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Opinión | Miguel Ángel Cid Cid/Consultor Internacional

Es lógico que un partido político haga suyo los intereses de las clases sociales y sectores de clase que alimentan la producción nacional. Eso resulta evidente en las agrupaciones políticas de todas las épocas, todas las culturas y de todas partes.

Pero en nuestro país parece, que a esa tradición universal, se le da una vuelta. Pues los políticos dominicanos se empeñan en representar los intereses de los depredadores del país. En ellos, eso de la representación del pueblo en su conjunto, de la gran mayoría, es puro teatro. Teatro que empieza como una farsa, continúa como comedia, pero siempre termina en drama. En la tragedia de la decepción.

Ahora, por ejemplo, los morados se afanan en traer al presente al partido fundado en los años 70’s del siglo pasado. Pretenden regresar su partido a la época en que hacer política era semejante a la práctica religiosa. Aquella en la que un simple militante, al defender sus creencias, reflejaba el aura de la seguridad que da el saberse poseedor de la única verdad.

Se olvidan de que nada es eterno en la vida, cual lo plantea el sociólogo Zygmunt Bauman, en su célebre ensayo la Sociedad Líquida.

Pero no seamos injustos, la característica señalada no es exclusiva del PLD. El resto de nuestros partidos comparten el mismo deseo de hacerse eternos, junto a sus dirigentes de siempre. Se olvidan de que el siglo XXI hace rato que empezó.

El Partido Revolucionario Moderno, en cambio, pulula por el espectro político-electoral con vejez precoz. Un partido con poco más de un lustro de fundado. Pero que al divisarlo desde lo lejos, la gente experimenta la percepción de que hace medio siglo que está compitiendo en el mercado electoral. Tal parece que en su afán de participar en el pastel heredó la ancianidad de su progenitor.

Mientras Alianza País todavía no acaba de arrancar, el Partido Revolucionario Dominicano y el Partido Reformista Social Cristiano son piedras echadas a un lado del camino. La Fuerza del Pueblo, hecha a imagen y semejanza de su dueño, le sigue los pasos al PRM. La FUPU, como le llaman muchos, todavía está dando vuelta en el congreso que le dará existencia legal. Su plataforma la sustentan políticos tan viejos, como si su principal líder quisiera sobrevivir a todos.

 

Entre tanto, siguen en el saco del olvido resolver los temas que podrían dar al traste con la situación de calamidad que vive el país. Ninguno de los partidos políticos nuestros, en ese sentido, tiene como prioridad el desarrollo del municipio, todavía menos el ordenamiento territorial ni, sobre todo, agarrar por los cuernos las políticas sociales.

Hay otros temas abordados por los gobiernos de turno cuya intervención se hace en razón de la política clientelar. O diga usted, ¿acaso se conoce algún partido político que tenga en su plataforma de prioridades meterles mano a los sistemas de salud, educación o seguridad ciudadana.

El intento del 4% del PIB para educación fue, si se quiere, el primer intento de dar solución coherente al desbarajuste del sistema. Pero esa gran iniciativa terminó en una simple construcción de centros educativos.

Los recursos del presupuesto nacional, para los partidos que gobiernan, se invierten mejor distribuyéndolos a los congresistas en los barriles, cofres y baúles.

Y si esas mesadas adquieren mala prensa, entonces se le da una vuelta para distribuirse en tarjetas.

Los principales hospitales del interior del país siguen en reparación desde el 2012. Algo que no preocupa, pues, el gabinete de políticas sociales regala 103 millones de pesos a la farándula, a sus integrantes más ricos.

Así es como se ahogan las oportunidades de encaminarnos por el desarrollo. Ahí, en las ambiciones personales de los líderes políticos del país.