El transatlántico MS St. Louis era un buque de pasajeros alemán cuya travesía más famosa pasó a conocerse como “El viaje de los condenados”.
Era la primavera de 1939 y 908 refugiados alemanes judíos partieron con destino a Cuba escapando de los nazis. Sin embargo, solo se permitió desembarcar a 22 de los pasajeros judíos. Organizaciones de ayuda humanitaria solicitaron al entonces presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, y al Gobierno de Canadá que aceptaran a los refugiados. Ambos hicieron oídos sordos a la solicitud y el buque retornó a Europa. Cientos de los refugiados repatriados murieron en el Holocausto. La negativa del Gobierno estadounidense a aceptarlos sigue siendo una mancha oscura en nuestra historia. Lamentablemente, el actual accionar del Gobierno de Estados Unidos con relación al reasentamiento de refugiados sugiere que la historia se podría estar repitiendo.
La cifra total de personas que se ven obligadas a desplazarse hoy en día es impactante. Se trata del mayor flujo de refugiados registrado desde la Segunda Guerra Mundial. Según la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), existen en la actualidad 65,3 millones de desplazados por la fuerza en el mundo. A un tercio de ellos, 21,3 millones, se los considera refugiados y casi la mitad de ellos proviene de solo tres países: Somalia, Afganistán y Siria. Cinco millones de personas han huido de Siria y más de seis millones se han visto obligados a desplazarse dentro del país. Se estima que en estos cinco años de guerra civil en Siria han muerto más de 400.000 personas. Por otra parte, la destructiva guerra que se libra en Yemen ha obligado a más de tres millones de personas a huir de sus hogares. La ACNUR prevé que 2016 será el año en que se registrarán más muertes de migrantes que intentan cruzar el Mar Mediterráneo. Oxfam proporciona otra cifra estadística clave: “Los seis países más ricos del mundo [Estados Unidos, China, Japón, Alemania, Francia y Reino Unido], que representan más de la mitad de la economía mundial, reciben a menos del 9% de los refugiados del mundo, mientras que países y territorios más pobres asumen la mayor parte de esa responsabilidad”.
Es en este contexto que Naciones Unidas convocó a la primera cumbre de alto nivel sobre refugiados esta semana, en el marco de la Asamblea General anual de la ONU, celebrada en la ciudad de Nueva York. El presidente Barack Obama mantuvo posteriormente otra cumbre sobre el mismo tema. Antes del comienzo de la misma, se conoció la noticia de que había sido atacado un convoy de ayuda humanitaria que se dirigía a la arrasada ciudad de Alepo, Siria, donde se esperaba esa ayuda con desesperación. El convoy fue blanco de un ataque aéreo que Estados Unidos atribuye a Rusia, pero que Rusia niega haber llevado a cabo. Antes del ataque, el sábado, un frágil alto el fuego acordado en Ginebra la semana anterior se desplomó cuando Estados Unidos atacó y provocó la muerte de miembros de las fuerzas armadas sirias en un incidente al que el Pentágono calificó como un “error”.
Para sorpresa de muchos, Estados Unidos jugó el rol de saboteador en Naciones Unidas y logró que se modificara el texto de una declaración no vinculante que habría prohibido expresamente la detención de menores refugiados. En lugar de ello, el texto actual dice que los refugiados menores de edad serán enviados a prisión “solo como una medida de último recurso y por el menor período de tiempo posible”. Díganle eso a Estefany Adriana Méndez, de dieciséis años de edad, que se encuentra detenida en el Centro de Detención Familiar del Condado de Berks, una cárcel para familias inmigrantes ubicada en Pensilvania. La adolescente originaria de El Salvador dijo al ser entrevistada por “Democracy Now!”: “La verdad, a todos los que estamos acá, a todos los niños que estamos acá, e incluso a las madres, nos deja una experiencia horrible estar en detención, porque más de un año no es justo para un niño estar encarcelado sin haber cometido ningún delito”.
Mientras se desarrollaba la cumbre de la ONU sobre los refugiados, el hijo de Donald Trump, Donald Jr., publicó en Twitter: “Si tuviera un frasco lleno de caramelos Skittles y te dijera que solo tres de ellos te podrían matar, ¿tomarías un puñado? Así es nuestro problema con los refugiados sirios”. La compañía propietaria de Skittles, Wrigley, respondió: “Los Skittles son caramelos. Los refugiados son personas. Consideramos que la analogía no es apropiada”.
El sufrimiento de los refugiados no es broma para Manfred Lindenbaum, quien asistió a la cumbre de la ONU como observador. Lindenbaum, un octogenario lleno de vida, fue refugiado cuando tenía seis años de edad. Al igual que quienes realizaron el viaje de los condenados, era un alemán judío. En 1939, él y su hermano huyeron de Polonia a Inglaterra en uno de los famosos transportes de niños, días antes de la invasión nazi. Lindenbaum recordó en declaraciones para Democracy Now!: “Estados Unidos dijo en ese momento que no aceptaba a niños judíos. A último momento, cuando el Ejército alemán estaba a punto de invadir, algunos centenares de niños abordamos un buque de guerra polaco. Y así es como mi hermano y yo llegamos a Inglaterra. A mi hermana no le permitieron subir. Tenía catorce años de edad. Como consecuencia, fue asesinada junto al resto de mi familia”.
El filósofo George Santayana redactó hace más de 100 años: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Entre el discurso plagado de odio de los Trump y las dañinas políticas sobre refugiados de Obama penden las vidas de millones de personas. Esperemos que la razón y la compasión prevalezcan ante la xenofobia y el odio.