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Opinión | Miguel Ángel Cid Cid/Consultor Internacional

El desarrollo, sea general o local, requiere de un clima propicio para sus actividades particulares. En República Dominicana, siempre se ha dicho que la deficiencia profunda del sistema eléctrico obstruye el desarrollo del país. No se equivocan quienes así piensan, aunque, debían poner el ojo en otros indicadores. 

Los prolongados apagones hacen que los usuarios tengan que pagar dos veces por el mismo servicio, la duplicidad de retribución aumenta el costo de la producción. En consecuencia, la capacidad de contratación de empleos se reduce. 

De igual modo, la educación es considerada piedra angular del desarrollo. A pesar de ello, nuestro país ocupó el último lugar en una evaluación de los sistemas educativos a nivel internacional. La tanda extendida y el 4% del PIB, son insuficientes para superar la deficiencia. Y es que la extensión del horario no modificó la carga académica curricular, lo que facilita que la holgazanería campee entre estudiantes y docentes.

Otro hito impulsor del desarrollo, y que de igual modo puede ser su impedimento principal, es el transporte. En efecto, la calidad del transporte padece de serias dolencias. Las voladoras, pequeños autobuses convertidos en chatarras ambulantes, destacan por la alta velocidad en que transitan por las calles. Las unidades de carros de conchos, solo alcanzan para cuatro personas, de cualquier modo, entran seis pasajeros apretados como sardinas.

En consecuencia, la tendencia a individualizar el servicio de movilidad vial engendró un ser muy especial, el  motoconcho. Para que se tenga una idea, en una motocicleta, diseñada para dos personas, suelen abordar hasta cuatro pasajeros. Generalmente, ni pasajeros, ni conductores, llevan puesto el casco de protección reglamentario. Menos mal que se aprobó una nueva ley para regular el servicio. La pregunta es obligatoria, ¿se aplicará la nueva ley a todos por igual? 

Nadie pone en duda que la pobreza en los servicios de electricidad, (los apagones), la educación, la falta de empleos y el transporte son piedras en el camino del desarrollo. Lo más grave de la problemática, es que a diario tropezamos siempre con las mismas piedras.

La real retranca

Los especialistas en el estudio de la conducta humana discuten si la violencia origina la delincuencia o si es a la inversa.  Mientras los duchos se ponen de acuerdo, los ciudadanos coinciden en que  la violencia ahuyenta los inversionistas y desmoviliza los consumidores. Ante la avalancha  delincuencial, la gente se cohíbe de salir a las calles, por temor a ser atacados por grupos de facinerosos.

Si colegimos, que no hay desarrollo sin inversión, y en consecuencia, el cambio requiere de una clientela que consuma los productos resultantes de la transformación. Cabe entonces deducir, que si la inversión se esfuma y la gente no compra, la verdadera y más grande retranca del desarrollo es la violencia.

La impunidad es un elemento que se suma a los beneficios otorgados desde el gobierno a quienes delinquen desde el poder supremo de la nación. Para muestra un botón, en 1996, el Dr. Leonel Fernández, levantó como tema de campaña el flagelo de la corrupción pública. El Dr. Fernández, sustentó la denuncia propagandista con datos precisos.

-- En República Dominicana, la corrupción en la administración pública se lleva 30 mil millones de pesos al año --, aseguró el candidato morado.

Tiempo después, ningún otro aspirante a desgobernar el país se aventura a actualizar el dato. Quizás, el caso ODEBRECHT anime a los políticos opositores a concretizar el monto actual que se roban los funcionarios públicos. Aquí, todo el que tiene, por lo menos, un tío alcalde, consigue salir ileso ante cualquier hecho delictivo que acometa.

Mientras la delincuencia y la violencia gocen de impunidad, el desarrollo continuará atrapado en las murallas del despotismo.