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Opinión |

La nación está reviviendo el violento ataque del 6 de enero al Capitolio de Estados Unidos en el histórico segundo juicio político contra Donald Trump, en el que los congresistas demócratas están presentando pruebas contundentes contra el expresidente.

Los nueve legisladores designados por la Cámara de Representantes para actuar como fiscales en el juicio político a Trump han presentado varios videos y otras pruebas que detallan la campaña de mentiras que Trump llevó a cabo durante meses, en la que sostenía que Biden había ganado las elecciones presidenciales de forma fraudulenta. De acuerdo a la acusación presentada por los demócratas, esa campaña y la constante incitación a la violencia por parte de Trump condujeron al ataque al Capitolio. La acusación contra Trump ha sido meticulosa y completa, pero casi no aborda una rasgo fundamental de la insurrección: la supremacía blanca. Incluso en el caso de que al menos 67 senadores voten a favor de condenar a Trump por el cargo de incitación a la insurrección, el único cargo por el cual es acusado, y aunque más de la mitad de los senadores voten para prohibirle que vuelva a ocupar un cargo público, este juicio no ayudará a avanzar en la lucha contra el racismo sistémico en el país.

El Capitolio de Estados Unidos sería un lugar apropiado para lanzar un movimiento antirracista. Una profusa y riquísima retórica de exaltación de la libertad, la justicia y la igualdad ha llenado los sagrados salones del recinto parlamentario durante más de dos siglos. Sin embargo, como nos recordó el miércoles la congresista de las Islas Vírgenes Stacey Plaskett, una de las legisladoras que integra el equipo de fiscales del juicio político: “Este capitolio […] fue concebido por nuestros padres fundadores, pero fue construido por esclavos […]”. 

En los videos que muestran la irrupción en el Capitolio de la turba violenta incitada por Trump, muchos ataviados con banderas confederadas, banderas nazis y otros símbolos de la supremacía blanca, podemos vislumbrar la famosa Rotonda, la Cripta debajo de ella y el Salón Nacional de las Estatuas. Cada uno de los cincuenta estados envía al Capitolio dos estatuas de figuras representativas de su historia, que se colocan a lo largo de todas las instalaciones del edificio, ya que el Salón de las Estatuas solo puede alojar 35 estatuas. De las 22 estatuas enviadas por los once estados confederados, al menos 15 honran a dueños de esclavos y diez a líderes o generales confederados.

En junio pasado, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, envió una carta al Comité Conjunto de la Biblioteca, el comité del Congreso encargado del Salón de las Estatuas, pidiendo que se retirasen las estatuas de los líderes confederados. Sin embargo, la ley requiere que los estados que enviaron las estatuas aprueben la remoción o reemplazo de dichas estatuas.

El estado de Virginia estuvo de acuerdo y retiró su estatua del general Robert E. Lee, líder del ejército confederado. En su lugar se colocará una estatua de Barbara Johns, una activista estudiantil afroestadounidense por los derechos de los estudiantes. Cuando era adolescente, Johns organizó una huelga en su escuela secundaria, en protesta por las miserables condiciones de su escuela y contra la segregación racial en el sistema público de educación. A esto siguió una causa judicial, que se convirtió en parte del histórico caso “Brown contra el Consejo de Educación” en el que la decisión de la Corte Suprema determinó el fin de la segregación racial en las escuelas públicas de Estados Unidos. 

En una entrevista con Democracy Now!, el profesor de Historia Ibram X. Kendi dijo: “Hizo falta la Guerra Civil para que terminara la esclavitud. La Guerra Civil fue entre los estados de la Unión y los Estados Confederados de América… A propósito, el vicepresidente de los Estados Confederados era Alexander Stephens, que, según pude ver, tiene una estatua en el Salón de las Estatuas del Capitolio. Alexander Stephens dijo —creo que en 1862— que la Confederación se basaba en la 'gran verdad de que los negros no son iguales a los blancos' y que ’la esclavitud de los negros y su subordinación a la raza superior” era 'su condición normal y natural'”.

El Capitolio no solo exhibe estatuas de líderes confederados muertos. El estado de Carolina del Norte honra a Charles Brantley Aycock, quien era solo un niño durante la Guerra Civil. Aycock dedicó su vida a la defensa de la supremacía blanca. Fue uno de los principales organizadores de la masacre de Wilmington de 1898, cuando una turba de 2.000 racistas blancos armados atacó la ciudad de Wilmington, obligó a renunciar a los miembros electos del Gobierno local, liderado por una coalición birracial, destruyó varios negocios, incluido el único periódico dirigido por afroestadounidenses, y mató a entre 60 y 300 residentes negros. ¿Cuál fue el castigo de Aycock? Fue elegido gobernador del estado de Carolina del Norte y en ese cargo impulsó leyes que privaron a los afroestadounidenses de su derecho al voto.

También hay muchas estatuas en honor a los llamados Padres Fundadores, varios de los cuales fueron dueños de esclavos. Entre ellas, la de George Washington, así como también la de Jonathan Trumbull del estado de Connecticut, y la de George Clinton, el primer gobernador del estado de Nueva York.

Los profesores de historia Ibram Kendi y Keisha Blain acaban de publicar una notable antología titulada “Cuatrocientas almas: Historia colectiva del Estados Unidos afrodescendiente, 1619-2019”. La antología reúne a 80 destacados escritores, académicos y activistas afroestadounidenses, cada uno de los cuales contribuyó con un ensayo que cubre un período de cinco años de esos 400 años de historia afroestadounidense. En conversación con Democracy Now!, la profesora Keisha Blain dijo sobre el libro: “Estábamos pensando en cómo conectar el pasado con el presente. Y este ensayo nos ayuda a contextualizar la historia y a comprender mejor algunos de los desafíos que aún restan por enfrentar al día de hoy, para ver cómo se conectan esos desafíos con el período de la esclavitud”.

Recién después de que los partidarios racistas de Trump, con sus banderas confederadas, fueran retirados del Capitolio, dejando tras de sí cinco muertos y más de 140 policías heridos, la Guardia Nacional ingresó al edificio. Varios soldados afroestadounidenses se sacaron fotos con una de las estatuas más nuevas del Capitolio: la de la activista por los derechos civiles Rosa Parks. Estos homenajes sí que son importantes.

El Senado debería condenar al expresidente Donald Trump. Pero demandará mucho más trabajo y esfuerzo lograr superar las raíces profundas de la insurrección, el racismo y la supremacía blanca, dos causas que Trump ha abrazado y explotado durante toda su vida.