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Opinión | Riamny María Méndez Féliz

¿Cuál es tu comida favorita de Nochebuena? ¿Hay alguna receta que haya pasado de generación en generación en tu familia? En la mía hay unos quipes famosos, y los hace mi prima Marta.

La gastronomía nos conecta con nuestra familia y nuestra cultura. Cada plato tiene memorias de encuentros, fiestas y de distintas etapas de nuestras vidas. ¿En tu casa hacían “sopa boba” o “sopa de agua” cuando alguien enfermaba? La “sopa boba” de mi mamá es la mejor del mundo.

El plato en nuestra mesa parece algo personal y privado, relacionado con nuestros gustos y con los hábitos de nuestras familias, y en cierta manera lo es. Pero también nos hace parte de una tradición más grande, que se comparte en otras casas de amigos, conocidos y desconocidos que, con nosotras y nosotros, son herederos de un legado común, que incluye técnicas de cocina y de producción agropecuaria, construido durante siglos de historia. Lo que comemos y cómo lo preparamos también nos habla de la región del país en la que crecimos y de la clase social de nuestros padres. La comida nacional tiene sus matices en cada mesa.

Pero, ¿cómo han llegado a nosotros, a nosotras esos platos típicos de la Navidad como el quipe criollo o los pasteles en hoja? De generación en generación, miles de mujeres han aprendido, guardado y transmitido un saber que se disfruta cada día: la buena comida. Debemos reconocer a las abuelas, tías, hermanas, madres, primas, vecinas que han conservado y mejorado estos conocimientos tan fundamentales para la vida.

Hablando de platos menos navideños, el arroz con coco me recuerda a la infancia y a mujeres que ya no están, como doña Juaniquita, una vecina de mi abuela paterna que, generosa, me brindaba su comida cuando yo incumplía la norma familiar de no ir a las 12:00 del mediodía a visitar casas ajenas. Pero, ¿qué es una casa ajena? La galería de doña Juaniquita era tan familiar como mi propia sala. ¿Y los helados en potecitos de compota? Esa delicia me recuerda a doña Esperanza, nadie los hacía como ella.

Pero volvamos a la Navidad. Este 24 de diciembre, mientras disfrutamos de la cena, recordemos y honremos a miles de mujeres que generación tras generación han aprendido nuestros platos emblemáticos y preservado la gastronomía local de cada provincia y la nacional.

Y, por favor, empecemos a romper estereotipos de género: aprendamos y transmitamos esos saberes de los fogones, que nuestras ancestras han conservado, a todas y todos, especialmente a los hombres y mujeres jóvenes de la familia. Es su derecho saber más sobre su propia cultura y transmitirla a la próxima generación, y nada mejor que el arte de dominar el caldero para lograrlo. También es hora de que las doñas sean cuidadas como ellas cuidaron a otros y a otras; y que la peor parte de su historia no se repita en sus descendientes.

En muchas casas se necesita una gran revolución con el fin de que la cocina sea, de forma cotidiana, realmente un territorio común para toda la familia y no exclusivamente un asunto de mujeres. En otras, la rebelión ya ha empezado, a veces empujada por circunstancias como la migración femenina o cambios en el mercado laboral; y en algunos hogares tomaron una decisión más consciente de avanzar hacia la justicia. 

Hay elementos de nuestra cultura que deben ser conservados, como el arroz con coco, los pasteles en hoja, los quipes y la solidaridad de muchas de nuestras familias extendidas; y hay otros que debemos cuestionar y cambiar, como la costumbre de cargar a las mujeres con todo o casi todo el trabajo del hogar.

Necesitamos todos los talentos posibles en todas las actividades para conservar lo mejor de nosotros. Y, en ese espíritu navideño que a muchos nos llama a ser mejores, a ti amigo, ¿no te parece tierno y encantador que uno de tus hijos, sobrinos o primos te recuerde en el futuro como el padre/tío/primo amoroso que hacía la mejor sopa boba para aliviar la fiebre? Puedes empezar por majar el ajo para el recao del cerdo del 24. ¡Feliz Navidad, felices fiestas y feliz y revolucionaria cena de Nochebuena!