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Opinión | Por Pierre Ruquoy (Pedro),cicm / misionero en Sambia/Africa

Aquí, en la sabana africana, todo parece difícil y hasta imposible. Pero lo grande es el comportamiento de los habitantes de esas tierras áridas: tienen una paciencia inmensa y una fe increíble. A pesar de la hambruna espantosa de estas últimas semanas de la temporada de sequía, siguen soñando con la transformación del desierto en un magnífico jardín luminoso de verdura.

Hace unos años, en nuestro centro de las Flores de Sol, queríamos aprovechar el agua del lago cercano y construir un estanque para la cría de peces, plantar árboles frutales y establecer una huerta que produzca las legumbres que consumimos diariamente en el orfanato. El proyecto se terminó y pudimos saborear tilapias y otros pescados productos de nuestro trabajo. Pero algunos meses después, el lago cercano que servía de fuente de agua para nuestro estanque, se redujo considerablemente por falta de lluvia y se alejó de nuestra propiedad. Así que nuestro hermoso proyecto se evaporó, aunque se quedó presente en nuestras mentes. Y un día, con el apoyo de una parroquia de los Estados Unidos, hoyamos un pozo, compramos una bomba solar y reparamos nuestro estanque.

Con mucha paciencia y muchos brazos, el nuevo estanque se terminó… Esta mañana, yo di una vueltecita a nuestro nuevo proyecto de piscicultura y pude contemplar un chorrito de agua proveniente de las profundidades de la tierra. “¡A ese ritmo, vamos a necesitar semanas para llenar el estanque!” dije al grupo de nuestros adolescentes huérfanos encargados del proyecto. Me miraron con una gran sonrisa. Me pareció claro que no tenían prisa.

Leyenda de san Agustín

Pensé en una antigua leyenda que cuenta el encuentro de San Agustín con un niño, cerca del mar: Un día San Agustín paseaba por la orilla del mar, pensando en la realidad de Dios: ¿Quién es Dios? ¿Cómo entender el misterio de la santísima Trinidad? etc. De repente, el santo alzó la vista y vio a un niñito jugando en la arena, a la orilla del mar. Se dio cuenta que el muchachito corría hacia el mar, llenaba una cuchara grande con agua para vaciarla en un hoyo que él había hecho en la arena. El niño pasó toda la tarde con este jueguito. Hasta que San Agustín, curioso, se acercó al niño: "Muchacho, dime… ¿qué está haciendo?" Y el niño le respondió: "Estoy vaciando toda el agua del mar para ponerla en este hoyo". Y San Agustín le respondió: "¡Pero, eso es imposible!". Y el niño respondió: "Más imposible es tratar de hacer lo que tú estás haciendo: Tratar de comprender en tu mente pequeña el misterio de Dios".

San Agustín es uno de los teólogos que más marcaron la iglesia (y no nos olvidamos que él era africano). El se esforzó con desarrollar una doctrina que permitiera comprender a Dios con nuestra mente. Pero si bien su pensamiento es muy valioso, no logró encajar a Dios en una definición satisfactoria. Últimamente, me intereso mucho en la obra del gran pensador Pierre Teilhard de Chardin. Según este teólogo francés, el Mundo es la creación de Dios y nosotros, los humanos, pertenecemos a este Mundo creado por Dios. Este mundo pertenece a Dios, está irrigado por Dios. Para Teilhard, “Dios quien hizo al hombre para que éste lo encuentre, es tan presente y palpable como la atmosfera en la que estamos inmersos. Nos rodea de todas partes, como el mundo mismo” (Pierre Teilhard de Chardin, le milieu divin),

Dios siempre está con nosotros

Lo más importante no consiste en definir a Dios y en tratar de comprender su misterio sino en sentir su presencia en nuestro mundo. La naturaleza, los acontecimientos, la gente y especialmente los pobres hablan de Dios y nos hacen vibrar a su ritmo. Para contemplar a Dios, tenemos que contemplar al Mundo sin prisa y con mucho respeto.

La naturaleza nos dice algo de Dios: En estos tiempos interminables de sequía, la sabana parece muerta y sin embargo, algunos árboles desafían esa muerte y lanzan hacia el cielo llamas de un verde intenso. Las matas de guayaba no sólo han sobrevivido a ocho meses de sequía absoluta, sino que están floreciendo y miles de pequeños frutos empiezan a mostrar su nariz. Dios es el Señor de la Vida y siempre logra vencer la muerte.

La gente nos muestra la cara de Dios: Ayer en la tarde, yo me sentía sin fuerza, agotado por la enfermedad y el calor sofocante de esta temporada seca. Me senté en la enramada de la casa; yo sentía la soledad y estaba desesperado frente a mis limitaciones. El paisaje me deprimía: todo tenía una coloración amarronada, Unos chivos cubiertos de tierra marrón, corrían por todos los lados en busca de algunas raíces y algunas góticas de agua. De repente, pasó una niñita… Se sentó sobre un tronco seco de un árbol tumbado…Ella podía tener unos 5 o 6 años de edad. Toda su persona tenía el color de la tierra. Ella me miró, me sonrío y me hizo un majestuoso gesto con las manos para saludarme.  Ella parecía decirme. “¡No estás sólo, estoy contigo, no perdamos la esperanza…!” Dios siempre está con nosotros, humilde y pequeño; con mucha delicadeza, él nos anima a caminar y a cruzar los desiertos de la vida con esperanza.

Y así, podríamos seguir con más ejemplos sobre la presencia de Dios en el mundo que nos rodea. Para concluir, leamos dos versículos del libro de los Proverbios.

“Hay tres cosas que me rebasan y una cuarta que no comprendo:

el camino del águila por el cielo,

el camino de la serpiente por la peña,

el camino de la nave por el mar,

el camino del varón por la doncella.” (Prov 30,18-19)

En tres elementos esenciales del universo (el aire, la tierra y el mar), el autor del libro de los Proverbios encuentra seres y movimientos maravillosos que no se pueden comprender con la mente pero que evocan a Dios. Queda otro elemento maravilloso: los seres humanos y el amor que les une. El poeta nos invita a contemplar a Dios en todos esos elementos, especialmente en las relaciones de amor que se tejen entre los humanos. ADH 839