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Opinión | Miguel Ángel Cid Cid/Consultor Internacional

Desde tiempos inmemoriales la fuerza del fuego ha diezmado estructuras urbanas importantes en las principales ciudades del mundo. Memorable resultó el incendio que consumió la biblioteca de Alejandría. La primera fuente de conocimiento del mundo antiguo.

La historia reseña, por otro lado, que el Emperador Nerón prendió fuego a Roma y dicen que alumbraba los salones de fiestas usando a sus enemigos como antorcha.

Pero Roma se propuso mitigar el azote del fuego. Antes de Cristo, en el año 22, la antigua Roma era gobernada por un triunvirato. El trío lo componían César Augusto, Craso y Pompeyo.

La ambición desmedida de Craso los condujo a organizar un grupo de sus esclavos para servir como apaga fuego. Los llamó los vigilantes del fuego. Los vigilantes del fuego de Craso se conocen como el primer cuerpo de bomberos de la historia.

Pero la función de los bomberos de Craso no era la simple tarea de sofocar los incendios en Roma. El triunviro, primero ¿negociaba? con el propietario del edificio en llamas. Si éste se negaba a venderle el inmueble, las llamas terminaban reduciéndolo a cenizas. Se cree, inclusive, que el propio gobernante mandaba a sus esclavos bomberos a prender fuego a los edificios que les interesaban.

Los tiempos cuando los bomberos eran instrumento de extorción quedaron en el pasado. Presionar la venta forzada de los edificios incendiados quedó eliminada cuando César Augusto conquistó el Poder total sobre del Imperio romano. Una de las primeras medidas tomadas por el emperador consistió en eliminar la práctica extorsionadora de Craso.

El cuerpo de bomberos desapareció, sin embargo, cuando Roma cayó. De manera que los bomberos tal y como se conocen hoy día son un legado del emperador César Augusto.

Durante cientos de años los cambios con relación a los bomberos fueron insignificantes. Hasta que el edicto del rey Luis de Francia, ordenó a los vecinos en 1254, crear cuerpos de vigilancia contra incendios. Parecería como si nuestros antepasados fueran pirómanos.

Pero en la actual Francia, recientemente ardió la Catedral de Nostradamus. El monumento era considerado un patrimonio arquitectónico de la humanidad.

Nosotros, los caribeños, recordamos la célebre “Campaña de la Tea”, una estrategia militar del general Máximo Gómez en Cuba. El estratega militar dominicano, quien estaba al frente del Ejercito de los Mambises, prendía fuego a los cañaverales cubanos propiedad de los españoles. Entendía que, destruyendo los intereses del imperio, los españoles tendrían poco que buscar en Cuba.

Los bomberos dominicanos tienen otra historia. El general Gregorio Luperón, héroe de la Restauración, decretó el 8 de mayo de 1880, la creación de los primeros cuerpos de bomberos de República Dominicana.

En el decreto No. 1851, Luperón dispuso la creación de Cuerpos de Bomberos en las principales ciudades del país. Dígase en Santo Domingo, Santiago, La Vega, Puerto Plata, Montecristi, San Pedro de Macorís, Cotuí, Azua, El Seibó y Baní. El decreto se convirtió en Ley, la cual fue promulgada el 29 de junio de 1912.

A Luperón lo sucedió Ulises Heureaux (Lilís). El dictador nombró al coronel Ángel Perdomo, en el año 1893, para organizar un nuevo cuerpo de bomberos. Los bomberos a cargo del coronel tendrían la aduana como sede. Perdomo eligió un grupo de jóvenes de la capital y los entrenó hasta superar el ejército de entonces.

Los bomberos criollos, no obstante, dieron un giro importante en el gobierno de Horacio Vásquez. Llamas de fuego consumieron las instalaciones del Palacio de Justicia de la ciudad Capital, en 1925. La catástrofe impactó de manera profunda al gobierno del presidente Vásquez. La presión lo obligó a ordenar la creación de un nuevo cuerpo de bomberos.

Ese nuevo cuerpo fue inaugurado el 11 de marzo de 1928. Los bomberos de Horacio se conservan vigente en el Cuerpo de Bomberos de Santo Domingo, Distrito Nacional.

Tratar la situación actual de esos subestimados servidores públicos, demanda otra entrega.