante las movilizaciones en contra de la corrupción en la Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado (OISOE); la invasión policiaca del espacio privado del Centro Bonó sin autorización para espiar a las organizaciones que se manifiestan contra esta corrupción; un presupuesto nacional divorciado de las demandas sociales con un preocupante aumento de las transferencias a instituciones descentralizadas en tiempos tan proclives al mal uso de fondos públicos como lo es un año electoral; la renuncia de la comisión de veeduría del Instituto Nacional de Bienestar Estudiantil (INABIE) por falta de información relevante para cumplir con su misión anticorrupción; en fin, la incapacidad del anillo de gobierno para aceptar las críticas de la sociedad y decir que todo está bien en el país gracias a las mesiánicas capacidades del presidente sorpresa. 

Frente a estos atentados contra la democracia desde la esfera del poder gubernamental, podemos aprovechar el tiempo de Adviento para meditar en qué sentido la esperanza dominicana es, en estos momentos, sinónimo de Espíritu democrático. Para reflexionar sobre ello, puede resultar muy iluminador retomar las consideraciones de la Carta de san Pablo a los romanos, capítulo 8, versículos 18-26. 

-Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros (v. 18)

Se percibe mucha tribulación en la sociedad dominicana. Escandaliza la impunidad y la violencia de todo tipo. Quien espera con fe tiene la profunda convicción de que esta tribulación no tiene la última palabra. Solo sobre esta base se podrá admitir el peso de los padecimientos. Por el contrario, quien no tenga esperanza disimulará lo que va viviendo como mecanismo de defensa, afirmando que está en el mejor mundo posible; o sencillamente se negará a vivir con sentido de plenitud, diciendo que todo está perdido. 

-La ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios (v. 19)

La espera de días mejores ya es ansia viva entre nosotros. Esto conlleva reconocer que no sabemos bien por dónde podemos avanzar para vivir con más dignidad. Sin embargo, paradójicamente, la espera constituye la fuerza que nos permite resistir en tiempos inciertos. Hacemos conciencia de que toda la creación se ve afectada con nuestra situación desgraciada, mientras se afirma en nuestro interior la convicción de que todas y todos somos hijas e hijos de Dios. Así podemos interpretar lo que quiere decir san Pablo con el verbo  “revelarse”: nuestras conciencias reconocen la igual dignidad de las personas a pesar de que no sea una realidad en el presente y de que al parecer no podamos hacer gran cosa para alcanzarla. El verbo “revelarse” invita a considerar que el pleno reconocimiento de la igual dignidad emergerá en la historia en un momento impredecible. Para los creyentes, esto se ve asociado además al designio divino. Por eso, la revelación de la filiación divina ha de convertirse desde ahora en guía de nuestras acciones, a pesar de verse ocultada por las injusticias. No hay esperanza sin espera ansiosa; y la espera ansiosa implica vigilancia. 

-La esperanza de ser liberados de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios (vv. 20-21)

La vigilancia propia de la esperanza cristiana se expresa especialmente en el deseo de verse liberado de la corrupción, es decir, de todo aquello que corroe la vida humana. Una vez liberados de la corrupción, podrá vivirse en libertad, que constituye uno de los dos valores centrales de la vida democrática. La libertad aparece como un compartir gozoso sin exclusiones. Por eso está internamente asociado al otro valor fundamental de la democracia, el cual ya hizo su aparición en el punto anterior: la igual dignidad de todas las personas. 

-Nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza (v. 24)

La esperanza recae sobre algo que no se ve. A diferencia de la manera en que se están nombrando candidatos desde el poder, la esperanza no se guía por encuestas. Se guía por un gemido interior de toda la realidad (v. 22-23) que se constituye en denuncia de todas las formas de corrupción. Así podemos señalar en el trasfondo del proceso de liberación de la corrupción la tercera característica fundamental de la democracia: la rendición de cuentas.  Lo que no se ve (los manejos oscuros que reparten cargos, presupuestos y prebendas) habrá de verse en el momento en que se haga justicia histórica.  En este punto, conviene interiorizar la pregunta retórica que san Pablo se hace para concluir este versículo 24: “¿Cómo es posible esperar una cosa que se ve?”. Nuestro compromiso de vigilancia democrática para que las autoridades públicas nos rindan cuentas  tiene que admitir que se compromete con “cosas que no se ven”. Solo así podrá cumplir con uno de los deberes fundamentales establecidos en la Constitución dominicana en estos términos: “Velar por el fortalecimiento y la calidad de la democracia, el respeto del patrimonio público y el ejercicio transparente de la función pública”. (Constitución dominicana 2010, art. 75, n. 12). 

-Esperar lo que no vemos es aguardar con paciencia (v. 25)

La acción de esperar no es solo el lado operativo de la esperanza; está íntimamente asociada a la paciencia. A diferencia de la democracia maniatada a procesos electorales atravesados de clientelismo, en los que parece jugarse todo en unas cuantas semanas, la justicia histórica se espera con paciencia sin las imposiciones del calendario oficial. Quien de verdad espera es plenamente consciente de que muy cosas están realmente en sus manos, sobre todo ante un Estado secuestrado por un solo partido. Pero también sabe íntimamente que “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. La justicia histórica (la que Dios quiere, según los que creemos en Jesús como el Cristo) acabará por manifestar su solidez ante las maquinaciones malvadas. Por eso, queda patente que lo que verdaderamente está en las manos  de quien espera es la paciencia histórica, como complemento espiritual y ético de la vigilancia. Quien espera con paciencia no se deja corromper por las fechas prefijadas en los calendarios del poder. 

-El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables (v. 26)

El gemido no se caracteriza por su claridad; es mera señal de inconformidad. Para san Pablo, nuestros gemidos son intercesiones del Espíritu Santo. ¡Qué consideración teológica más sorprendente! Por el contrario, los gemidos del pueblo son vistos por los poderosos como “resentimiento social”, como “pesimismo”, como “negatividad” ante los grandes logros alcanzados por el progreso moderno. La esperanza nos enseña que “gemidos” como los de la coalición Poder Ciudadano han de ser considerados por nosotros, sobre todo en el año electoral venidero, como auténticas intercesiones del Espíritu Santo en los cimientos de nuestras conciencias, que en vigilante espera habrán de convertirse en cadenas humanas para contener cualquier forma de corrupción que nos denigre y que nos robe la esperanza democrática de un mundo mejor. Adh 796. 

Publicado originalmente en la Revista Amigo del Hogar en el siguiente enlace http://www.amigodelhogar.net/2016/02/la-esperanza-democratica.html