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Opinión | Por Wooldy Edson Louidor, profesor e investigador del Instituto Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana

Hoy es 12 de enero de 2022: estamos a 12 años del mortal terremoto que afectó Haití el pasado 12 de enero de 2010. Se dice que el número 12 suele estar muy cargado de significados; sin embargo, para las y los haitianos este número da miedo, así como la fecha del 12 de enero trae tristeza porque reaviva recuerdos punzantes de una tragedia y abre heridas y cicatrices.

También es una fecha que simboliza la bajada de todo un pueblo al infierno: un infierno creado y cada vez más perfeccionado por las propias autoridades haitianas y, en general, por la élite política de este país, así como por supuestos amigos de la llamada comunidad internacional. 

No se entiende cómo en una supuesta comunidad la lenta muerte y agonía de uno de los miembros no ha llamado ni la atención de los demás ni al cuidado del moribundo. 

La situación de Haití muestra que, si bien somos hermanas y hermanos de la “familia humana”, tal como nos lo recuerda la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero a veces seguimos actuando como Caín en un sentido preciso: dejando morir al hermano. 

“Hermandad”, “comunidad”, “vecindad”, “familia” son palabras cada vez más vacías, sobre todo, cuando se trata de la persona necesitada o del pueblo vulnerado. 

Otro motivo de nuestra tristeza hoy es el impudor, con que autoridades haitianas se siguen llamando “autoridades” (¿qué gobiernan?) y una serie de embajadas, instituciones internacionales y mercaderes bajo el disfraz humanitario en Haití se atreven a denominarse “comunidad”.

El 12 de enero de 2022 marca una conmemoración entre el dolor y el impudor: pero, entre los dos, ¿cuál da más tristeza? 

El dolor se puede aliviar con la caricia de la solidaridad y la hospitalidad, mientras que el impudor exhibe una mixtura de soberbia y cinismo por parte de quien se burla del dolor ajeno e incluso se lucra con él.

El dolor evidencia también que seguimos sintiendo, tenemos emoción, somos vulnerables y somos humanas y humanos, mientras que el impudor muestra insensibilidad y deshumanización por parte de quienes izan hipócritamente la bandera de la solidaridad, la cooperación y la ayuda internacional.

Peor aún, el 12 de enero de 2010 es el inicio de un dolor que viene emigrando como una estampida desde Haití, pero hacia un nuevo destino: América Latina, en particular, Brasil, Chile y, recientemente, México. Un dolor migrante que parece no tener fin en la geografía latinoamericana, a pesar de que, desde 2016, este sufrimiento andante viene reemigrando hacia Estados Unidos. 

El dolor de la errancia y del desarraigo que se vienen topando con la a veces mala vecindad dominicana, la indiferencia latinoamericana y la arrogante hostilidad estadunidense.  

El 12 de enero de 2022 es el culmen del impudor, con el que, a pesar de la constatación de las inaguantables condiciones de vida en Haití, se decide repatriar a personas migrantes haitianas a su país de origen y construir un muro en la frontera común para aislar a este vecino incómodo.  

Definitivamente, el impudor causa más tristeza que el mismo dolor. Han sido 12 años que deberían tener hoy un gran significado no sólo para el pueblo haitiano, que se viene hundiendo en el dolor, que ha sido abandonado y cuyos migrantes forzados son cada vez más hostilizados a lo largo y ancho del continente americano, sino también para una América Latina que tarda aún en expresar y mostrar su lado humano, solidario y hospitalario para con su hermano mayor.