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Opinión | Miguel Ángel Cid Cid/Consultor Internacional

En República Dominica, “en China y en cuchunchina”, propiciar el desarrollo local implica arribar a un acuerdo multisectorial e interinstitucional. En un primer momento, el pacto debe ser entre el gobierno central, los ayuntamientos como gobierno del municipio y la Liga Municipal Dominicana.

En esa tesitura, entran en un segundo nivel, las organizaciones cuya razón de ser es el municipio. Entre ellas, la Federación Dominicana de Municipios, Federación Dominicana de Distritos Municipales, Asociación  Dominicana de Regidores, y la Unión de Mujeres Municipalistas Dominicanas.

 La confraternidad tiene que multiplicarse tanto como municipios y distritos municipales haya en el país. En cada localidad se debe hacer un acuerdo similar entre el Ayuntamiento y las organizaciones del municipio. Al hablar de las agrupaciones del municipio nos referimos a las juntas de vecinos, centros de madres, clubes deportivos, grupos religiosos (de todas las creencias). Además, se incluye la comunidad LGTBQ, las cooperativas, asociaciones campesinas, organizaciones de mujeres, y grupos juveniles.

Si es significativo construir el desarrollo con el concurso de este conglomerado organizacional, no menos importante resulta integrar las universidades, institutos de formación técnica, y ONGs especializadas. Estas instituciones harán los estudios e investigaciones que se requieren durante todo el proceso. Las organizaciones empresariales y comerciales son clave en la construcción de un proceso solido de desarrollo.

Siempre hay que tener presente que “el loco del parque” es un ciudadano que merece mayor atención que los demás, por su condición de debilidad extrema. Incluso, este puede aportar una “loca idea” que resuelva el acertijo clave en un momento de agotamiento.

Arribar a un “pacto de ciudad” es más que todo, fortalecer la autonomía municipal, por ahí debe iniciar el primer debate sobre el desarrollo local en este país. En tanto, el Ayuntamiento como gobierno del municipio no sea en verdad autónomo, las posibilidades de desarrollo en el territorio serán mínimas. Incluso, pueden implementarse iniciativas brillantes, pero se harán insostenibles por la débil autonomía imperante en el ámbito local. 

En República Dominicana, el problema estriba en que la gestión del desarrollo se ha dejado en manos de las élites empresariales y políticas. El desarrollo es concebido de espalda a la gente. El diseño, la gestión y las propias acciones concretas las dirigen los ejecutivos. En la mayoría de los casos, la gente es integrada como público que asiste a un espectáculo, nunca como parte de un proceso. 

En consecuencia, esta visión miope y utilitarista impide que en los municipios dominicanos se gestionen iniciativas de desarrollo en función de la vocación particular de cada territorio. Ejemplos hay de sobra, planes estratégicos de desarrollo editados en publicaciones lujosas, durmiendo en los rincones oscuros de las oficinas de planificación municipales. Lo de Santiago de los Caballeros es patético. El proceso de desarrollo de Santiago lo dirige una ONG mantenida por el ayuntamiento y la cooperación internacional para vender “resultados” basados en la lisonja. 

Está de más decir, que es al ayuntamiento a quien corresponde dirigir y gestionar el desarrollo de la localidad que gobierna. Todos los demás sectores y personas individuales entran en igualdad de condiciones, incluso los empresarios y comerciantes. Entregar el proceso a un sector en específico, sea este comunitario, empresarial, religioso o comerciante, es sin lugar a dudas, apostar a la exclusión de los demás actores.

Esta y no otra, es la razón de iniciar por concebir un pacto amplio e incluyente que promueva formas creativas de integración y participación. Un pacto que se atreva a diferenciarse de los demás y se arriesgue a trazar su propio camino.  

El desarrollo requiere, por sobre todas las cosas, creatividad, y la creatividad nunca sale sin una dosis de locura.