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Opinión | Juan Bolívar Díaz

El pasado domingo 1 de marzo culminó José –Pepe- Mujica su período de Gobierno de cinco años en ese paraíso de nación que es la República Oriental del Uruguay, y se marchó en olor y sabor de multitudes, sin que el mundo haya salido del asombro por las fuerzas espirituales de ese legendario hombre público que ha reivindicado la política en este tiempo de cólera.

 La personalidad y las excentricidades de Mujica han dado la vuelta al mundo en todos los idiomas, recordando al ilustre Mandela que trascendió definitivamente hace 15 meses. Ambos encarnaron en su momento movimientos políticos que enfrentaban el orden o desorden establecido, padecieron largos años de prisión, tras lo cual alcanzaron el poder para ejercerlo con humildad, moderación y amplitud universal sin dejarse atrapar por la adicción a las alturas y la vanidad.

Fundador de los legendarios Tupamaros de los años sesenta y setenta, Mujica cayó preso cuatro veces, padeciendo unos 15 años de prisión, fue baleado una vez y sometido a brutales torturas, nada de lo cual venció su espíritu indómito y su decisión de luchar por colocar a los seres humanos como objeto de la política y la gestión gubernativa.

Pepe Mujica intervino en numerosos foros internacionales, como abanderado de un nuevo orden económico internacional, defensor de los más desprotegidos, predicador de la paz y el respeto entre pueblos y naciones, grandes o pequeñas. Gobernó con integridad, contribuyendo a la equidad socio-económica en una nación pequeña de población, apenas tres millones y medio son los uruguayos, aunque en un territorio casi tres veces mayor que el de República Dominicana.

La coherencia de este líder fue premiada por las multitudes que lo despidieron el viernes 28 de febrero, entre aplausos y vítores. También con llantos cuando le escucharon decir: no me voy, estoy llegando. Me iré con el último aliento, y donde esté, estaré por ti. No dudes que si tuviera dos vidas las gastaría enteras por ayudar a tus luchas, porque es la forma más grandiosa de querer la vida que he podido encontrar a lo largo de casi 80 años.

Y dos días después entregó el Gobierno y se marchó a su modesta casita en las afueras de Montevideo en el mismo carrito Volkswagen de 1987 en que había llegado, manejándolo él, seguido discretamente de una ligera escolta, como discurrió en sus años de gobernante, capaz de pararse en la carretera a dar bola a un caminante.

Porque Pepe Mujica ha sido un hombre libre, convencido de que “la verdadera libertad está en consumir poco”, que “a los que les gusta mucho la plata hay que correrlos de la política porque si no, terminamos hipotecando la confianza de la gente”. Coherente hasta el hálito final, demostró que “el poder no cambia a las personas, solo revela lo que verdaderamente son”.

Mujica será recordado por su humildad y frugalidad, pero también por su franqueza, a veces alejada de la diplomacia, como cuando calificó de genocidio la última matanza israelí en la franja de Gaza, que cobró la vida de centenares de niños, mujeres y ancianos, o cuando, al referirse a la sanción impuesta al delantero uruguayo Luis Suárez en la última Copa Mundial de Fútbol, dijo que “la Fifa son una manga de viejos hijos de puta”.

Un Presidente ejemplar, un político trascendental que considera su mayor éxito haber dejado menos pobres y más educados en su país, que veló por el buen empleo de hasta el último peso de los uruguayos. ¡Salve Pepe Mujica! Ojalá pueda venir pronto a recibir el reconocimiento que le ha acordado la Universidad Primada de América y a renovarnos la fe en la política, que según Duarte, es la ciencia más digna, después de la filosofía, de ocupar las mentes de los humanos.-