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Opinión | Miguel Ángel Cid Cid/Consultor Internacional

América Latina vive un renacer de las protestas sociales. La magnitud del malestar no se veía desde las luchas nacionales por la independencia ni desde el combate ideológico entre izquierda y derecha, en el marco de la guerra fría. El descontento de hoy impulsa reivindicaciones socio-económicas y políticas de los pueblos. Por eso el sur del continente arde en llamas.

En Argentina, el presidente Fernando de la Rúa ordenó desalojar la Plaza de Mayo, en diciembre de 2001. En la Plaza, miles de manifestantes pedían la destitución del mandatario por un paquetazo económico y la retención de los depósitos bancarios. Ese mismo día, en la noche, De la Rúa renunció.

En Bolivia se perpetró el golpe de Estado contra Evo Morales en 2019. Poco después, Luis Arce, candidato del Movimiento al Socialismo (MAS), se alzó con la presidencia al lograr el 52,4% de los votos.

En México la presión de sectores sociales mantiene en zozobra a los candidatos y funcionarios. El domingo pasado, en las elecciones de medio término, la coalición Morena-Partido Verde-Partido del Trabajo logró mayoría simple en el Congreso. Pero ahora tiene menos Diputados que antes. Para juzgar los corruptos e impulsar la segunda etapa de la 4T, Morena necesita mayoría calificada.

En Perú, la derecha trata de librarse del lastre de cinco expresidentes perseguidos por corrupción, incluyendo el padre de la candidata Keiko Fujimori. El domingo pasado el profesor Pedro Castillo, en unas elecciones cerradas, dejó fuera a la Fujimori con todo y el apoyo del Premio Nobel, Mario Vargas Llosa.

 Estallido chileno

Los chilenos despertaron alarmados con el alza del transporte público en Santiago, la capital. El aumento entró en vigor el 6 de octubre de 2019. Los estudiantes se organizaron para rechazar las medidas alcistas en las tarifas de uno de los servicios públicos, el Metro.

Se le unió la población, que salió en masa a protestar sonando cacerolas. Las protestas se expandieron como la pólvora. Varios vagones del Metro fueron incendiados. El objetivo era el rechazo militante al alza en los precios del transporte.

Las masas enojadas obligaron al gobierno a decretar el estado de emergencia y el toque de queda. La represión, aunque brutal, resultó insuficiente. El gobierno tuvo que negociar una salida pacífica, pactar la reforma a la Constitución con paridad de género entre los constituyentes electos. Las elecciones se realizaron en mayo 2021. Las votaciones culminaron con la derrota del gobierno de Sebastián Piñera.

El desplazamiento de los partidos tradicionales dio paso a la generación política hija de las protestas del 2019. Los insurrectos no ganaron mayoría. Pero le arrebataron poder de veto a la derecha chilena.

 Estallido colombiano

El presidente Iván Duque no aprendió de la lección de De la Rúa. Propuso al Congreso un proyecto de reforma tributaria. El anuncio desató la ola de protestas en Colombia. El “Paro Nacional en Colombia de 2021”, como le llaman, se propuso lograr la eliminación de la reforma tributaria. La represión cruenta de las autoridades radicalizó la lucha.

Ahora los objetivos se han ampliado. El pueblo en la calle y en pie de lucha exige la solución de las problemáticas sociales que exigía el Paro Nacional 2019-2020.

En política se condena al enemigo cuando metemos la pata. El gobernante Duque culpa de las protestas a actores tanto internos como externos. Los agentes externos son el chavismo venezolano, con Nicolás Maduro a la cabeza – quien también tiene su propio traqueteo. Los internos, son las guerrillas del ELN y un fragmento disidente de las FARC.

Para desinflar las protestas, Duque habló inglés y su gobierno tuvo que recular con la reforma tributaria. Los manifestantes, en cambio, reafirmaron los reclamos nuevos y viejos. También piden, además de renta básica universal y subsidio a la educación y la salud, la renuncia del mandatario conservador.

El conflicto arroja un balance de 346 manifestantes desaparecidos y 61 muertos, 17 de ellos a manos de sectores sin identificar.

 Las movilizaciones dominicanas

El nacimiento de Marcha Verde, en enero de 2017, a ritmo de merengue y música urbana en la Capital parecía indetenible. La jornada de protesta abrió paso al Movimiento Verde por el Fin de la Impunidad. En lo adelante se organizaron marchas en todo el país.

Pero luego de tres años el Movimiento Marcha Verde comenzó a debilitarse. La suspensión de las elecciones municipales motivó las protestas espontáneas de los jóvenes que se uniformaron de negro en la Plaza de la Bandera. El nacimiento del Movimiento de Jóvenes Camisas Negras permitió el reciclaje de los dirigentes de Marcha Verde. Encabezaron el movimiento.

Es tradición de los partidos políticos dominicanos, sean de izquierda o de derecha, aprovechar las movilizaciones de otros en su propio interés. Los partidos Alianza País, Frente Amplio y PRM se mezclaron con Marcha Verde y con los Camisas Negras. Los líderes de Participación Ciudadana y Somos Pueblo, dos movimientos híbridos, una suerte de partido político y ONG al mismo tiempo, encabezaban los verdes y los negros.

A los anteriores se suma el Movimiento de Mujeres por la Despenalización del Aborto en Tres Causales. Las mujeres asumieron como método de lucha levantar un campamento frente al Palacio Nacional para presionar al Presidente Abinader a apoyar sus reclamos.

Pero las protestas dominicanas no alcanzan el calor de las que empezaron por allá, cerca de la Tierra del Fuego. Aún, no.