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Opinión | Por Gisell Rubiera Vargas, M.A.

En psicología el concepto de identidad personal se refiere al sentido que damos a nuestro propio ser único, diferente a los demás y continuo en el tiempo.

Es el guion mental que hacemos cada persona de los valores y comportamientos que nos ha transmitido nuestra cultura, integrándolos conforme a nuestras características individuales y nuestra experiencia social. Es decir, la idea que tenemos de nuestra individualidad y de nuestra pertenencia a ciertos grupos.

La función de la identidad es mantener nuestro equilibrio psíquico mediante dos acciones: 1) darnos una valoración positiva de nosotros mismos, y 2) adaptarnos al entorno en el que vivimos. La primera función busca llegar a hacernos sentir una persona valiosa con capacidad para actuar ante los diferentes sucesos y elementos. La segunda función permite modificar ciertos rasgos de nuestra identidad para poder integrarnos en un nuevo entorno.

Pero este proceso de adaptación debe estar acorde a nuestra esencia o el conjunto de cualidades rasgos o características que nos hace ser el tipo de personas que somos, es decir, que la adaptación debería ser un proceso natural, en el que, de manera libre, nos sintamos cómodos, acordes, sin presiones o prejuicios y que, sumen en lugar de restarnos, por ello, es importante reconocernos y validarnos con todo y lo que somos/sentimos.

Es por esto, que la identidad implica necesariamente, aceptación y respeto hacia lo que soy, para poder aceptar y entender lo que los demás deciden ser. 

Es decir, que es vital reconocernos y aceptar lo que somos para poder adherirnos de manera auténtica aquellos grupos y personas con los cuales nos sintamos identificados y con características, principios, estilos de vidas y propósitos comunes.  

Pero a veces, suele pasar que buscamos adherirnos a determinados grupos sociales para responder a expectativas de creencias marcadas que demandan cómo las cosas “deberían ser” y pautadas que no necesariamente se corresponden con nuestra esencia, lo cual genera un sentido de disociación entre lo que estoy haciendo y lo que en verdad quiero hacer y me haría feliz, porque abunda la restrictiva de las creencias limitantes que nos coloca en una posición cómoda, que no reta, ni lleva la contraria, pero nos impide crecer a niveles elevados de comprensión sobre la propia existencia humana.  

Al igual que el amor propio, philautía o self love, la identidad está dentro de nosotros y al tiempo cercana, ya que representa aquella parte de nosotros que a veces relegamos porque no se adapta aquella concepción previa, construida en el tiempo y las experiencias de vida que nos enseñaron y convencieron que así debían de ser las cosas y que es la única forma como puede funcionar. 

¡Nada más lejos de la realidad! 

“La identidad es tanto, la identidad lo es todo”. (GR, 2022)  

La esencia de la identidad radica en aquella acción intrínseca de “pertenecer”, y habitar en nuestra esencia, en lo que somos y podemos ser. 

Es entonces parte de nuestra identidad, aquello con lo que empatizamos, que nos genera paz, sosiego, que nos motiva a seguir, que nos muestra una visión distinta de vivir la vida, de amar, de relacionarnos, de actuar. Todo aquello que nos saque una sonrisa que emane del corazón, conecte nuestros sentidos, nos haga creativos, honestos, sinceros, compasivos.

Cuesta tener identidad, en una sociedad que quiere que todos seamos iguales, porque es más fáciles de conseguir que transites en camino que ellos decidan, sin embargo, nada más maravillo que construir tus propias sendas y constituirte en tu propio referente, que vive para llenar sus propias expectativas, siempre que le hagan feliz.