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Opinión | Telésforo Isaac / obispo Iglesia Episcopal Dominicana

Es así, somos como gotas de agua. Una gota de agua tiene todos los elementos  y propiedades del agua. El ser humano es ente con todos los componentes, propiedades y características de su género, creado a semejanza e imagen de Dios. (Génesis 1:27).

Cada gota es un cuerpo completo, una unidad en sí; es agua en su plenitud. Cada individuo es una persona, una entidad de cuerpo animado de alma y espíritu; es ser homosapiens en plenitud.

Una gota es una sustancia líquida que puede ser coloreada, congelada o existir como rocío, nieve o en estado de vapor. Si se añade esencia perfumada, la misma podrá aromatizar un volumen mucho mayor del líquido o esparcir su aroma por el espacio. Puede estar pura, transparente e inodora; pero si se añade impurezas y suciedad a la misma será contaminada con virus, gérmenes, bacterias o microorganismos, y servirá de foco para transmitir infecciones y enfermedades.

 El ser humano es una criatura de la composición, integración y de las características esenciales (sine-qua-non) del individuo. Es una persona con identidad propia y plenamente humana.

 El agua puede ser pura, cristalina y  potable; pero con sustancias toxicas añadidas, puede contaminar y afectar males. De manera análoga, los seres humanos pueden ser personas sanas, espiritual y físicamente; pero, su alma puede contaminarse de odio, rencores, maledicencia, lujuria, envidia, desamor, engaños, inmoralidad sexual, avaricia, corrupción moral, desenfreno conductual y vicios.

 A veces los individuos son como el roció que aparece temprano en la mañana, es bellísimo, pero muy pronto se evapora y desaparece. Como el rocío, el individuo puede ser una bella persona, pero por seguir consejos de los malvados e ir por caminos de pecadores se marchita y pierde su belleza. (Salmo 1: 1)

 Las gotas de agua se unen a otras y el conjunto puede ser un cuerpo grande, inmenso y maravilloso. Ese cuerpo de agua podría llenar un vaso, un balde, o ser un manantial que procede de la ladera de la montaña, refrescante, transparente, burbujeante, cristalina, en constante movimiento y crecimiento. Se necesita de individuos en conjunto en un lugar, región o territorio para formar una comunidad, un pueblo, una nación.

 Las fuentes de agua se convierten en ríos que corren por valles, regando los sembrados, proveyendo fuerzas para producir electricidad, en el río se crían peces, sus aguas son usadas para beber, lavar y cocinar; allí navegan botes y barcos usados para el transporte; pero, al mismo tiempo el río puede causar daños cuando crece y se desborda. Puede estar contaminado con toda clase de tóxicos, desperdicios, impurezas y ser foco de enfermedades, pestes y plagas.

 Los seres personas pueden ser como gotas que forman un cuerpo de agua cuando se agrupan y forman una unidad matrimonial que es base del núcleo familiar. Ese componente es el fundamento de la sociedad humana. Socialmente los seres humanos necesitan vivir asociados en grupos y conglomerados para formar fraternidades, pueblos, naciones, comunidades de fe, para facilitar las operaciones productivas, la defensa,  y el intercambio de la solidaridad.

  En el agua puede haber desechos, podredumbre, elementos tóxicos, y contaminación. En forma similar en la familia como en la comunidad de fe o en el pueblo, pueden existir las deformaciones de individuos,  grupos o naciones que son de mala vida, discordantes, chismosos, malévolos, intrigantes, extremadamente ambiciosos,  crueles, violentos, y hacen daño como agua infectada,  o como río revuelto, o mar embravecido. 

 Los cristianos y las personas de buena voluntad están llamados a ser como gotas de agua puras: transparentes, sin tacha, sin contaminación tóxica; más bien de buena conducta moral en el pensamiento, la conversación y la acción. Así se da buen testimonio y se manifiestan las enseñanzas de las virtudes más excelentes.

 Las personas humildes, solidarias, de fidelidad familiar, de conciencia cívica,  consagradas a los principios del Santo Evangelio, y segadores de los ejemplos de los grandes maestros y patrióticos como Juan Pablo Duarte, Gregorio Luperón, y Juan Bosch, serán digno auxiliadores para contribuir al desarrollo continuado para alcanzar bienestar material, elevación espiritual, altura cultural,  sosiego y seguridad social.

 Estamos llamados  a acoplar las ideas, programas, y acciones para ser una nación de hombres y mujeres con propósitos de enderezar lo torcido, limpiar las inmundicias de la corrupción, inspirar la confianza, esclarecer las sombras que opacan las  transparencias, acortar la intolerancia, desplazar los instintos de despotismo, silenciar los exabruptos que pregonan odios e incitan violencias, aplicar la justicia, y hacer respetar la dignidad de toda persona. Si esto se hace, entonces se podrá decir como en el Salmo 133; 1, “¡Vean qué bueno y agradable es que los seres humanos vivan unidos!