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Opinión | Doctor José Serulle Ramia/economista y diplomático

Me hiciste cabalgar por los linderos de la historia, que todo enseña, que todo anida.

 Me trasladaste a los recintos de la filosofía, las letras, las artes, las ciencias, las leyes de la naturaleza, la poesía y el canto para enriquecer mi pasión por todo lo Nuestro.

Me acercaste a la geografía de los pueblos, divididos por siglos y confinados a vivir tras fronteras de oprobio y de negación de solidaridad, que multiplica el escarnio.

Me advertiste de las mentiras que distorsionan la verdad de los acontecimientos y engañan sobre las causas de los llantos.

Me hiciste caminar cada rincón de mi hogar, sentir a los seres amados que a mi lado conviven y prolongan mi mente a los recuerdos de mi infancia y de mi juventud, recordándome cuántos vivían sin techo y sin aliento.

Me brindaste la oportunidad de ver el valor que añaden a mi existencia quienes trabajan y construyen el mundo, a veces en lienzos de artistas; otras como albañiles o como obreros y campesinos, médicos, enfermeras y transportistas sin horarios de esfuerzos; soldados sin fusiles, bomberos sin sueldos y técnicos que en la amalgama de sus desvelos ven salir de sus manos sus propios inventos. Todos, por lo general, laborando para el lucro de unos cuantos.

 Me diste más serenidad al espíritu para entender el movimiento de las aves, el silbido de los árboles y el silencio en medio de la lluvia.

Me fortaleciste en el amor de cincuenta años con el ser amado, y vi como nunca la luz que se desprende de sus ojos cuando intercambiamos nuestras miradas y descorremos el velo que cubre nuestras almas.

 Me ayudaste a apreciar la claridad del día y la oscuridad de la noche, confirmando el hecho de que siendo honestos somos capaces de construir un buen lecho.

 Me mostraste la justeza de la prudencia, de cuidarme a mí mismo para hacer más fuerte a los otros, para mezclar la miel con el amargo de los sollozos, para hacerla más fácil la vida, y más indómita, en su compasión de sereno vuelo.

 Me cubriste de dolor al enseñarme en el descarno las lágrimas de muchos, mientras el aire puro renacido y la brisa limpia de los bosques nos señalaban la fuerza recobrada de la naturaleza.

 Me ilustraste con hechos, cifras de pena y de entierros en cementerios improvisados, lo importante de una sana alimentación, de una medicina y educación universales, y de un sistema sanitario basado en la solidaridad.

 Me dijiste que de nada valía la existencia del humano si no estaba unida a una naturaleza vigorosa, equilibrada.

 Me reafirmaste que era pura alegría vivir en condiciones de igualdad y que sólo así puede avanzar en paz la especie humana.

 Me repetiste la sabia creencia de que más vale la voluntad de construir un nuevo mundo, que vivir en la ignominia de lo que, a diario, apaga el alivio y destruye el suspiro.

 Me inspiraste a continuar confiando en la resistencia de la humanidad, en el verso de esperanza de los trabajadores y en el grito de redención de todos los oprimidos.

 Me diste tremenda lección al mostrarme que no existen edades, mínimas ni máximas ni intermedias, sino procesos de vida, encerrando etapas, todas florecientes de sueños y de plena armonía.

 

The Greens, Maraval.

Trinidad y Tobago

15 de mayo, 2020.-