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Opinión | Maximiliano Dueñas Guzmán

Al circular por Twitter y Youtube el video del homicidio de un líder de Hamas el pasado 14 de noviembre, el gobierno de Israel se convirtió en el primer estado en utilizar esos medios para publicar una acción bélica. Antes de eso muchas organizaciones no estatales lo habían hecho, pero Israel fue el primer gobierno en usar ambas redes mediáticas como instrumentos de guerra. Esto no debe sorprender porque ese país ha estado en la vanguardia del uso de  las relaciones públicas para justificar actos de violencia por parte de un estado. Para poner el uso que Israel está dando al ciberespacio en sus ataques contra Gaza en contexto, hay que hacer un poco de historia.

 Durante la Guerra de Crimea, un conflicto de mediados del siglo 19, considerado por muchos como la primera guerra moderna por la integración que se hizo de tecnologías industriales,  una observadora felicitó la cobertura patriótica de la naciente prensa masiva indicando que había sido “el mejor general” del ejercito británico. Casi cien años después, durante la Segunda Guerra Mundial, el General Montgomery  denominó a la radio de Gran Bretaña como la cuarta fuerza armada por su contribución al espíritu combatiente de los soldados y el respaldo público a la guerra. Casi cincuenta años después, durante la primera invasión a Irak, un alto oficial militar de los Estados Unidos afirmó que los medios habían pasado de ser su tercer punto en la agenda diaria para convertirse en su primera consideración. Dado este creciente relieve de los medios de comunicación en la ejecución de guerras, la orquestación del uso de medios se convierte en una necesidad para cualquiera ofensiva militar. Esta orquestación, que se  denominaba  propaganda a principios del siglo 20, en una época en que los imperios eran más precisos con el uso del idioma, hoy se conoce como  relaciones públicas. Y según Hudson y Stanier (War and the media), dos académicos ingleses que estudian la relación entre medios y guerra, esta orquestación es en la actualidad el elemento más esencial para lograr el éxito de cualquier conflicto militar.

Pero esta orquestación no es una simple manipulación de los medios por parte de los gobiernos o altas esfera militares. Los medios de comunicación no han sido simples marionetas en su desarrollo como armas de guerra. Tal vez el incidente más revelador de la complicidad de los medios en el desarrollo de técnicas de manipulación de opinión pública es el de William Randolph Hearst. Para el 1896, Hearst, propietario del New York Journal, envió a un artista gráfico a Cuba para captar los preparativos de una supuesta guerra entre España, Cuba y Estados Unidos. Una vez en Cuba, el artista gráfico le escribió por telégrafo que todo estaba en paz y solicitaba autorización para volver a Nueva York. Hearst, deseoso de que estallara una guerra para poder vender más ejemplares de su periódico, le devolvió un mensaje revelador: “Quédese ahí. Usted provea las ilustraciones que yo proveeré la guerra”.

La invasión de Gaza por Israel en el 2008-09 demostró un alto nivel de sofisticación en la articulación de mensajes mediáticos con tácticas militares, un grado de colaboración que señala la existencia de un complejo militar-mediático. Los que han postulado la existencia de tal complejo en países donde prevalece una cultura de guerra, como Israel y Estados Unidos, lo identifican como una instancia particular del complejo militar-industrial. El concepto de complejo militar-industrial fue proclamado por Eisenhower, el presidente de Estados Unidos en la década del 50 del siglo pasado, quien lo hizo en su  último discurso ante el país para advertir sobre el peligro del “desastroso aumento en poder”  de este complejo y su potencial para minar procesos democráticos.

Los socios de un complejo militar-industrial promueven el armamentismo y la guerra por que benefician tanto al poder y prestigio de las fuerzas armadas como a las ganancias de empresas manufactureras de armas. En el caso particular de un complejo militar-mediático, esta promoción  se da por la complementariedad de intereses entre fuerzas armadas y empresas de medios. El sector militar necesita la colaboración de los medios de comunicación para desarrollar y mantener apoyo a sus actividades. Y los medios de comunicación necesitan la complicidad de las fuerzas armadas para mantener y aumentar sus públicos, lo que a su vez les garantiza ingresos por publicidad.

El poder militar, económico y cultural de los Estados Unidos en el mundo se traduce en la influencia del complejo militar-mediático de ese país en todos los rincones del planeta. En la dimensión cultural, este poder se ejerce a través del los conglomerados monopolísticos de medios de comunicación. Estos conglomerados se redujeron de alrededor de cincuenta a fines de la década del 80 del siglo pasado a un puñado de megacorporaciones en las primeras dos décadas de este siglo. Esto significa que gran parte de la radio, prensa, televisión, cine, música, agencias de noticias  e internet del mundo responden a empresas tal como: Disney-ABC, AOL-Time Warner, News Corporation, Bertelsmann, Viacom, Google y Microsoft. La mayoría de éstas está basada en Estrados Unidos o Europa, casualmente donde también se encuentran las principales industrias de armas del mundo. La vinculación entre las juntas directivas de algunos de estos conglomerados y las de corporaciones de armamentos ha sido documentada en detalle (ver, por ejemplo www.fair.org o el ensayo Bringing the corporate role in global violence to daylight, por Gianina Pellegrini en el libro , Peace Movements Worldwide). Este complejo militar-mediático global funciona como arma de promoción y justificación de las agresiones militares de los Estados Unidos y sus aliados. Ya para el 1991, Herbert Schiller, uno de los más destacados críticos del poder mediático de Estados Unidos, había concluido que “el poder informacional y cultural de Estados Unidos constituye una parte crucial, sino la principal fuente…de la autoridad global estadounidense”.

En el caso de Israel, la componenda entre militares y medios tiene profundas raíces culturales, debido a que desde su fundación en 1948, este país ha estado en conflicto con los países árabes que lo rodean. En palabras de una estudiosa que investigó el papel de las mujeres en la prensa israelí, en ese país “los valores de seguridad nacional y militares han dominado a los valores sociales y civiles”.

La existencia de un andamiaje de intereses comunes entre las corporaciones de medios de comunicación, las de armamentos y las fuerzas armadas no nos debe llevar a la conclusión superficial de que toda aventura bélica cuenta con el mismo nivel de articulación sofisticada entre acciones armadas y relaciones públicas. En el caso de Israel, una comparación entre sus estrategias durante la invasión al Líbano en el 2006, su devastación de la Franja de Gaza en el 2008-09, y su escalada de la violencia a mediados de noviembre de 2012 produce una serie de contrastes reveladores.

En la primera de estas guerras, Israel no logró sus objetivos militares ni propagandísticos. La derrota ocasionó una amplia y profunda introspección entre los sectores dirigentes de Israel. Se llegó hasta la creación de una comisión nacional— la Comisión Winograd, presidida por un ex presidente del tribunal supremo israelí— para investigar las razones por la mala administración de esta guerra. Parte del informe rendido por esta comisión fue hecho público, y estas partes insinuaban críticas a la falta de coordinación entre las diferencias agencias del gobierno y las fuerzas militares en la transmisión de mensajes en apoyo al esfuerzo militar. Aún antes de la derrota en el Líbano, el Israel News Agency, una empresa de relaciones públicas que se destaca por su jingoísmo, estaba exigiendo un escalada de la guerra propagandística: “Estamos involucrados en dos guerras—una la sangrienta batalla de balas—y otra la guerra digital de palabras. Estamos perdiendo en ambos frentes porque la maquinaria de relaciones públicas del gobierno israelí es débil e ineficaz”.

El resultado de las críticas y múltiples estudios fue una planificación detallada y minuciosa de las relaciones públicas para llevar a cabo la invasión a la Franja de Gaza del 2008-09. A tenor con las recomendaciones de uno de los estudios del descalabro del 2006 en el Líbano, se nombró al gabinete del gobierno a una persona con amplia experiencia de relaciones públicas y en medios. Esta persona tuvo acceso total al primer ministro y coordinó las comunicaciones del gobierno, incluyendo las de  las fuerzas armadas, con los medios nacionales e internacionales. Toda consideración de acciones militares estuvo definida por sus repercusiones de relaciones públicas o propagandísticas. Y todo posible escenario o desenlace  tenía un plan de relaciones públicas ya desarrollado.

De acuerdo al Jewish Chronicle, uno de los periódicos más influyentes de la comunidad judía internacional,  ya para el 31 de diciembre de 2008, la cancillería de Israel estaba elogiando el resultado de la campaña de relaciones públicas, pues la cobertura de la mayoría de los medios internacionales era  “definitivamente menos hostil que durante la Segunda Guerra del Líbano ” y  diplomáticos israelíes habían logrado “una cantidad sin precedentes de  entrevistas en inglés,  francés, español e italiano”. Los estrategas israelitas se jactaron que al final de los ataques contra Gaza en enero de 2009, las encuestas en Estados Unidos favorecían a Israel sobre los países arabes por entre un 49 a un 57 % (Jewish Virtual Library). Esto a pesar que unos pocos meses más tarde, una misión de las Naciones Unidas que investigó alegaciones de crímenes de guerra durante la invasión israelita a Gaza encontró que había suficiente evidencia para justificar un fallo legal declarando estas acciones como crímenes contra la humanidad.

Parece entonces que el éxito propagandístico del gobierno israelita en su invasión de Gaza de 2008-09, ha servido de modelo para su campaña de relaciones públicas en este nuevo ataque. Claro está, ahora los espacios de comunicación digital—Twitter, Youtube y Facebook—tienen un grado de masificación mayor que en aquel entonces. No debe sorprender, que son estos los que se han denominado como terrenos destacados  para la nueva ofensiva contra Gaza. En su edición del 17 de noviembre de 2012, Haaretz, el periódico más influyente de Israel, se ufana: “En el universo de los medios sociales, reina el  portavoz de las fuerzas armadas israelitas”. En otro reportaje, titulado “como luchan las fuerzas armadas de Israel en el 2012”, el reportero tranquilamente afirma que la operación militar va dirigida no solo “contra la infraestructura militar de Hamas, pero también hacia el cambio de percepciones en Israel, Gaza y los medios internacionales. Las ofensivas militares y mediáticas se combinan y confunden una con la otra, a medida que las armas y sistemas de defensa son usadas para propósitos de relaciones públicas en el aire, en la tierra y en el ciberespacio”.

La expansión del complejo militar-mediático israelita hacia el ciberespacio se dio a mediados del 2011. En julio de ese año, las fuerzas armadas israelitas anunciaron la apertura de cuentas de Twitter en inglés, francés y árabe. Un mes más tarde, abrieron una página en Facebook. En octubre, abrieron una cuenta en Flickr. En julio de este año, posiblemente como preparación para su ofensiva militar de noviembre, aceleraron su presencia cibernética lanzando una campaña para que sus seguidores se convirtieran en “soldados virtuales” al suscribirse a las diferentes cuentas de las fuerzas armadas. Además, abrieron cuentas en español en Twitter y Youtube. Para julio, también iniciaron una campaña para conseguir 200,000 seguidores en su página de Facebook, meta que lograron en octubre, justo un mes antes de lanzar su más reciente ofensiva militar.

Muchos, incluyéndome a mi, apostamos al potencial democratizante de las apropiaciones de los medios sociales que están llevando a cabo grandes sectores de la humanidad. Solemos olvidar, que el Internet, tanto en sus inicios como en muchos de sus desarrollos contemporáneos, sigue siendo un espacio donde predomina la lógica guerrera.