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Opinión | Por Wooldy Edson Louidor, profesor e investigador del Instituto Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana

Mi trabajo doctoral sobre “la cuestión del lugar de origen y pertenencia hoy día en un mundo globalizado” me ha llevado a mi propia historia. Mirando mi biografía, tengo la sensación de que, cuando uno viene de un país “pobre”, “negro” y tan “estigmatizado” como Haití  e incluso el Caribe, uno sufre a menudo de una de las más grandes formas de violencia sutil a nivel micro (nanoviolencia): las asignaciones identitarias.

Se trata de lo siguiente o algo parecido: el Otro trata de encerrarte en una supuesta “identidad” y, con base en ella, te dice cuál es tu lugar en el mundo, qué debes hacer, qué debes decir, cómo debes hablar, qué debes estudiar, qué debes representar, etc.

Por ejemplo, cuando terminé mi bachillerato en Puerto Príncipe y tenía que estudiar una carrera universitaria, se me decía que era mejor que lo hiciera en un país de Tercer Mundo porque era lo que me tocaba a mí. Se me explicaba que yo venía de un país pobre y, por lo tanto, era mejor que estudiara en un país que tuviera la misma realidad que el mío.

Por eso, se me convencía de que América Latina era el destino ideal para mí. Efectivamente, fue para mí un destino ideal: estuve feliz tanto en México donde estudié el pregrado o la licenciatura como en Colombia donde estudié la maestría. Pero, me felicidad se debía a otras razones: mis amigos mexicanos y colombianos saben bien cuáles son esas razones.

Más tarde, cuando yo me planteaba la idea de hacer un doctorado, alguien me decía que era ya viejo para eso: “Tienes 42 años!!!”. Otro me decía: “Pero ¿qué puedes decir de novedoso sobre el Caribe?”  Y otro más me decía: “¿Por qué doctorarte en Alemania, que es un país rico, de blancos y además tan alejado de tu realidad? ¿Servirá de algo para tu trabajo con los migrantes?”

Para finalizar. Una vez –hace un poco más de dos años-, estuve participando en una reunión académica seria en Colombia, tuve la osadía de decir allí que la disciplina académica que realmente me gustaba no era ni la filosofía ni las ciencias sociales, sino la literatura. Después, se me hizo saber de manera seria que el tema en el que tengo que concentrarme es la migración y no otra cosa.

¿Qué más asignaciones identitarias se me es posible esperar?, parafraseando a Kant. Ya entendí la lección: a saber, que debo saber que vengo de un país pobre y del Tercer Mundo, que soy negro, que ya no tengo 15 años, que trabajo con los migrantes, que soy un investigador especializado en las migraciones.

Frente a esta violencia, toca responder, como me decía uno de los grandes sabios que conocí en México, Jorge Manzano: “¡No es bello caer en este páramo triste, sino al revés, seguir gozosos caminando, pues es gran sabiduría saber caminar en la imperfección!”

Sigo caminando pues “en la imperfección”, pero en el vasto mundo, teniendo en el corazón los dolores, los sufrimientos, las humillaciones y las bellezas y esperanzas de Haití, Colombia, México, República Dominicana y de todos los migrantes y refugiados del mundo.