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Opinión | TAHIRA VARGAS GARCÍA

El domingo se celebra en nuestro país el día de los padres. Es una celebración que no tiene igual impacto que la celebración del día de las madres. ¿Por qué esa diferencia?.Si bien ambas fechas son el reflejo de un manejo comercial de la afectividad y las relaciones de parentesco, el flujo de regalos en esas fechas tiene una cierta vinculación con la realidad social y cultural.

 La maternidad en nuestra sociedad es fomentada, a las madres les toca la principal responsabilidad de crianza, educación, cuidado y atención en salud de niños y niñas desde nuestra cultura social.

Estos roles maternos no se distribuyen en forma equitativa con los padres, por el contrario, la paternidad está totalmente ausente e invisible, no se incentiva a los hombres desde su niñez a ser padres, no se les enseña ni se les exige roles de cuidado, atención en salud, educación ni responsabilidades domésticas para sus futuros hijos e hijas, como ocurre con las mujeres.

Esta desigualdad de género despoja a los hombres de su desarrollo afectivo desde la expresión interpersonal y la paternidad.
El nivel de invisibilidad de la paternidad abarca todos los ámbitos.

No existen estadísticas que reflejen la realidad de la paternidad en nuestro país.

No tenemos informaciones claras sobre el perfil y porcentaje de padres, cantidad de hijos/hijas y edades en que se inicia la paternidad.
Datos que si se ofrecen sobre mujeres y adolescentes madres.

Las causas de esta barrera entre hombre-paternidad en nuestra sociedad se encuentran en el patriarcado y el machismo.
El hombre es educado fuera del hogar, en la calle, por lo que no desarrolla destrezas afectivas ni sociales y las familias tienen poco control de sus relaciones y su socialización en la niñez.

Los niños son presionados por las familias y la sociedad a insertarse en labores económicas y se vinculan con el espacio público desde temprana edad.

La deconstrucción de este imaginario masculino sostenido en una cultura machista y patriarcal que limita al hombre a su hegemonía sexual sobre la mujer y lo despoja de su paternidad tiene que ser una tarea urgente, no puede ser pospuesta.
La equidad de género debe ser línea transversal de todas las políticas sociales y públicas desde la educación y la promoción de la paternidad.

Esto supone el establecimiento de roles equitativos entre hombres y mujeres, donde los hombres se conviertan en padres, cónyuges, hermanos, hijos con capacidad para dar afecto, ser cuidadores de niños y niñas, solidarios y sensibles ante el dolor, enfermedad, y situaciones de riesgos que presenten las personas que tienen bajo su responsabilidad.