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Opinión | Leonardo Boff/Teologo de la Liberación

“Qué Brasil queremos” nunca sale del orden del día de nuestras discusiones, especialmente en las bases que sufren el peso de un tipo de Brasil marcado por inmensas desigualdades y sangrado por el perverso gobernante de nuestra historia: Jair Bolsonaro.

Para dar consistencia al proyecto-Brasil es importante trabajar sobre tres ejes dialécticamente imbricados: la educación liberadora, la democracia integral y el desarrollo socio-ecológico.

Resumiendo, es preciso desarrollar una educación liberadora que nos abra a una democracia integral, capaz de producir un tipo de desarrollo socialmente justo y ecológicamente sostenible.

Partimos del supuesto de que la Tierra ya no tiene condiciones para soportar la depredación producida por la voracidad productivista y consumista del ethos del capital. Este orden en el desorden perdura solamente porque se utiliza la fuerza pura y dura para mantener a las grandes mayorías en estado de penuria crónica. El 18% de la población mundial consume irresponsablemente el 80% de los recursos no renovables sin sentido de solidaridad generacional ni de respeto por el patrimonio natural de toda la vida.

Con acierto señalaba Celso Furtado: «El desafío que se plantea en el umbral del siglo XXI es nada menos que cambiar el curso de la civilización, desplazar en un corto horizonte de tiempo su eje desde la lógica de los medios el servicio de la acumulación hacia una lógica de los fines en función del bienestar social, del ejercicio de la libertad y de la cooperación entre los pueblos» (Brasil, A construção interrompida, Paz e Terra 1993. p.76).

Nuevo paradigma de desarrollo

Lo que se postula aquí es un cambio del paradigma de desarrollo, indispensable para resguardar la naturaleza, salvar a la humanidad y hacer posible un proyecto-Brasil alternativo.

La Declaración de la ONU sobre el Derecho de los Pueblos al Desarrollo, del 18 de octubre de 1993, asimilaba ya esta necesidad al definir que el desarrollo es «un proceso económico, social, cultural y político abarcador, que busca la mejoría constante del bienestar de toda la población y de cada individuo en base a su participación activa, libre y significativa y en la justa distribución de los beneficios resultantes del mismo» (Declaration on the Right to Development, ECOSOC 18.10.1993). Nosotros añadiríamos, con sentido de integralidad, la dimensión psicológica y espiritual.

Por lo tanto, se postula que la economía, como producción de los bienes materiales, es un medio para posibilitar el desarrollo social, cultural y espiritual del ser humano. Es errónea y de funestas consecuencias la visión que entiende al ser humano solo como un ser de necesidades y de deseo de acumulación ilimitada, y por eso la economía como crecimiento ilimitado, como si fuese meramente un animal hambriento y no un ser creativo con hambre de belleza, de comunión y de espiritualidad. El Papa Francisco en la encíclica Laudato Si, llama a este supuesto “mentira” (n.106).

Es necesario producir y consumir lo que es necesario y decente y no producir ni consumir lo que es superfluo, excesivo y abusivo. 

Es necesario pasar de una economía de producción ilimitada a una economía multidimensional de producción de lo suficiente generoso para todos los humanos y también para todos los demás seres de la comunidad de vida a la cual pertenecemos. 

El sujeto central del desarrollo no es por lo tanto la mercancía, el mercado, el capital, el sector privado y el estado, sino el ser humano y los demás seres vivos como resaltan los principales documentos sobre ecología.

Construcción de la democracia integral

Dentro de este contexto se plantea la cuestión de la democracia integral. Primero como valor universal a ser vivido en todos los ámbitos donde el ser humano se encuentra con otro ser humano, en las relaciones familiares, comunitarias, productivas y sociales.

Después, como forma de organización política. Sería el sistema que garantiza a todos y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas la participación activa y creativa en todas las esferas de poder y de saber de la sociedad. Esa democracia sería por definición popular (más amplia que la democracia burguesa y liberal), solidaria (no excluiría a nadie por razón de género, de raza ni de ideología), respetuosa de las diferencias (pluralista y ecuménica), socio-ecológica porque incluiría también como ciudadanos y sujeto de derechos al medio-ambiente, los paisajes, los ríos, las plantas y los animales, en una palabra, sería una democracia verdaderamente integral.

Para ser ciudadano-sujeto se exigen tres procesos: 

primero, el empoderamiento, es decir, la conquista de poder para ser sujeto personal y colectivo de todos los procesos relacionados con su desarrollo personal y colectivo; 

segundo, la cooperación que, más allá de la competición y la competitividad, el motor de la cultura del capital, hace a los ciudadanos protagonistas del bien común; 

tercero, la auto-educación continua para ejercer su ciudadanía y con-ciudadanía con otros sujetos. Como afirmaba Hannah Arendt: uno puede conocer toda la vida sin autoeducarse. 

Educación de la praxis

En este punto el desarrollo centrado en el ser humano y en la democracia integral se articula con la educación integral. La educación integral es un proceso pedagógico permanente que abarca a todos los ciudadanos en todas sus dimensiones y que tiene como objetivo educarlos en el ejercicio siempre más pleno del poder, tanto en la esfera de su subjetividad como en la de sus relaciones sociales. Sin ese ejercicio de poder solidario y cooperativo no surgirá una democracia integral ni un desarrollo centrado en la persona y en la naturaleza y por eso el único verdaderamente sostenible.

La práctica, por lo tanto, es la fuente originaria del aprendizaje y del conocimiento humano, pues el ser humano es, por naturaleza constitutiva, un ser práctico. Él no tiene la existencia como algo acabado, sino como algo a realizar, como una tarea que exige una práctica de construcción permanente. Sin tener ningún órgano especializado, él tiene que construirse continuamente a sí mismo y su hábitat mediante la práctica cultural, social, técnica y espiritual. Esto lo subrayó con profundidad el economista y educador popular Marcos Arruda, discípulo de Paulo Freire, en su libro Tornar o real possível (Vozes 2003).

Cabe reconocer que el conocimiento por sí solo no transforma la realidad; solo transforma la realidad la conversión del conocimiento en acción. Entendemos por praxis exactamente ese movimiento dialéctico entre la conversión del conocimiento en acción transformadora y la conversión de la acción transformadora en conocimiento.

Esa conversión no solo cambia la realidad, cambia también al sujeto. 

La praxis, por lo tanto, es el camino de todos en la construcción de la conciencia humana y universal. Es accesible a todos los humanos que tienen una práctica. El trabajador manual, por lo tanto, no necesita para aprender memorizar una cantidad de contenidos ilimitada. Lo esencial es que aprenda a pensar su práctica individual y social, articulando lo local con lo global y viceversa.

La educación de la praxis tiene como objetivo alcanzar esos tres objetivos principales:

La apropiación de los instrumentos adecuados para pensar su práctica individual.

La apropiación del conocimiento científico, político, cultural y espiritual acumulado por la humanidad a lo largo de la historia para garantizarle la satisfacción de sus necesidades y realizar sus aspiraciones.

La apropiación de los instrumentos de evaluación crítica del conocimiento acumulado, reciclarlo y aumentarlo con nuevos conocimientos que incluyan la afectividad, la intuición, la memoria biológica e histórica contenida en el propio cuerpo y en la psique, los sentidos espirituales como el de la ética, de la unidad del Todo, de la belleza, de la transcendencia y del amor.

Educación: la mayor revolución

Invertir en educación, como repetía siempre Darcy Ribeiro, es inaugurar la mayor revolución que podrá realizarse en la historia, la revolución de la conciencia que se abre al mundo, a su complejidad y a los desafíos de ordenación que presenta. Invertir en educación es fundar la autonomía de un pueblo y garantizarle las bases permanentes para rehacerse ante crisis que pueden destruirlo o desestructurarlo, como ha ocurrido actualmente tras la devastación del innoble gobierno Bolsonaro. Invertir en educación es invertir en calidad de vida social y espiritual de un pueblo. Invertir en educación es asegurar una productividad mayor. 

El estado brasilero nunca promovió la revolución educativa. Es rehén histórico de las élites propietarias que necesitan mantener al pueblo en la ignorancia y en la incultura para ocultar la perversidad de su proyecto social que es reproducir sus privilegios, perpetuarse en el poder.

El proyecto-Brasil, del Brasil que se está construyendo, hará de la revolución educativa su mayor instrumento, creando espacio para que el pueblo pueda expresar su alta capacidad de creación artística e inventiva práctica, en fin, para plasmarse a sí mismo como le gustaría.

 

*Arruda, M., y Boff, L., Globalização: desafios socioeconômicos, éticos e educativos, Vozes 2000; L.Boff, Brasil: concluir la refundación o prolongar la dependencia, Vozes 2018.