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Opinión | TAHIRA VARGAS GARCÍA

Los centros educativos se encuentran dentro y fuera del contexto social que vive la población joven y adolescente que es el sujeto principal del mismo. La vida escolar transita sin tomar en cuenta la cotidianidad de sus sujetos, muchachos y muchachas que tienen múltiples estructuras familiares y múltiples realidades sociales.

 Docentes, directores/as de centros y orientadores/as se dirigen a la familia como si ésta fuese un modelo único. Se elaboran programas, contenidos curriculares en los que se muestra un modelo familiar basado en madre-padre-hijos/as y se excluye la familia extensa, la familia unipersonal y la familia nuclear en la que la estudiante o el estudiante es el jefe o jefa de familia.

La presencia de familias unipersonales y familias nucleares basadas en matrimonios de adolescentes y jóvenes que estudian activamente está invisible en los programas y contenidos curriculares.

Esta invisibilidad genera dificultades para afrontar la educación sexual, los contenidos curriculares en las ciencias sociales e incluso para la visión misma de la jornada extendida y sus actividades co-curriculares. Existe una población adolescente tanto femenina como masculina que se casa. Casarse en la cultura popular significa unirse. El matrimonio en los grupos más vulnerables no necesariamente tiene un carácter legal ni religioso.

El matrimonio entre adolescentes que estudian, de una adolescente con un hombre adulto o de una adolescente con otro joven que ha desertado para mantener la familia, está presente en la vida escolar y tiene sus efectos en las condiciones socio-afectivas de la población estudiantil, con casos frecuentes de violencia de género y de otros tipos de expresiones de violencia. En muchos casos la violencia de género presente en las relaciones de pareja de la adolescente o joven que estudia en los centros educativos tiene repercusiones en todo el clima psico-social del centro educativo y afecta las dinámicas cotidianas del mismo.

El sistema educativo necesita conocer a profundidad la realidad psico-social y afectiva de la población estudiantil sujeto de los procesos educativos. Necesita tener información cualitativa y cuantitativa sobre las estructuras familiares, contextos sociales, prácticas sexuales y condiciones de su población sujeto.

Este conocimiento debe estar acompañado de procesos de capacitación a sus docentes sobre la relación con el contexto y sobre todo de una visión de la escuela como espacio donde los derechos de niños, niñas y adolescentes, asi como los derechos sexuales y reproductivos deben ser respetados y difundidos.