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Opinión | Maximiliano Dueñas Guzmán

Una mirada rápida a las profesiones relacionadas con la comunicación –técnicos/as de medios de comunicación, periodistas, cineastas, guionistas, diseñadores/as gráficos, relacionistas públicos, publicistas, fotógrafos/as y un  largo etcétera– crea un alto grado de ansiedad para aquellos/as de nosotros que pensamos que estas profesiones son beneficiosas para el bienestar social.

 La apropiación masiva de la computadora a más y más espacios de nuestras vidas ha ido fortaleciendo la noción que el/la especialista en comunicación es candidato/a idóneo para el pujante museo de la obsolescencia. ¿Para qué necesitamos fotógrafos/as o cineastas profesionales si cualquier persona que tenga un teléfono “inteligente” o computadora puede tomar fotos y “hacer” cine? ¿Para qué necesitamos periodistas si cualquiera con un buen sentido de traducción de acontecimientos a noticias puede crear un “blog” y difundir sus artículos e imágenes a todo el que tenga conexión a internet? Estos comentarios se oyen con frecuencia en la conversación colectiva que es tanto generadora como receptora de nuestros significados.

Claro está que si ya, según esta lógica, son superfluos los/as profesionales de comunicación, también lo son los programas de comunicación universitarios. Pero la erosión de empleos  y el cuestionamiento social de la pericia de comunicadores/as profesionales no agotan las dimensiones del dilema de los programas universitarios de comunicación.

La digitalización de la vida cotidiana también va acompañada por la globalización, entendida como la erosión de fronteras económicas y culturales entre países. La digitalización y globalización (que deben ser entendidas como prácticas sociales y no como reificaciones), a su vez han contribuido a la vertiginosa aceleración en la producción de conocimiento, la cual tiene como unas de sus consecuencias la fusión de las disciplinas académicas. ¿Responden adecuadamente los currículos de los programas universitarios de comunicación a los cambios que diferentes sectores sociales llevan a cabo a través de la digitalización? La machacada (y poco entendida) pregunta si las nuevas generaciones aprenden más a través de la imagen que de la palabra, es sólo una de las interrogantes generadas por las prácticas sociales de digitalización de la comunicación.

¿Responden adecuadamente los currículos de los programas de comunicación a la trascendencia del espacio nacional como principal referente de lo económico y lo cultural? ¿Responden adecuadamente los currículos de los programas de comunicación a la explosión en la producción de conocimiento y la consecuente decadencia de las distinciones entre disciplinas académicas? Cierto es que muchas dimensiones del dilema que confrontan los programas de comunicación también representan retos para las otras disciplinas académicas (y para la universidad en su totalidad), pero no creo que la encrucijada sea tan espinosa para las otras disciplinas.

El cuestionamiento de la legitimidad de la disciplina de la comunicación es más severo que con el  resto de los campos del saber humano. En su reciente decisión de cerrar la Escuela de Periodismo y Comunicación Social, la Junta de Síndicos de la Universidad de Colorado ofreció la digitalización como justificación principal para su acción (un breve artículo sobre el debate de ese cierre se puede ver en el Huffington Post).

Los debates y foros sobre el futuro de la disciplina de la comunicación ofrecen varias pistas para salir del dilema. En un análisis sobre la experiencia de los programas de comunicación universitarios en España frente a los retos de articulación establecidos por el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), María Cristina Pinto, una asesora en comunicación de la UNICEF, señala a la cooperación, o lo que otros llaman la emergente cultura de participación, como la clave de las pistas para superar la relegación de los programas de comunicación (Revista Signo y Pensamiento). La cooperación como base del proceso de aprendizaje incluye la colaboración entre estudiantes, docentes, departamentos académicos, entidades fuera de la universidad y entre programas de comunicación del país, región y del mundo.

Según la autora, al convertir la colaboración amplia y profunda en el núcleo de la educación, cada estudiante (y docente) se encamina a dar justo valor a las aportaciones de los otros y a reconocer la necesidad de contribuir para el bien del grupo, de la sociedad y del mundo. Aunque la autora lo menciona pero no lo destaca, esta expansión de la cooperación se fundamenta en la interpretación como base del conocimiento.

La interpretación, a su vez, es definida como la capacidad para generar nuevos significados sobre la realidad social: “La capacidad de interpretar y dotar de nuevo sentido la realidad sobre la que se actúa es la base del conocimiento…”. Y como no hay forma de generar nuevos significados, nuevos sentidos, si no es colectivamente, las formas en que nos comunicamos se convierten en método privilegiado para el desarrollo de la cooperación pedagógica y de la colaboración social. A pesar de la fecundidad educativa y social del dilema que enfrentan los programas de comunicación, este dilema se torna en indiscreto por la perspectiva que predomina en la mayoría de las administraciones universitarias (como demuestra el caso de la Universidad de Colorado), incluyendo, en forma notoria, las personas que rigen gran parte del futuro de la Universidad de Puerto Rico.

Si bien la mayoría de las actividades de estudiantes, docentes y otros empleados universitarios y la comunidad durante la huelga del 2010 se puede caracterizar como taller de cooperación, integración de tecnologías digitales para la comunicación horizontal, transdisciplinareidad y articulación de lo global con lo local (glocalización no globalización), las actividades de la Junta de Síndicos y del entonces presidente de la Universidad se pueden caracterizar como taller de conflicto, uso de métodos verticales de comunicación y evocación de modelos internacionales (globalización) para justificar el desamparo de la educación universitaria pública. Esta perspectiva de competencia y verticalismo como ejes de la educación universitaria es la que se plasma en el documento comisionado por el gobernador de Puerto Rico, Cambio de rumbo para dar pertinencia a la educación superior en el siglo XXI.