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Opinión | Telésforo Isaac / obispo Iglesia Episcopal Dominicana

La narración de la resurrección de Jesús de Nazareth, quien fue crucificado en la cruz del Gólgota (Mateo 27:38), es un acontecimiento que ha dado base a la creencia que está acertada en el Nuevo Testamento y en los credos de la religión cristiana. (Marcos 16:1-18; Mateo 28:1-10; Lucas 24:1-12; Juan 20:1-19; I Corintios 15:1-11; I Pedro 1:3; Hechos 2:22-36).  

Jesús fue muerto y sepultado en una tumba prestada y vacía; de allí resucitó del sepulcro el tercer día y esto dio lugar a la fundamental creencia doctrinal de los cristianos.

El objetivo principal de éste registro de la resurrección, era proclamar que el cuerpo humano de Jesús ya no estaba en la tumba, donde fue enterrado. Una fiel seguidora del inmolado Señor, María Magdalena, fue la que hizo saber a los discípulos de la ausencia del cuerpo de Jesús en la tumba, luego de visitar ese lugar de madrugada, tres días después de su muerte y sepultura.

Según los escritos, el Señor Jesús le apareció a María Magdalena (Juan 20:11-18); a Pedro (Lucas 24:34);  al conjunto de los discípulos (Marcos 16:14-15, Mateo 28:16-20, Lucas 24:36-49 y Juan 20:19-23); a otros testigos, y más de 500 personas (I Corintios 15:1-11); más fue Pablo quien de manera enfática predicó, afirmó y escribió de la resurrección de Jesús (I Corintios 15:3-16), diciendo que: “si Cristo no resucitó, el mensaje que predicamos no vale nada”.

Está claro, por la evidencia del Nuevo Testamento, que la resurrección del crucificado, no es una “restauración” o un “revivir del cuerpo físico terrenal” de Jesús; pero sí es una realidad que Él vive y está presente con sus discípulos y el pueblo creyente con presencia y poder espiritual.  

Por eso, al celebrar la Pascua De La Resurrección, los cristianos decimos: “!Aleluya, Cristo vive!”