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Opinión | TAHIRA VARGAS GARCÍA

El abuso, la agresión-violación sexual es un fenómeno frecuente en nuestro país, en distintos estratos sociales y contextos (rurales y urbano-marginales). La visión de que la violación sexual tiene justificación, con la culpabilización a la niña, adolescente y/o mujer adulta tiene arraigo cultural y ha sido reforzada por personalidades de la vida pública, en ámbitos políticos y religiosos.

En varias ocasiones cardenales y obispos de distintos países de América Latina y de nuestro país, han hecho afirmaciones en las que justifican las agresiones sexuales y disminuyen su carácter delictivo y violento con la expresión “ellas lo provocaron o lo provocan”. Así encontramos hace algunos años declaraciones de autoridades eclesiásticas en un encuentro mundial de Familias en México (2009) donde se afirmó que “la mujer es culpable de las agresiones sexuales que sufren por usar ropa provocativa”.

Esta afirmación reaparece públicamente de nuevo con las declaraciones del cardenal peruano, Juan Luis Cipriani, quien afirmó que hay niñas cuyos embarazos no son fruto de una violación sino que “muchas veces la mujer se pone como un escaparate provocando”.

Este señalamiento es más que un planteamiento aislado. Responde a una matriz cultural con raíces en el machismo. Estudios realizados en centros educativos de nuestro país (Vargas 2010) muestran a docentes y directivos/as de centros con expresiones similares. “Niña no te pongas esos pantalones apretados, estas provocando a los varones, después no se quejen cuando las violan”.

Estas aseveraciones fortalecen los patrones culturales de agresión y abuso en los hombres, legitimando el permiso social que tienen para acosar, abusar y agredir sexualmente a niñas, adolescentes y mujeres. La mujer se culpabiliza de la violación, muchas adolescentes que han sido violadas por padres/padrastros han sido expulsadas de los hogares por sus madres y en sus relatos se recriminan por ello. El agresor continúa su conducta sin recibir ninguna sanción por la misma.

Las instituciones religiosas y las personalidades con influencia política y en la opinión pública deben aportar hacia el cambio de los patrones de irrespeto, abuso de poder y violación de los derechos de la mujer-niña-adolescente presentes en la cultura de la masculinidad y no fortalecerlos.

Estas posiciones contra la mujer, niña y adolescente, son las que fortalecen la tendencia a una mayor penalización del aborto, donde no se respetan los derechos de la mujer ni de la niña violada, ni su integridad física, ni su vida. Se hace necesaria así la despenalización del aborto en casos en que la mujer esté en riesgo de muerte, casos de niñas-adolescentes violadas e incesto, con ello se favorecería la preservación de sus vidas.