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Opinión | Miguel Ángel Cid Cid/Consultor Internacional

Aquella fresca tarde de abril, llegué a la panadería restaurante La Campagna de la Av. Juan Pablo Duarte, Santiago. En ese preciso instante también llegó Julio César Valentín. El senador vestía de jean y una camisa ligera a dos tonos: azul pastel que se fugaba hacia el blanco.

Me saludó con la cara pintada de una sonrisa franca. Luego me invitó a un café para, con el humo y aroma flotando en el aire, conversar un rato.

Pasamos a una pequeña sala propicia para las conversaciones sin interrupciones. Hablamos sobre los tiempos en que hicimos pininos en el arte dramático y en la lucha política. Me preguntaba cómo él veía ésta última con la sartén por el mango y cómo medía su partido gobernante. De todo, sólo revelo un punto.

Es el año 2016.

El punto giró hacia el PLD. Yo pensaba que el partido morado descuidó sus principios y que, la mística que lo inspiró, se evaporó como el humo del café. Y se lo dije. Valentín, el PLD tiene que aprovechar este momento para iniciar un proceso de evaluación profunda. Se lo dije, directo, en la cara. Una autocrítica de gran calado es necesaria, le dije. El resultado final sería la renovación completa del partido.

Entonces el también miembro del Comité Político río de buena gana.

-- No, nooo, Migue--, me dijo. Los partidos cuando están en el Poder no se revisan.

***

Supongo que ahora, después de perder tres elecciones consecutivas, después de partirse en dos como semilla de aguacate, después de estar sometido a las presiones de una tríada de frentes: el Ministerio Público, la FUPO y una minoría rebelde dentro del partido, la autoevaluación tampoco hoy es posible.

Con el Ministerio Público el partido puede dejar a los acusados en la jaula de los leones, pues las culpas son personales, no partidaria. La FUPO no es de mucho cuidado, pues comparte los mismos pecados de estupros, a pesar de que esos tránsfugas se quieren hacer pasar por santos.

El problema urgente es la crisis interna. Sin un partido unido, sin sentido de cuerpo, disperso entre discusiones bizantinas y querellas inútiles, es pasto de fuego y destrucción. Si la chispa viene de afuera, será más cómodo apagarlo. Pero si viene de adentro…

En ese escenario es que se mueve el IX Congreso José Joaquín Bidó Medina.

Ahora bien, ¿cómo el PLD resuelve sus crisis internas? Peguemos un ojo a la historia y el otro al presente. Porque responder a esa pregunta, nos da una rendija para brechar el futuro.

1973. Año cero de su fundación. El Comité Central del PLD tenía 21 integrantes; el Comité Político, 5. Hubo fundadores que entendían que les tocaba un puesto de mayor relevancia en la dirección. Esas ambiciones legítimas degeneró en descontento. El disgusto creció tanto en el tiempo que, en 1978, Antonio Abreu (Toñito) -- secretario general del partido--, renunció y formó tienda aparte.

Para apaciguar al resto de cuadros medios del partido y de las bases, la dirección ascendió a un grupo. Llevó al CC a 27 miembros y el CP a 9.

En la crisis del 1982 pasó lo mismo. Le sumaron nuevos miembros a la cúpula: 35 al CC y al CP, 11. Resuelto el problema. Cuatro años pasaron, se repitió la crisis y se le inoculó la solución. Luego el CC llegó, por el mismo palo, a 55 miembros y el CP a 15. Y así en lo sucesivo.

En la actualidad, el partido morado va por los 623 integrantes del Comité Central y, 35, en el Comité Político.

Entonces, dada esa experiencia histórica, ¿cómo resolverá el PLD la presente crisis?

Abraham Lincoln dijo que no se cambia de caballo cuando se cruza el río. Pero la situación de algunos morados es más compleja, ¿cómo cambiar de montura en medio de la creciente de un río y con el agua al cuello?

Por ello el PLD, inteligente, cambia la discusión dentro del partido. Unos dicen que un CP de 45 miembros son demasiados y lo convierten en un órgano inoperante; y otros, que un CC de más de mil miembros es un desastre.

Todo está, entonces, claro. La cosa de ahora será igual a la de ayer. Más de lo mismo, pero con hombres y mujeres con sobradas experiencias en el gobierno y acicateados por el insaciable gusanillo del dinero y el poder. Eso no tendría Julio César Valentín que recordármelo. ¿Se lo digo?