Contáctenos Quiénes somos
Opinión | Maximiliano Dueñas Guzmán

“Me atrevería a sugerir que la moral, la política, la responsabilidad, si las hay, no habrán empezado jamás sino con la experiencia de la aporía.” –Derrida, El otro cabo, 1992 - 

 

Mis diálogos y reflexiones acerca de qué nos ocurre como país (y como raza humana) debido a la intensiva integración del celular a nuestras prácticas culturales, me lleva con frecuencia a la noción de aporías que desarrolló Derrida.

Con esta concepción, el filósofo francés proponía problematizar—ampliar y profundizar—nuestras interpretaciones ante lo contradictorio, lo perplejo, lo insoluble. Entre las formulaciones que él nos ofreció para pensar las aporías, incluyó la impresión del “no saber a dónde ir”  cuando uno siente la responsabilidad de tomar una decisión (Aporías, págs. 12 a 14).

Es esta la sensación—la de sentir un deber de contribuir a resolver un problema que elude definición clara—que me acompaña cuando contemplo lo fabuloso/contaminante/insalubre/libertador/acechador de nuestras prácticas sociales con el celular.

El celular como el primer medio verdaderamente masivo Para el 2011, la población del mundo llegaba a 7 mil millones de personas, y, según la Unión Internacional de Telecomunicaciones, la cantidad de usuarios de teléfonos celulares alcanzaba la cifra de 6 mil millones, alrededor de 86% de la humanidad (Informe del 2011 de la UIT). La velocidad de crecimiento del uso del celular también es conmovedora: en el 2000, la cantidad de personas con acceso a un celular era alrededor de 700 millones. Entre los países más marginados por el crecimiento capitalista (los países menos desarrollados según la nomenclatura de la Organización de Naciones Unidas), la tasa de crecimiento del uso de celulares ha sobrepasado la de los países de Europa Occidental y Estados Unidos desde el 2005. Ningún otro medio de comunicación se acerca a este nivel de masividad.

Por ejemplo, para el 2011, el teléfono regular (de línea) escasamente sobrepasaba mil millones de usuarios, sólo una tercera parte de la humanidad tenía acceso a internet y sólo el 39% de los hogares en el mundo tenía una computadora . En cuanto a los medios tradicionales, en el 2009 el 43% de la población mundial tenía acceso a televisión   y 34%  leía prensa diaria .

Hoy, después de milenios de la invención del primer alfabeto y siglos del desarrollo de la imprenta, todavía hay 700 millones de seres humanos y el 17% de la población mundial son personas mayores de 15 años que no saben leer ni escribir (Unesco). La masividad y celeridad con la cual la humanidad ha adoptado el celular, ha llevado a muchos a celebrar el fin de la brecha digital, la más reciente manifestación de la injusticia económica que genera y sirve de fundamento para el capitalismo.

Los propagandistas de la Unión Internacional de Telecomunicaciones, una agencia de la ONU que promueve una perspectiva de las nuevas tecnologías de comunicación como instrumentos de lucro y competencia empresarial, continuamente usan la frase “mobile miracle” (el milagro del celular) en sus comunicados de prensa. 

Así, el celular ha servido para vigorizar las cansadas promesas de fin de la pobreza y de desigualdades socioeconómicas que caracterizan mucha de la literatura de la Naciones Unidas. El discurso de la salvación tecnológica del mundo es bastante viejo y tiene muchos adeptos.  En ese contexto, la masificación mundial del celular ha servido para contrarrestar las agonías del capitalismo, evidentes desde de la inextricable recesión económica mundial iniciada en el 2008. El celular y las protestas antisistémicas Muchos participantes y observadores del Movimiento Ocupar y el de los  Indignados argumentan que sus logros y avances se deben precisamente a la integración del celular a sus movilizaciones y actividades. Los miles de videos tomados con cámaras de celular y circulados  por internet han dado una visibilidad extraordinaria a estos movimientos. Tal ha sido el impacto de estos videos granosos y de pobre calidad que CNN y otros medios corporativos han aceptado transmitirlos. Similar a lo que ocurrió durante la huelga de la Universidad de Puerto Rico del 2010, el celular se ha convertido en herramienta clave de movilización y difusión del Movimiento Ocupar y de los Indignados.

“Las comunicaciones digitales y las redes sociales son las dos cosas que están facilitando las revoluciones y rebeliones. No digo que las están causando como no diría que la imprenta causó la Revolución Inglesa del siglo XVII…Un simple celular es un potente disolvente de antiguas jerarquías”, afirma Paúl Mason, corresponsal de la BBC y autor de dos libros sobre el movimiento mundial contra el capitalismo: Meltdown: The End of the Age of Greed y Why It’s Kicking Off Everywhere: The New Global Revolutions. El celular también ha sido pieza central de las rebeliones que han desplazado a  los poderes militares, políticos e ideológicos que han regido al mundo Árabe por décadas.  ¿Quién se puede olvidar que la Primavera Árabe comenzó con la circulación mundial del video tomado a través de un celular de Mohammed Bouazizi inmolándose en protesta por la opresión militar en Túnez? “La tecnología convierte a cualquiera con un celular en camarógrafo, en tele-reportero internacional”, proclama la revista The Economist. Malik al-Abdeh, principal editor del canal de cable  Barada TV en Siria, sostiene que el celular y la internet han protegido a los opositores del régimen sirio   de una represión gubernamental  más cruenta al mismo tiempo que han permitido nuevas formas de organización contestataria. Son estas nuevas formas de organizaciones horizontales y no jerárquicas las que ha distinguido al Movimiento Ocupar y a los Indignados. Y, al igual que el editor de Barada TV en Siria, muchos establecen una conexión directa entre estas formas de organización participativa y tecnologías tal como el celular.

La sensación de apoderamiento individual y colectivo es indiscutible cuando un rebelde con  celular y conexión al internet se convierte en productor y distribuidor  de imágenes y reportajes que serán vistos por miles o millones de seres.  En ese proceso de apoderamiento se le está restando poder a los medios tradicionales, pues se les limita su capacidad para imponer una definición o interpretación de la rebelión.  Simultáneamente, se está creando una nueva forma de poder, una que permite a cada individuo redefinirse radicalmente como contribuyente constante a la(s) definición(es) de la rebelión. Paul Mason, el autor antes mencionado, explica lo cautivador de este apoderamiento:

“La razón por la cual este horizontalismo es una ideología tan prevalente es debido a que la tecnología  y el poder expandido del individuo le permiten a uno crear algo entre los intersticios: áreas de autonomía, bien en la vida personal, en el ciberespacio o en una comunidad pequeña”. El celular como panóptico digital No obstante, la masificación en el uso del celular también ha facilitado un aumento en la  vigilancia, espionaje e intentos de manipulación del individuo por parte de agencias policíacas y empresas comerciales.

De ahí que en la literatura crítica se ha comenzado a hablar del celular como panóptico digital. En el siglo XVIII,  el filósofo inglés, Jeremy Bentham, propuso una serie de principios para la construcción de edificios donde el objetivo era mantener a personas bajo constante vigilancia. Así, según su propuesta, estos principios aplicaban a  fábricas, manicomios, hospitales, escuelas y, particularmente a prisiones. Los edificios construidos bajo estos principios debían ser redondos, las celdas/espacios de los prisioneros/estudiantes/enfermos/obreros estarían en la circunferencia y la del guardia/maestro/enfermero/supervisor en el centro de modo que éste tendría continua visión sobre cada uno y todos a la misma vez. Según Bentham, un edificio construido bajo estos principios crearía “un nuevo modo de obtener poder de una mente sobre otra en grado hasta ahora desconocido” (Panopticon or Inspection House). En la actualidad, el celular provee cada vez más información sobre individuos, datos personales en un grado hasta ahora desconocido que estimulan los anhelos de empresas comerciales y agencias policíacas. Un reciente artículo en la revista Time advierte sobre la creciente cantidad de información personal que se recoge por medio de los sistemas de posicionamiento global (GPS) en los celulares y por los navegadores de internet.

Según el artículo, en 15 de los 17 sectores de la economía estadounidense existen empresas con bancos de datos de información sobre individuos y en cada uno de estos bancos hay más información que la que se encuentra en la Biblioteca del Congreso, la biblioteca más grande del mundo.

El potencial de explotación comercial de esta información es pavoroso, ya que, según el artículo, sólo en el sector de la salud se calcula que esta información personal tendría un valor de 300 mil millones de dólares  al año. Por eso, el reciente estudio de American Express que revela que el 15% del uso de celulares en Estados Unidos es dedicado al consumo, ha sido replicado en tantos sitios de internet dedicados a la explotación comercial de la comunicación digital (véase, por ejemplo,  Mobile marketing).

La celebración de las contribuciones del uso del celular al reforzamiento del consumismo como rasgo distintivo de nuestra cultura, es evidente en el anuncio de Sybase, una de las compañías que se destaca en la comercialización de nuestra información personal digitalizada. Entre los datos que se celebran  en este anuncio está  el que en Gran Bretaña la cantidad de niños que tiene un celular supera la cantidad que tiene un libro. Después de darnos los datos del crecimiento vertiginoso en el comercio de celulares durante las últimas décadas, el anuncio termina con una pregunta en tono juerguista: ¿qué estarás haciendo con tu celular en el 2015?

En el contexto de la ideología de miedo consolidada a partir de los actos terroristas del 2001, el Congreso de Estados Unidos, los tribunales y las agencias policíacas han logrado convertir las redes de conexión de celulares en redes de vigilancia. Según Stephen Wicker, ingeniero de computadoras y estudioso de las leyes y jurisprudencia relacionada con intimidad, aún antes del 2001, la FBI y otras agencias policíacas presionaban al Congreso de Estados Unidos para que ampliaran la disponibilidad de información sobre individuos almacenada en las redes digitales. En el 1994, el Congreso aprobó la Ley de Comunicaciones y Fuerzas de Seguridad (Communications Assistance for Law Enforcement) la cual requiere que las compañías que proveen servicios de celular, “faciliten en forma ágil la intercepción autorizada de comunicaciones y el acceso a identificación de llamadas con un mínimo de interferencia de los servicios de comunicación del suscriptor”.

El Patriot Act, la principal respuesta legal del gobierno de  Estados Unidos a los ataques del 2001, agilizó aún más el acceso que ya tenían las agencias de seguridad a datos personales generados con el uso del celular.  En su análisis de la transformación de la arquitectura del  Panóptico de Bentham en instituciones y prácticas de vigilancia en el siglo XX, Foucault enfatizó cómo estas instituciones y prácticas logran que los vigilados interioricen los objetivos de la vigilancia y así comiencen a comportarse según los designios del vigilante, aún cuando no estén bajo vigilancia.  Wicker describe esta dinámica  para los usuarios de celulares al ejercer su derecho a la libertad de palabra:

“La repercusión de la percepción de vigilancia en los usuarios de celulares es entonces la de limitar la experimentación y la subsiguiente canalización del uso de la palabra a formas ‘seguras’ e inocuas”. Puerto Rico y el celular “La dependencia al celular en Puerto Rico se puede describir como una especie de adicción”, afirma en una de sus conclusiones  el más reciente estudio sobre uso de celulares en la Isla.  Dicho estudio arrojó que el 83% de la población en la Isla tiene un celular y que entre este sector el 12% posee dos móviles. En un estudio anterior, se concluyó que para los adolescentes boricuas el celular es más que un medio de comunicación, “ya que forma parte de su existencia y está cargado de un gran apego emocional” (My mobile experience 2009). Y para los que ponen en duda los cambios culturales que conlleva el uso del celular, el estudio cita a un hombre de 34 años quien admite:

“Estoy más pendiente al celular que las conversaciones con las personas”. Sin embargo, posiblemente lo más revelador de los estudios sobre el uso del celular en Puerto Rico es que son realizados por y para organizaciones del sector de la publicidad. Nadie más estudia sistemáticamente lo que nos ocurre como consecuencia de nuestra “adicción” al celular. No sabemos qué está pasando con lo miles de celulares que se convierten en desperdicio. 

En Estados Unidos, para el 2008—año en que existían 470 modelos de teléfonos móviles—, el 60% de celulares comprados era para reponer modelos “antiguos”.  En ese mismo año, sólo el 1% de celulares se reciclaba. Aún el reciclaje es problemático, ya que para extraer los metales que contiene un móvil—oro, paladio, plata, cobre y platino—se generan alrededor de 220 libras de desperdicios (The afterlife of cellphones). Colectivamente tampoco somos conscientes de los riesgos y consecuencias a nuestra salud como resultado del uso de celulares. Esto, a pesar de que desde el 2011, la Organización Mundial de la Salud ha pronunciado que su uso “incluye la radiación emitida por aparatos celulares como una de ‘riesgo cancerígeno’ y la coloca junto a viejos conocidos como el plomo, el humo de combustión y el cloroformo” (Organización Mundial de la Salud).

Tampoco sabemos cómo nuestros significados cotidianos, nuestra cultura, está cambiando con el uso del celular. Las posibilidades de una humanidad fundada en prácticas de democracia participativa y armonía ecológica con el planeta, experiencias vislumbradas en los movimientos anti-sistémicos que han surgido desde finales del siglo pasado se enfrentan a posibilidades de continuo consumismo, contaminación e individualización. Y el celular es espacio privilegiado de estas confrontaciones. 

Pienso en las aporías de Derrida, pero de la mano de la escritora y activista de la India, Arundhati Roy: “El movimiento se convertirá, o por lo menos se debe convertir, en movimiento proteico de ideas, al igual que acciones…He dicho con frecuencia que, entre las cosas que tenemos que rescatar, más allá de la riqueza desvergonzada de los multimillonarios, es el lenguaje…Por eso debemos atender cuidadosamente a aquellos con otra imaginación: una imaginación fuera del capitalismo y del comunismo.

Pronto tendremos que admitir que esas personas, como los millones de personas de pueblos originarios que luchan para prevenir la usurpación de sus tierras y la destrucción del ambiente, no son reliquias del pasado sino guías de nuestro futuro” (The Progressive).