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Opinión | Carmen Imbert Brugal

Entonces, el poder de las redes sociales era inexistente, los rencores eran distintos y muchos opinantes contemporáneos no alcanzaban la mayoría de edad. Entonces, el diálogo podía durar más que la ligereza de un tuit, las tendencias en los partidos políticos tenían otra circunscripción y algunos, con pujos redentoristas creían que su tiempo había llegado.

Pensaban saldar cuentas pendientes desde la guerra y durante los 12 años. Las organizaciones de la sociedad civil tenían más recato para evitar la exhibición de simpatías, aunque comenzaba el feroz proselitismo en busca de su perfecto servidor público. Todavía reinaba un solo inquisidor, temible, temido, inclemente. La candidez presumía que era repudiado, no sólo por las personas agredidas, sino por la grey de la corrección política que poco a poco asumió el estilo y sin contemplación ni freno, despotrica en contra de quienes no se adecúan a los parámetros de sus agendas, a veces dictadas en otra lengua. Entonces, Miriam Germán Brito compareció ante el segundo Consejo Nacional de la Magistratura-CNM-.

La precedían 28 años de ejercicio y el depósito de un libelo con infamias relativas a su intimidad. Secreto a voces que circuló y se comentó a regañadientes. Un consejero la enfrentó con una pregunta de parvulario, la percepción fue de ofensa. Publiqué en esta columna “A Miriam solo la ofende Miriam.” El inicio dice: Hay personas que sólo resultan presa de la ofensa si se la infligen ellas. En la medida de sus claudicaciones, del abandono a los principios que determinan sus vidas, resultan agraviadas.

La vida continuó. No hubo desboque de caballos ni ira sublimada usando un prestigio impropio. No hubo arrebato proporcional al odio contra otro. El silencio fue loza vergonzante por aquello de quien calla otorga.

La equivalencia en el vejamen es más creíble que zarandear una historia ajena para propósitos coyunturales. Enredar la honra de Miriam entre las patas de las pendencias del momento es agraviarla. La solidaridad de vodevil, oportunista, ofende a Miriam pretendiéndola sin capacidad. Ella es una mujer de poder, de Estado, apta para responder cualquier interrogante que ataña al desempeño de su función. Puede resistir esas preguntas que fascinan cuando tiene que responderlas una persona de la lista de los condenados sin sentencia.

Todavía no hemos llegado a la crudeza de la indagatoria en otros países donde los candidatos al desempeño de una función judicial se exponen al escudriñe de sus pequeñeces. Lo ocurrido en la sesión del CNM ha sido un fallo de procedimiento.

Es el incumplimiento de lo pactado en un reglamento previo. Si confundimos, demeritamos. Muchos que ahora vociferan las virtudes de Miriam fueron adversarios con un talante oprobioso, cuando la época permitía hablar de veleidades de alcoba o del coto inexpugnable de la privacidad. La alabanza de ocasión asemeja aquella que prometía estatuas para algunas servidoras judiciales que los mismos cinceladores derribaron con injurias, porque la efigie no acataba sus dictados. El coro repite elogios fementidos, inservibles, funge como nodriza de una invalidez que Miriam no tiene.Coro con pretendida perspectiva feminista que dijo nada cuando el fuego intentaba incinerar a la vice presidenta de la República y a la presidenta de la Cámara de Diputados. Las dos resistieron solitarias sin el respaldo de las voces que manifiestan enconoporque una mujer ha sido ofendida.

Miriam continuará en la SCJ, seguirá con sus obstinaciones jurídicas que tanto le cuestan. De locuacidad precaria casi irritante continuará con sus frases demoledoras, con el afán por descubrir la belleza en un verso y compartir el hallazgo. Es una servidora pública y como tal no es inmune ni impune. Con el apego al debido proceso puede y debe ser cuestionada, eximirla es menospreciarla, colocarla en la categoría que nos asimilaba a menores de edad. La proclama debe ser paridad en el agravio mientras no prevalezca el respeto para todas las personas. Ella seguirá impertérrita, consciente del uso de su historia como trofeo, actitud tan indigna como la emboscada.