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Opinión | Telésforo Isaac / obispo Iglesia Episcopal Dominicana

La Cuaresma es un lapso de tiempo en que los cristianos se dedican a la observancia de retiros, ejercicios espirituales, ayuno y oración, emulando en algo el tiempo de Jesús en el desierto de las tentaciones.

Atendiendo al dicho del predicador,  en el libro de Eclesiastés: “todo tiene su tiempo”. Debemos tomar el tiempo de la Cuaresma para hacer introspección de nuestras almas, examinar la conciencia, ordenar la mente, escudriñar las acciones del pasado y decidir las normativas que regirán la conducta del presente, con el compromiso de seguir adelante, cimentando lo bueno y purificando las virtudes.

La estación litúrgica de la Cuaresma comienza el Miércoles de Ceniza y termina el jueves de la Semana Santa. Esta estación es propicia para cultivar formas de alcanzar el estado más elevado de espiritualidad; cómo lograr los deseos y metas para satisfacer mejor la virtud de amar y servir a Dios, al prójimo y a uno mismo.

Este período de acercamiento a Dios y de introspección, nos faculta para hacer diagnóstico del procedimiento efectivo de la inteligencia emocional y las posibles consecuencias del cumplimiento puntual de las virtudes de la fe, la esperanza y el amor.

Es recomendable comenzar los ejercicios espirituales con actos devocionales; y para esto, se puede usar el Salmo 51, que es considerado como la plegaria penitencial por excelencia.  Su autoría se atribuye al Rey David, por su contrición, arrepentimiento, confesión y búsqueda de reconciliación con Dios, por haber cometido adulterio con Betsabé, y por usar abusivamente su poder para tratar de engañar y tramar la muerte del esposo, Urías. (II Samuel, capítulos 11 y 12).

Esta plegaria penitencial es el lamento individual de un alma agobiada por “rebeliones contra Dios y hechos malos delante de los ojos de la Divinidad”; al mismo tiempo, el penitente expresa: “que ha sido malo desde su nacimiento, y pecador desde el vientre de su madre”. (Salmo 51:6).

El penitente se sintió azotado y alienado de Dios por sus pecados; el flagelo de sus hechos le causaba dolor y agonía, por lo que elevó oración como señal de arrepentimiento, confesión, perdón y búsqueda de reconciliación.

En el caso del Rey David, el autor acepta su culpabilidad y expresa con profundo sentimiento el dolor que le compunge, pide a Dios oír su súplica, que engendre en él un nuevo corazón y un espíritu renovado.

Así como el salmista implora a Dios mediante éstas palabras que expresan su pena, usted puede manifestar su estado ante Dios para examinar y mejorar su condición de vida. Usted debe hacerlo con frecuencia y proponerse practicarlo, especialmente en la estación de Cuaresma.

Dios, en su infinita misericordia, y conforme a su propósito de redimir y rescatar al caído género humano: “en su gran poder y gratuitamente, declara libre de culpa a la humanidad mediante Jesucristo, el Verbo Encarnado”. (Romanos 5:17b).  Esta es la promesa de Dios a todo corazón que le invoca suplicando perdón y renovación.

 

Telésforo Isaac

Obispo Emérito de la Iglesia Episcopal/Anglicana