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Opinión | Telésforo Isaac / obispo Iglesia Episcopal Dominicana

Habla y  se escribe continuamente sobre lo que está pasando y  lo que se cree que debe pasar en Haití. Se valora que es humano  reflexionar sobre la situación de ese pueblo hermano, expresando el deseo que obtenga lo mejor para el bienestar social.

Hay momentos para de fraguar ideas, formalizar proyectos, hacer recomendaciones, y  hacerlo con sincera motivación y amor. Parece bien que se  diga la verdad, más hay que estar consciente que lo hablado o escrito causará, en algunas personas, mala impresión, rechazo, o dolor.  

Desde hace muchos años, como muchos dominicanos, he tenido  ideas y ansias de ver al pueblo haitiano en ruta     a su evolución y desarrollo continuado de estabilidad cívica y política, educación, salubridad, deportes, cultura general, unidad de criterio de gobernar, proliferación industrial, expansión de la industria del turismo, progresando de manera sostenible; y en fin, teniendo  crecimiento económico alcanzando todos los niveles del conglomerado.

He mantenido la esperanza de ver dirigentes desprovistos de egolatría, más bien, prestos a servir en lugar de ser servidos,  laborando mancomunados para alcanzar niveles  satisfactorios  de bienestar para la población en general.

Haití comenzó temprano, pero por múltiples razones aún no ha alcanzado el nivel del proyectado Estado anhelado por los ideólogos y ejecutores de la gesta de liberación.

Los esfuerzos para idear, planificar y proyectar políticas, estrategias y acciones para impulsar y mejorar la situación de marasmo de Haití, es una necesidad inevitable que no se debe  eludir, no debe ser estropeada, suspendida, ni tampoco ser mal interpretada por personas de recelosos instintos, o  recalcitrantes  fundamentalistas, quienes tal vez, no comprenden  la realidad del deprimente estado de la situación, o no siente preocupación por el mal que perdura de generación en generación, y no permite que el proyecto del 1 de enero de 1804, alcance madurez.

En virtud de la hermandad cristiana y del compromiso esperado de   solidaridad que es propio de pueblos y personas de buena voluntad, estamos obligados a tener en mente a Haití y preguntar:  ¿Qué hacer?  Recomendar la implementación de estrategias para ayudar a esa nación a encontrar el camino que emprendió, pero que no ha llegado a su  conclusión como Estado. Por todo esto aquí mencionado, todos  están llamados a tener la mente clara, corazón templado, y raciocinio competente, a fin de   entender y apoyar lo que sea necesario para reencausar a esta nación.  Las  pericias de los dirigentes de buena voluntad, y la acciones ejecutivas de los que pueden, es lo recomendable para asistir a ese pueblo para encaminarlo por la ruta hacia el desarrollo sostenido y el bienestar social.

Los dominicanos estamos conscientes de la condición de la parte Oeste de Quisqueya y con ansias anhelamos su mejoramiento, porque “si Haití esta bien, Dominicana estará mejor”.